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“Dejá ir a tus hijos, que ellos tendrán un futuro mejor”, le aconsejó un médico amigo de la familia a la rivense Luisa Amanda Pérez González, en el año 2010, cuando ella se debatía entre permitir o no que sus dos hijos menores se fueran a vivir a Estados Unidos, en Miami, Florida, con su padre, el beisbolista cubano Carlos Emilio Rodríguez Pérez, a quien en Rivas todavía le llaman “Calitín”.
No era una decisión fácil para Amanda, a como mejor se le conoce. El menor de sus hijos, Carlos Fernando, apenas tenía ocho años de edad y su hija, Geney Fernanda, rondaba solo los 12. Ya se había separado del papá de los niños, quien siempre había sido muy responsable, pero, además de que estaban muy pequeños, ella tenía otras razones para dudar en dejarlos ir.
Ese 2010 fue muy trágico para Amanda. Años atrás había tenido dos hijos, Ana Clementina y Augusto César Quintanilla Pérez. Después, con Carlos Rodríguez, un pícher cubano que había llegado a Nicaragua a jugar en el béisbol de primera división, tuvo a Geney y a Carlos Fernando.
Sin embargo, en Semana Santa, el sábado 3 de abril de 2010, cerca de las 4:30 de la madrugada, falleció Augusto César en un accidente de tránsito. La noche anterior, con unos amigos en una camioneta se había trasladado de Belén, Rivas, donde vivía la familia, hacia el balneario de San Juan del Sur, donde asistió a un concierto del grupo musical Rabanes.
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Cuando regresaban, cerca del río Las Lajas, la camioneta chocó con otro vehículo, causando la muerte de 12 de los pasajeros. Muchos salieron por los aires, pero Augusto César, cuenta uno de sus familiares a la Revista DOMINGO, se aferró a la camioneta y su cabeza impactó en una piedra. El joven iba a cumplir 21 años de edad.
Amanda quedó devastada. Se sentaba frente al televisor a ver las noticias de Canal 10, cuenta su hermana Elízabeth Pérez, quien trataba de consolarla y darle ánimos. Encima, el papá de sus hijos menores le dijo que se los mandara a Miami.
Después de escuchar muchos consejos, Amanda finalmente aceptó enviar a sus hijos donde el papá, para que tuvieran un futuro mejor.
Casi 14 años después, en la noche del pasado martes 11 de junio, Amanda volvía a llorar, pero no de tristeza, sino de nervios, alegría y emoción en el estadio American Family Field de Milwaukee, donde su hijo Carlos Fernando se convirtió en el nicaragüense número 17 en debutar en las Grandes Ligas, como pícher de los Cerveceros.
Béisbol en la sangre
Cándido José María Pérez Díaz se llamaba el papá de Amanda, el abuelo materno del ahora Grandes Ligas Carlos Rodríguez. Le decían “Charillón” y por eso a sus hijas, que son dueñas de tiendas de ropa en Rivas, les llaman “Las Charillonas”.
“Vamos donde las Charillonas”, dice la gente cuando quiere comprar algo de ropa en esa ciudad.
Pérez Díaz nació en Rivas, en 1934, pero perdió a sus padres siendo aún muy pequeño y lo crio una tía que se lo llevó a Costa Rica donde creció en las bananeras. Desde muy joven se decantó por el deporte. En Costa Rica boxeaba y jugaba béisbol. Cuando ya había pasado la barrera de los 20 años de edad, regresó a Nicaragua y siguió boxeando y jugando béisbol.
Luego se dedicó a enseñar boxeo a los jóvenes rivenses y también armó un equipo de béisbol. Siempre iba al estadio a ver jugar al equipo de Rivas. Si iban perdiendo o estaban a punto de anotarle carrera a los rivenses, a Pérez Díaz le entraban muchos nervios. En sus últimos años de vida, su hija Elízabeth le decía cuando lo veía pegado al televisor viendo los juegos: “Papá, se va a morir”.
“Era un beisbolista empedernido, pero le daba nervios que el equipo perdiera”, afirma Elízabeth Pérez.
Era tan amante del béisbol que viajaba a Panamá como buhonero y aprovechaba para comprar bates, pelotas, guantes, que luego donaba a la Alcaldía de Rivas. También traía ropa para vender y por eso que ahora casi todas sus cinco hijas, y nietas, son dueñas de tiendas en Rivas.
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El sueño de Pérez Díaz era que uno de sus nietos se convirtiera algún día en un gran beisbolista. Solo tuvo dos hijos varones, pero ninguno jugó. Por eso, puso sus esperanzas en los nietos.
Amaba a sus nietos Geney y Carlos Fernando y los vio irse a Estados Unidos. Su viuda, Nubia González López, cuenta a la Revista DOMINGO que ella le dijo a sus nietos que le perdieran perdón al abuelo. No eran malcriados, pero sí juguetones, “necios”, y como Pérez Díaz ya era bastante mayor, se enojaba con ellos.
“Cuando se iban para Estados Unidos, los llamé y les dije: cuando vuelvan, a tu papá Charillo ya no lo van a encontrar, vayan a pedirle perdón”. Los dos niños fueron donde el abuelo a abrazarlo y a pedirle perdón.
Poco después de la partida de sus dos nietos, Pérez Díaz murió el 20 de julio de 2010, volviendo más trágico ese año para la familia. “Si estuviera vivo mi papá, tuviera 90 años de edad. Estuviera alegre de ver a su nieto que llegó a Grandes Ligas. Nosotros decimos que allá en el cielo está feliz”, expresa su hija Elízabeth.
En 1997, Amanda trabajaba en una de las tiendas de ropa de la familia, enfrente de la cual había un comedor al que llegaban a comer los jugadores del equipo de béisbol de Rivas. Así conoció al cubano Carlos Rodríguez, quien siempre decía que se había enamorado de ella porque la vio como una mujer “muy hermosa”, recuerda Rosario Pérez, otra de las hermanas de Amanda.
Amanda ya tenía a un beisbolista en su familia, su padre. Y luego tuvo un esposo también beisbolista. Lo que no sabía aún es que su hijo menor llegaría a la cima de ese deporte y se convertiría en un grandes ligas.
Primero fue cátcher
El cubano Carlos Rodríguez llegó a Nicaragua cerca de 1995, jugó en equipos de primera división del béisbol nicaragüense, como el Chinandega, pero acabó en Rivas. Ahí fue donde conoció a Amanda.
Rodríguez, o Calitín como mejor le conocen, dejó de jugar béisbol y como también había estudiado Educación Física en Cuba, comenzó a trabajar en una academia de béisbol que tenía Martha Isabel Barrios en Rivas, donde se hizo amigo de un entrenador infantil llamado Ismael Martínez, mejor conocido como “Diablito”.
Poco después, en el año 2005, tanto el cubano como Amanda llegaron donde Diablito al estadio de Rivas, Yamíl Ríos Ugarte, a decirle: “Queremos que nuestro hijo aprenda a jugar béisbol”.
En ese momento, Carlos Fernando solo tenía cuatro años de edad. Diablito lo puso a que tirara pelotas y a que se fuera familiarizando con los demás útiles deportivos, el guante y el bate.
En el primer año no se le vio mucho interés al niño por el béisbol, pero después, fue tomando pasión por ese deporte y no fallaba a las prácticas en el Yamíl Ríos Ugarte, afirma Diablito a la Revista DOMINGO.
Para entonces, ya el papá se había ido a Estados Unidos, en busca de mejor fortuna, pero se comunicaba siempre con Diablito para que le ayudara en la formación de su hijo como beisbolista, especialmente a que fuera disciplinado y entrenara bien.
Amanda, por su parte, como se mantenía trabajando, le pagaba a alguien para que llevara al niño con las prácticas. Pero, cuando no hallaba quien lo hiciera, era el mismo Diablito quien lo llegaba a traer.
Por eso, ahora que Carlos Fernando debutó en Grandes Ligas, su papá llama a Diablito y le dice a gritos, pero con cariño real: “Hijueputa Diablito, decile a todo Rivas que vos fuiste su primer entrenador”.
Diablito recuerda que Carlos Fernando era un niño humilde, callado y muy disciplinado. La primera posición que jugó en el béisbol infantil de Rivas fue como cátcher. Diablito dice que si en ese entonces hubiese existido la categoría Pee Wee, para niños de entre 6 y 8 años de edad, el ahora Grandes Ligas hubiese empezado a jugar más temprano, pero tuvo que esperar hasta cumplir los siete años para debutar en la liga infantil A.
Ya manejaba bastante bien las técnicas del béisbol y lo primero que le vieron, como cátcher, era que lanzaba duro a segunda para poner en out a los corredores que se querían robar esa base. Entonces, idearon ponerlo como pícher, algo que fue fácil porque en las categorías infantiles los niños no tienen una posición definida, pues apenas se están formando.
Un año después, cuando cumplió ocho años de edad, fue que Carlos Fernando se tuvo que ir con su hermana a vivir a Estados Unidos con su padre, quien, en cuanto llegó a Miami lo puso a practicar béisbol porque ahí el cubano entrenaba a jóvenes universitarios.
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En Miami, el muchacho estudiaba, pero también entrenaba bastante, tanto que le decía a su familia que no podía visitar Nicaragua porque estaba entrenando. Era un gran aficionado a los Marlins de Miami, pero, con la familia, también veía los juegos de Rivas, especialmente los de la Liga Profesional nicaragüense. “Yo soy nicaragüense”, dice siempre.
Un apartamento para su mamá
Lo único que la familia rivense de Carlos Fernando Rodríguez sabía sobre él es que viajaba por todo Estados Unidos jugando béisbol, que estudiaba, y que cada vez iba más maduro. Tímido como su mamá, él casi no llamaba por teléfono. Desde que se fue, a lo sumo regresó solo dos veces a Nicaragua. La primera cuando tenía 13 años de edad, y en 2022, año en que jugó el Clásico Mundial de Béisbol vistiendo el uniforme nacional y enfrentó a Puerto Rico.
El papá le informaba a Diablito: “Está tirando más duro”.
El fruto de los años de dedicación y entrenamiento llegaron pronto para Carlos Fernando, quien fue contactado por un equipo de Grandes Ligas para que firmara, pero el papá dijo que no porque todavía estaba estudiando, afirma su tía Rosario Pérez, hermana de Amanda.
Fue hasta en el año 2021 cuando fue seleccionado en la sexta ronda del Draft de ese año por los Cerveceros de Milwaukee, que Rodríguez se convirtió en el jugador número 16 nacido en Nicaragua en la historia de las Grandes Ligas y el primero de los Cerveceros. Se convirtió en el nicaragüense número 17 en el béisbol mayor, porque hay otro nicaragüense que también llegó a ese nivel, pero no nació en Nicaragua. Se trata de Alex Blandino, nacido en California.
Antes de firmar, cuenta su tía Rosario Pérez, Rodríguez pedía al equipo que lo buscaba que, si lo querían, debían asignar un apartamento para que viviera su mamá. Eso nunca ocurrió.
Entre 2010 y 2023, Amanda siempre quiso visitar a sus hijos, pero nunca pudo en ese periodo porque no le daban la visa en la embajada estadounidense. Fue hasta el año pasado que su hija Geney la llevó a ese país mediante el parole humanitario.
Cuando Amanda llegó a Miami, no pudo ver a su hijo porque este último andaba de gira con su equipo jugando en otro Estado. Fue hasta varios días después que se encontraron.
El pasado 11 de junio, Amanda y su hija Geney estuvieron en el estadio de Milwaukee viendo a Carlos Rodríguez debutar en Grandes Ligas.
El muchacho permitió dos carreras y perdió el juego, pero se le vio bien, dijo su mamá al periodista y excarcelado político Miguel Mendoza.
En Nicaragua, en Belén, Rivas, uno de sus primos, hijo de la tía Rosario, como es dueño de una discomóvil puso un proyector en un pedazo de tela grande en la calle, con parlantes, para que llegara la gente a ver el debut de Carlos Rodríguez en Grandes Ligas. Solo la familia asistió, y algunas personas que iban pasando se quedaban un rato viendo. Los vecinos no asistieron porque al final el Canal 4 transmitió el juego.
“Aquí lo apreciamos mucho y vamos con él. Aunque haya pasado lo que haya pasado (perdió el juego). Él estuvo bien siempre (en el debut). Apoyo (del bateo del equipo) fue el que no tuvo”, afirma su abuela materna, Nubia del Socorro González López.