Tal como lo advertí en los artículos anteriores publicados en LA PRENSA: el domingo 28 de julio del 2024 se consumó en Venezuela, por el régimen espurio del chavismo que sin ningún pudor preside Nicolás Maduro, uno de los más monstruosos fraudes electorales que registran los anales de la historia latinoamericana.
Para los que seguimos, paso a paso, este proceso electoral venezolano hay muchas lecciones que aprender, principalmente para los que como nosotros los nicaragüenses vivimos aherrojados a una de las dictaduras más sangrientas del socialismo del siglo XXI, cuyas características principales son: valerse de las armas para perpetuarse en el poder, y mientras los altos jerarcas de la nomenclatura corrupta se enriquecen impúdicamente, privan a los pueblos de sus libertades y derechos humanos y los lanzan a la mayor pobreza irremisiblemente. Pero de estas lecciones que debemos aprender me referiré en una próxima entrega, ya que hoy lo más urgente es patentizar la más franca y fraterna solidaridad con el bravo pueblo de Venezuela que encabezado por Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, está dando la batalla no solo por la libertad de Venezuela sino también por la causa de la democracia y la justicia social en todo nuestro continente americano.
En Venezuela, a la vista de todo el mundo se ha cometido flagrantemente un fraude electoral. Están masacrando al pueblo en las calles —ya hay más de 20 asesinados, 180 heridos y alrededor de 1,500 secuestrados en las ergástulas de Maduro— y este sigue tranquilamente con su fanfarria desde el Palacio de Miraflores amenazando con más violencia, sin que los organismos internacionales que dicen velar por estos principios hagan nada efectivo por ir en ayuda de las víctimas de la tiranía. Lo acabamos de ver en la reunión de la OEA donde ni siguiera se pudo aprobar una resolución “gallo-gallina”.
No obstante, lo anterior hay que destacar la enérgica y digna posición del gobierno de Costa Rica que preside Rodrigo Chaves, quien por medio de su canciller Arnoldo André Tinoco y fiel a la tradición democrática del pueblo costarricense no solo expresó su total desacuerdo con el fraude electoral de Maduro, sino que ofreció, en caso lo necesiten, asilo político al presidente electo Edmundo González, a María Corina Machado y a los asilados en la Embajada argentina en Caracas.
Fue realmente impresionante ver como el 28 de julio pasado 12 millones de venezolanos, hombres y mujeres de todos los estratos sociales, desde tempranas horas de la mañana concurrieron masivamente a las 30 mil mesas de recepción de votos en todo el país, la mayoría de ellos con la esperanza de que el cambio democrático que representan Edmundo y María Corina les cambiaría su paupérrima situación cada día más desesperante.
Sobre los resultados de dichas elecciones el Consejo Nacional Electoral (CNE), al servicio incondicional de Maduro, se negó a dar copia de las actas electorales y con un descaro inaudito declaró vencedor al dictador. Pero la realidad es todo lo contrario. Con el 84 por ciento de dichas actas, en poder de la oposición, se pudo comprobar que mientras más de 6 millones (67 por ciento) de ciudadanos(as) votaron por el candidato opositor Edmundo González, dándole la victoria, unos 3 millones (30 por ciento) lo hicieron por Maduro que se niega obstinadamente a reconocer su derrota.
Frente a la pretensión de Maduro, al querer robarse las elecciones, es francamente admirable la actitud valiente y digna que ha asumido el pueblo venezolano, lanzándose a las calles a protestar en abierto desafío a la dictadura. Merecen especial mención tanto el presidente electo Edmundo González como María Corina Machado. Esta última, a pesar de que ha sufrido atentados y amenazas de muerte de parte del déspota Maduro, siguió al frente de las protestas y muchos la llaman por su valentía y desprendimiento la heroína libertadora.
Desde mi punto de vista, es necesario hacer más presión internacional y darle más apoyo a la oposición venezolana, no solo porque el triunfo que hoy demanda en las calles bien se lo merece, sino porque de lo que allí resulte dependerá en gran parte el futuro de la democracia en América Latina.
El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE)