En eleditorial del sábado pasado dijimos que antes de la elección presidencial del domingo 28 de julio en Venezuela se podía ver señales positivas y negativas para el pueblo venezolano y la causa de la democracia en ese país, que es también de las demás naciones de América Latina y el Caribe que sufren regímenes autoritarios, como Nicaragua.
Es que se miraba claramente que la oposición venezolana tenía suficiente respaldo popular y capacidad de organización y movilización para derrotar electoralmente al dictador Nicolás Maduro y elegir a su candidato Edmundo González, respaldado por la excepcional María Corina Machado.
Pero también se veían señales negativas, las cuales indicaban que el régimen autoritario se podría imponer mediante un gran fraude electoral y la subsiguiente represión generalizada.
Expresamos entonces nuestro ferviente deseo de que el domingo 28 de julio ocurriera lo mejor para el pueblo bravo de Venezuela, como lo llama su himno nacional. Pero siendo realistas y conociendo la naturaleza de los regímenes revolucionarios como el venezolano, advertimos que a juzgar por las señales negativas que venía dando se impondría por medio del fraude electoral, e inclusive “a sangre y fuego si así lo considera necesario”.
Eso es lo que ha ocurrido y está ocurriendo. Sin haber permitido observación electoral independiente y después de ejecutar una cadena de arbitrariedades políticas y trampas legales de toda clase, el Consejo Nacional Electoral de Maduro lo declaró ganador con el 51 por ciento de los votos, y al candidato opositor Edmundo González le reconoció solo el 44 por ciento. Completamente al revés de lo que sus propios recuentos han dado a la opositora Plataforma Unitaria Democrática.
Lo que ocurrió el domingo pasado en Venezuela fue una copia en grande del grotesco fraude electoral que hizo el dictador de Nicaragua, general Anastasio Somoza García, en la elección presidencial de 1947, cuando ordenó invertir los resultados de la votación para que “ganara” su candidato Leonardo Argüello y perdiera el de la oposición, Enoc Aguado Farfán.
Por supuesto que el fraude de Maduro ha sido mucho peor que el de Somoza García, pues no en balde pasa el tiempo y aumenta la astucia y la perversidad de los dictadores. De manera que aquel fraude electoral de Nicaragua, en 1947, fue como de aficionados, comparado con el de ahora en Venezuela.
Como ha hecho ver con certeza el maestro de política Fernando Mires, ya “Maduro tenía tres récords: 1. La economía más desastrosa de A. Latina; 2. El índice de corrupción más alto de A. Latina; 3. La migración más alta de A. Latina. Ahora ha batido un nuevo récord: 4. El fraude electoral más colosal de toda la historia de A. Latina”.
Hay quienes critican a la oposición venezolana por haber participado en esa elección presidencial, sin tener ninguna garantía de que los votos serían bien contados y respetados. Pero igual la oposición hubiera sido denigrada y acusada de optar por el abstencionismo estéril, si por la falta de garantías hubiera decidido no participar en la elección presidencial.
Consumado el fraude, ahora el régimen de Maduro muestra su pulsión totalitaria, acusa a María Corina Machado y otros de un delito inventado, para encarcelarla o hacerle algo peor; reprime incluso a balazos a la gente que protesta en las calles contra el fraude.
La comunidad democrática internacional está indignada por el descarado fraude electoral de Maduro. Pero los chavistas han demostrado muchas veces que no se detienen ante nada y que son capaces de cometer cualquier clase de crímenes para mantenerse en el poder. Que Dios salve a Venezuela.