Del régimen Ortega-Murillo se dice, desde hace casi seis años, que es la peor dictadura de América Latina. El propio papa Francisco lo resumió magistralmente en marzo de 2023 como una combinación de lo peor entre el salvajismo bolchevique de 1917 y el nazismo alemán de finales de los años 30 y 40.
“Es una cosa que está fuera de lo que estamos viviendo, es como si fuera traer la dictadura comunista de 1917 o la hitleriana del 35, traer aquí las mismas… Son un tipo de dictaduras groseras”, tronó por entonces el pontífice, en alusión directa al dictador Daniel Ortega y su par, Rosario Murillo.
Un año después, la Unidad de Inteligencia de The Economist, la prestigiosa revista británica fundada en 1843, emitió su informe anual sobre los países con las peores y mejores democracias del mundo y le terminó dando la razón al papa.
El país gobernado por las malas desde 2007 por la dictadura de la familia Ortega-Murillo, se ubica entre los 40 países con los peores índices de democracia, ocupando el puesto ocho entre los primeros diez regímenes autoritarios.
¿Quiénes son los otros vecinos del “comandante” y “la compañera” en este peligroso vecindario de la peor ralea?
En general, estos países comparten una combinación de dictaduras militares o fraudulentas, conflictos armados, crisis humanitarias, aislamiento internacional, violaciones generalizadas de derechos humanos, corrupción y pobreza.
Lea también: ¿Por qué la dictadura de Nicaragua permanece en la ONU?
Sudán del Sur: muerte, hambre y violencia
Ubicado en África Oriental, Sudán del Sur es la nación más joven del mundo tras su independencia en 2011 y desde entonces se ha convertido en un escenario sombrío de guerra, pobreza extrema y crisis humanitaria.
Desde el inicio de una guerra civil en 2013, enfrentamientos entre facciones rivales han causado la muerte de más de 400 mil personas y el desplazamiento forzoso de más de 4 millones.
Aunque se firmó un acuerdo de paz en 2018, el inmenso país de más de 644 mil kilómetros cuadrados permanece atrapado en una inestabilidad crónica que tiene en hambruna a 9 de sus 12 millones de habitantes.
El caudillo Salva Kiir Mayardit, en el poder desde la independencia, ha concentrado el control político, convirtiendo al país en una dictadura militar de facto.
Su lucha por el poder con el exvicepresidente Riek Machar ha sido la principal chispa del conflicto, que ha adquirido un tono de limpieza étnica entre los grupos tribales Dinka y Nuer.
Hambre, pobreza y armas
La situación humanitaria es devastadora: 8 millones de personas necesitan asistencia urgente y la inflación ha alcanzado el 170 %, triplicando el precio de los alimentos.
Las condiciones extremas son agravadas por el cambio climático, con sequías e inundaciones que empeoran la ya crítica inseguridad alimentaria. Son tétricas las historias de gente comiendo las vísceras de sus enemigos para paliar el hambre.
Sudán del Sur es un país aislado, que pese a poseer petróleo, no goza de riquezas ni desarrollo.
A pesar de la presión internacional por impulsar diálogos y acuerdos de paz, los intentos de reconciliación y reconstrucción parecen lejanos. Mientras tanto, el sufrimiento de su población continúa en un ciclo interminable de miseria, desplazamiento y muerte sin solución cercana a la vista.
Lea también: El papa Francisco critica a los regímenes dictatoriales – La Prensa
Somalia: una dictadura que supera a las películas
Seguimos en África. ¿Se acuerdan de la película La Caída del Halcón Negro que se estrenó en 2001? Estaba ambientada en un episodio de 1993, cuando el país estaba intervenido por los Cascos Azules de Naciones Unidas para garantizar la distribución de alimentos y medicina a una población azotada por una guerra civil de diez años y una hambruna espeluznante.
Pues bien, 31 años después del suceso real y 23 años luego de la película, Somalia sigue en guerra, hambruna, violencia y pobreza, siempre bajo dictadura.
Ubicado en el Cuerno de África, al este del continente africano, Somalia ha estado sumida en conflictos y caos político durante décadas. Desde la caída de su gobierno central en 1991, el país ha experimentado una inestabilidad constante, agravada por la insurgencia del grupo extremista Al-Shabaab.
Este grupo, vinculado a Al-Qaeda, ha intensificado los enfrentamientos, principalmente contra el gobierno central, contribuyendo a la violencia generalizada.
El actual presidente, Hassan Sheikh Mohamud, en su segundo mandato desde 2022, recurre a la fuerza militar y violaciones de derechos humanos “para tratar de estabilizar la nación”. Durante su primer mandato (2012-2017) ya había intentado contener la violencia con violencia, pero los avances han sido limitados y el conflicto extendido.
Calamidad de país
Somalia es uno de los países más pobres del mundo, con más del 70 % de la población de 18 millones de personas viviendo en pobreza extrema y muriendo de hambre.
Los servicios básicos son prácticamente inexistentes, y la población enfrenta enormes dificultades para acceder a atención médica, educación y agua potable. La esperanza de vida es de 50 años en mujeres y 45 en hombres.
Se estima que más de 2.9 millones de personas están desplazadas dentro y fuera del país debido al conflicto y a las recurrentes crisis alimentarias exacerbadas por la sequía.
Las cifras de muertes varían, pero se estima que más de 500 mil personas han perdido la vida a lo largo de estos años de conflicto.
Lea además: Ataque en Somalia: una explosión deja más de 70 muertos en Mogadiscio
Afganistán, el salvaje nuevo aliado de los Ortega-Murillo
En junio de este año, la dictadura de Daniel Ortega estableció relaciones diplomáticas con el régimen talibán que gobierna Afganistán. No es de extrañarse la afinidad política: ambos odian a los Estados Unidos y recurren a la violencia armada para consolidar el poder.
Afganistán, ubicado en el corazón de Asia Central, ha vivido décadas de conflicto e inestabilidad que han devastado su economía y dejado a gran parte de su población en pobreza extrema.
Con una población de alrededor de 40 millones, el país enfrenta una crisis humanitaria profunda, exacerbada por el regreso de los talibanes al poder en agosto de 2021, tras la retirada de las tropas estadounidenses.
El actual régimen, liderado por Hibatullah Akhundzada como líder supremo del Emirato Islámico de Afganistán, ha impuesto un gobierno autoritario y teocrático, aplicando una interpretación estricta de la ley islámica.
Akhundzada, quien asumió el liderazgo de los talibanes en 2016, consolidó su poder tras la caída del gobierno respaldado por Occidente, prometiendo seguridad, pero a costa de los derechos fundamentales de la población.
La situación económica en Afganistán ha empeorado drásticamente desde la retirada de la comunidad internacional, con sanciones, la congelación de activos internacionales y la pérdida de ayuda humanitaria.
Más del 90 % de la población vive en pobreza extrema, y la falta de acceso a servicios básicos como educación, atención médica y empleo ha generado una crisis humanitaria severa.
Millones de afganos están desplazados, tanto interna como externamente, huyendo del hambre y la represión del régimen talibán.
Lea también: Sandinistas y talibanes: de enemigos a “hermanos”
Myanmar, donde sí hubo un verdadero golpe de Estado
La antigua Birmania, hoy Myanmar, está ubicado en el sudeste asiático y vive bajo un régimen brutal desde el golpe militar de febrero de 2021.
El líder de facto es Min Aung Hlaing, comandante en jefe del ejército, quien derrocó al gobierno democrático de Aung San Suu Kyi y estableció una junta militar.
Desde entonces, la represión ha sido feroz: miles de manifestantes pacíficos han sido secuestrados, condenados, torturados, desterrados y asesinados, con cifras que superan los 3,900 muertos, según grupos de derechos humanos.
Al mejor estilo de los Ortega-Murillo, la junta militar impone el control a través del terror de sus fuerzas de seguridad, con detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones extrajudiciales a líderes políticos, periodistas, empresarios, estudiantes, campesinos y cualquier que proteste contra el golpismo.
La crisis humanitaria se ha agravado drásticamente. Más de 1.6 millones de personas han sido desplazadas internamente, y decenas de miles han huido a países vecinos, como India y Tailandia.
La violencia étnica, particularmente contra la minoría rohingya, ha forzado a más de 700 mil personas a huir del país desde 2017.
La represión ha llevado a crear grupos insurgentes que han convertido el golpe militar en un conflicto armado contra las fuerzas militares, las cuales no pueden cantar victoria y gritar “no pudieron ni podrán” sobre las montañas de muertos que ha dejado el conflicto.
Lea además: Los talibanes prohíben a las mujeres acceder a la universidad en Afganistán
Corea del Norte: las brutales excentricidades del nuevo amigo de los Ortega-Murillo
A la Nicaragua de Daniel Ortega se le suele comparar, con muchísima frecuencia, con Corea del Norte.
De hecho, a su régimen dictatorial se le llama “la Corea del Norte de Centroamérica”, de modo que no es de extrañarse que el dictador Ortega haya fortalecido este año su relación con ese régimen asiático, al grado de cerrar su embajada en Corea del Sur y trasladarla al norte del paralelo 38.
Ubicada en el noreste de Asia, Corea del Norte se caracteriza por ser uno de los regímenes más autoritarios, aislados y brutales del mundo.
Gobernada por Kim Jong-un desde 2011, hijo de Kim Jong-il, el país sigue bajo el control de la dinastía Kim, que ha mantenido un férreo dominio desde 1948.
Kim Jong-un, conocido por su excentricidad y crueldad, ha consolidado su poder a través de purgas, ejecuciones masivas y el uso de la tortura para eliminar cualquier disidencia.
Un dictador al que le gusta que lo aclamen
Su régimen ha llevado a cabo ejecuciones públicas y mantiene un estricto control sobre la población, sometida a un constante adoctrinamiento y un enfermizo culto a la personalidad, tan grave que no llorar por el gran líder en un acto público destinado a rendirle honores, puede conducir a la muerte al desdichado norcoreano de ojos secos.
A pesar del lujo en el que vive la élite política, gran parte de la población sufre de pobreza extrema y hambruna crónica.
Las sanciones internacionales, combinadas con el aislamiento económico autoimpuesto, han exacerbado la escasez de alimentos y recursos básicos.
Se estima que millones de norcoreanos viven en condiciones de miseria, y miles han intentado huir del país, a pesar del riesgo de ser capturados y ejecutados.
Las cifras de desplazados y víctimas del régimen son difíciles de verificar debido al hermetismo del país. Sin embargo, se estima que cientos de miles han muerto a lo largo de las décadas debido a la hambruna, la represión y las brutales condiciones de vida.
Lea también: Cientos mueren al caer edificio en Corea del Norte
República Centroafricana: villanos por todos lados
Aquí los “Daniel Ortega” están por todos lados. Hay un Ortega desde la Presidencia, hasta en el último líder de una facción tribal que ensarta cabezas enemigas en las estacas de los poblados.
La República Centroafricana, ubicada en el corazón de África, enfrenta una de las crisis humanitarias más graves del mundo, caracterizada por la violencia constante y un régimen frágil.
Desde 2016, Faustin-Archange Touadéra ocupa la Presidencia, pero su poder es prácticamente simbólico fuera de la capital, Bangui, debido a la presencia dominante de milicias y grupos armados que controlan gran parte del país.
Estos grupos, que incluyen milicias locales y organizaciones rebeldes, luchan entre sí por el control territorial, dejando a la población civil atrapada en un ciclo interminable de inseguridad y violencia.
La República Centroafricana es uno de los países más pobres y subdesarrollados del mundo, con más de 2.9 millones de personas dependiendo de la ayuda humanitaria para sobrevivir.
Las cifras de desplazamiento son alarmantes: más de un millón de personas han huido de sus hogares, tanto dentro del país como a naciones vecinas. La violencia ha dejado miles de muertos, mientras la falta de alimentos y servicios básicos empuja a la población a la desesperación.
El régimen se sostiene precariamente con la ayuda internacional, incluidas misiones de paz de Naciones Unidas.
Sin embargo, la corrupción, la pobreza extrema, la falta de respeto a los derechos humanos y la severidad con se castiga a los enemigos por todos lados, multiplica la presencia de los villanos a todos los niveles.
Lea también: Derrocan a presidente de República Centroafricana
Siria: un país en ruinas bajo el puño de hierro de Bashar al-Ásad
En el corazón del Medio Oriente, Siria se desangra bajo una guerra despiadada y un régimen brutal de Bashar al-Ásad.
Desde que asumió el poder en el año 2000, al-Ásad ha gobernado con mano de hierro, aplastando cualquier atisbo de disidencia y convirtiendo la llamada “primavera árabe” en un eterno otoño sirio.
La ola de insurrecciones árabes de 2011, que encendió la llama de la esperanza en muchos países gobernados por tiranos a lo Ortega y Bashar al-Ásad, se convirtió en una pesadilla para los sirios.
Las protestas fueron recibidas con una brutal represión militar, desencadenando una guerra civil que ha devastado la nación y recrudecido la maldad de su líder.
El régimen de Bashar al-Ásad ha sido acusado de cometer atrocidades inimaginables.
El uso de armas químicas contra su propia población, como el infame ataque en Ghouta en 2013, dejó un saldo de aproximadamente 1,400 muertos, muchos de ellos niños.
Los hospitales y escuelas, refugios de inocentes, han sido bombardeados sin piedad. Miles de personas han desaparecido en las mazmorras del régimen, víctimas de torturas indescriptibles.
El asedio y el hambre se han convertido en armas de guerra, con comunidades enteras privadas de alimentos y medicinas.
Más de 600 mil muertos, un millón de heridos y diez millones de desplazados son el legado de Bashar al-Ásad. Siria, una vez cuna de civilizaciones, ahora es un campo de ruinas y desesperación sin señales de un final cercano.
Lea además: 7 preguntas para entender el origen de la guerra en Siria y lo que está pasando en el país
Nicaragua: la tenebrosa “Corea del Norte” de los Ortega-Murillo
La dictadura de Nicaragua se ubica en el puesto 8, entre los 10 regímenes más despiadados del planeta y los Ortega-Murillo han hecho méritos para ocupar este vergonzoso lugar entre los peores.
Desde abril de 2018, Nicaragua ha sido testigo de una represión brutal y sin precedentes en América Latina, bajo el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Lo que comenzó como protestas pacíficas contra reformas al sistema de seguridad social se transformó rápidamente en una masacre bajo una orden de “vamos con todo”.
Las fuerzas de seguridad (policías y militares), junto a grupos paramilitares, bajo órdenes del régimen, desataron una ola de violencia que dejó más de 355 muertos y miles de heridos.
Las calles se tiñeron de sangre, mientras el régimen intentaba sofocar cualquier voz disidente.
Ortega, en el poder desde 2007 y previamente entre 1985 y 1990, ha consolidado un régimen autoritario que la comunidad internacional no duda en calificar de dictadura.
Las violaciones de derechos humanos de la dictadura son sistemáticas y ampliamente documentadas: ejecuciones extrajudiciales, torturas, secuestros y condenas arbitrarias, desapariciones forzadas, destierros, violaciones sexuales, confiscaciones y una incontable lista de crueldad y represión implacable contra la ciudadanía.
El régimen se ha ensañado contra activistas de derechos humanos, ambientalistas, feministas, empresarios, sacerdotes, indígenas, periodistas, estudiantes, campesinos, sindicalistas, médicos y hasta monjas son criminalizados, creando un clima de terror y silencio.
La ONU y organizaciones de derechos humanos han denunciado estos actos como crímenes de lesa humanidad.
De la mano de Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba y sus propias bases sandinistas, Ortega y Murillo han tejido una red de miedo e intimidación, eliminando cualquier atisbo de democracia.
Lea además: El Estado de Nicaragua ha cometido “crímenes de lesa humanidad“
Turkmenistán: un régimen de garrote y nepotismo
Esta historia podría reflejar seriamente las intenciones de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo con su hijo Laureano.
Veamos el caso: enclavado en Asia Central, Turkmenistán es conocido no solo por su vasto desierto de Karakum, sino también por su régimen autoritario y déspota.
Desde su independencia de la Unión Soviética en 1991, el país ha estado bajo el control de líderes totalitarios con ínfulas de inmortales y pertenecientes a la misma organización política.
Primero fue Saparmurat Niyazov, autoproclamado “presidente de por vida”, quien gobernó hasta su muerte en 2006.
Niyazov, conocido como “Turkmenbashi” (Padre de los Turcomanos), instauró un culto a la personalidad y un control absoluto sobre el país.
A su muerte, heredó el poder a Gurbanguly Berdimuhamedov, hombre de confianza y entonces ministro de Salud y viceprimer ministro, quien asumió la Presidencia, aunque no eran parientes.
Berdimuhamedov consolidó rápidamente su poder, continuando las políticas autoritarias de su predecesor, aunque con menos énfasis en el culto a la personalidad.
La transición de poder de Niyazov a Berdimuhamedov marcó un cambio en el liderazgo, pero no en la naturaleza autoritaria del régimen.
Ahora, su hijo, Serdar Berdimuhamedov, ha tomado las riendas, continuando la dinastía familiar.
Serdar, nacido en 1981, asumió la Presidencia en 2022 tras unas elecciones ampliamente criticadas como fraudulentas, ni libres ni justas.
Bajo su liderazgo, la represión continúa: la censura es omnipresente, los derechos humanos son violados sistemáticamente y la oposición es silenciada brutalmente con cárcel, amenazas, persecución, torturas y todo tipo de maldades.
Lea además: Explosión de hoteles en Estambul – La Prensa
Chad: otra familia que mata y aplasta por preservar el poder
¿Es conocida la historia de un país donde una familia y un partido se atornillan al poder a costa de violencia, corrupción y todo tipo de bajeza?
Chad es un caso de esos. Ubicado en el corazón de África, ha estado bajo regímenes autoritarios desde su independencia de Francia en 1960.
El país ha sido gobernado por una sucesión de líderes militares, con Idriss Déby Itno en el poder desde 1990 hasta su muerte en 2021.
Déby, quien llegó al poder mediante un golpe de Estado, gobernó con mano de hierro, reprimiendo a la oposición y controlando los medios de comunicación.
Tras su muerte, su hijo, Mahamat Idriss Déby, asumió el poder, prometiendo elecciones en 18 meses, sin cumplir.
La represión de la disidencia, la corrupción y la falta de libertades civiles son características del régimen actual.
Las protestas del 20 de octubre de 2022 contra la extensión del gobierno de transición fueron brutalmente reprimidas.
Las fuerzas de seguridad utilizaron munición real contra los manifestantes, resultando en la muerte de al menos 128 personas.
Además, más de 700 personas fueron arrestadas y muchas de ellas fueron torturadas y maltratadas en detención, acusadas de querer dar un golpe de Estado.
Uno de los centros de detención más notorios es la prisión de alta seguridad de Koro Toro, donde los detenidos han sido sometidos a condiciones inhumanas, incluyendo la falta de alimentos y agua durante el transporte, lo que ha llevado a la muerte de varios prisioneros.
La tasa de mortalidad para los prisioneros políticos en Chad es alarmantemente alta, siendo entre 90 y 540 veces mayor que la tasa promedio de la población general.