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El muro de Daniel Ortega

Ernesto Rivas Solís

No es el primero -quizás no será el último- artículo que escribo con este título. El primero era un artículo lleno de esperanza, porque el alcalde de Managua de ese entonces, había prometido derribar el muro que cubría el perímetro de la casa que habitaba Daniel Ortega, obstruyendo las calles aledañas, quien durante casi once años se había dedicado a destruir al país y a construir su patrimonio personal. El Alcalde aquel hizo una promesa que jamás cumplió, -y ahora es evidente que nunca pensó cumplir- aunque continuó utilizando su lenguaje de desafío y de reto a los sandinistas, como medio para captar las simpatías necesarias de un pueblo harto de sandinismo, y conquistar así la presidencia de la república.

Más de seis años después, el muro de Daniel sigue tan campante, sin que haya habido hasta el momento quién haya podido parar la vocación de destrucción que alimenta al Secretario General del FSLN y sus secuaces. El abanderado que había iluminado nuestra esperanza con la promesa de botar el muro, se ha guarecido tras él junto con el propietario que construyó ese dique entre él, su malhabida riqueza y el pueblo que desde un principio fue su víctima.

Ambos se han protegido con el mismo paraguas de unos pactos diseñados para garantizarles la inmunidad ante sus violaciones de la ley y del derecho ajeno. Ambos pretenden establecer un muro que les mantenga en el poder en un concubinato pérfido que ignora las necesidades de un pueblo abusado, engañado, sacrificado, torturado y envenenado con falsas pastillas de esperanza que suelen crear, ocasionalmente, estos mefistófeles modernos.

Para Nicaragua, el 5 de noviembre del 2000 debe marcar la fecha en que se habrá de arrancar la primera piedra del muro de Daniel -que ahora tiene doble dueño-. Las elecciones municipales tienen que ser una demostración masiva del desafío de los nicaragüenses a los dos autores de un pacto que une a dos cúpulas que han resultado nefastas para nuestro pueblo. Ni el candidato del FSLN, ni el del PLC pueden ganar la Alcaldía de Managua -ni posiblemente muchas alcaldías del país- porque sería desastroso el seguir alimentando los maquiavélicos planes de dos ambiciosos que nunca han servido a su pueblo, pero que, engañándolo, sí lo han usado para su propio beneficio. Tenemos que estar convencidos que si gana Lewites, gana Daniel y gana Arnoldo; y si gana Navarro, gana Arnoldo y gana Daniel; porque del resultado de los comicios dependerá en gran parte el resultado de las elecciones presidenciales del año 2001.

Por eso hay que, decididamente y sin titubéos, votar por William Báez Sacasa. Es el picapiedras que vendrá a construir la capital y a destruir el muro de Daniel que tantos dolores de cabeza nos ha proporcionado. Es quitarle de las manos a los dos pactistas la argamasa con que piensan construir el muro de su próxima dictadura personal.

Y no es que el triunfo de Báez le garantice el triunfo presidencial subsiguiente al partido conservador que lo patrocina. Simplemente abrirá las puertas a la esperanza y despejará el horizonte para permitirnos escoger con mayor libertad el que vendrá a ser el próximo líder de la democracia nicaragüense. Puede ser cualquiera. Puede ser de cualquier ideario político. Pero debe ser amante de la democracia y de la libertad. Debe ser incondicional con la justicia y la honestidad, y con solidez suficiente para poder alimentar una esperanza que pueda cristalizarse y no un sueño que se deshaga en el camino. Y debe, sobre todo, ser sincero con ese pueblo que no merece ser engañado una vez más. De la unidad de todas las tendencia anti-pactistas, tendrá que salir el hombre cuyo destino deberá estar ligado a un nuevo futuro para Nicaragua. De la unidad, saldrá la fortaleza para vencer a los destructores de sueños, de economías y de nicaragüenses. De la unidad surgirá un muro protector opuesto al muro de Daniel, porque habrá de servir para proteger al pueblo y no para dejarlo fuera. A partir del 5 de noviembre (o del 6, cuando se conozcan los resultados) sabremos cuál ha de ser nuestro destino. Todavía podemos construir ese destino nosotros mismos. Aprovechemos la oportunidad. No permitamos que el Muro de Daniel se interponga entre nosotros y nuestra esperanzas. Sólo así podremos recobrar lo que se nos prometió falsamente, y que dejó a nuestro albedrío la tarea de defendernos solos.  

Editorial
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