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¿Es mala o buena la naturaleza humana?

La pregunta no es académica. La forma en que conceptuamos la naturaleza humana tiene, como veremos, grandes consecuencias. Rousseau, en el siglo 18, sostuvo la entonces novel idea de que el hombre era bueno por naturaleza, pero la sociedad lo había corrompido. Su tesis fue aplaudida. En parte porque contradecía la visión tradicional católica, que veía al hombre inclinado al mal a consecuencia del pecado original. En parte porque habría la posibilidad de construir una humanidad bondadosa transformando la organización social.

Marx, en la misma línea, pensaba que todos los males que aquejaban al hombre tenían su origen en estructuras sociales impuestas por las clases dominantes. Esto cambiaría cuando el proletariado derrotara a la burguesía y abriera así la puerta al paraíso de la sociedad sin clases. Surgiría entonces el hombre nuevo socialista, libre del egoísmo y las mezquindades propias del capitalismo. Sus ideas se extendieron por todo el planeta. Sus adeptos en Nicaragua fueron los revolucionarios del FSLN. Un fragmento de un poema de la entonces militante Gioconda Belli expresa elocuentemente esta filosofía: Seremos nuevos, amor/ Lavaremos con sangre/ lo viejo y depravado/ los vicios, las tendencias/ la pequeña y pútrida burguesía. Conste: Gioconda, mi querida hermana, ya no piensa así, al igual que muchos exrevolucionarios. El problema es que esta visión produjo, donde imperó, océanos de sangre que no lavaron nada, pero sí dejaron las tiranías más crueles y corruptas de la historia.  

Las catastróficas consecuencias de esta antropología, o visión del hombre, más el cúmulo de atrocidades apocalípticas vividas en los dos últimos siglos, deberían de hacer meditar, a quienes todavía albergan la visión marxista rousseauniana de un hombre perfectible a través de las ingenierías sociales o las terapias modernas, si no es más realista y probada la visión católica del ser humano.  

Efectivamente, no hace falta estudiar historia o ser creyente para percatarnos de nuestra inclinación hacia el mal. Basta escarbar en nosotros mismo, y a nuestro alrededor, para descubrir que somos un complejo de tendencias buenas y malas en lucha constante y en precario equilibrio. Todos, sin excepción, albergamos dosis de egoísmo, narcisismo y crueldad, a la par de sentimientos nobles, generosos y amables. La educación, el esfuerzo personal, y para el cristiano, la ayuda de la gracia de Dios, pueden hacer que predominen las tendencias positivas. Pero siempre estarán al acecho las negativas por más virtuosos que queramos ser. San Pablo lo expresó brillantemente: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… así hallo esta ley: que el mal está en mí…veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente…” (Rom 7:19).

San Pedro, desde otro ángulo, alertaba a los cristianos a no bajar la guardia porque “el diablo anda como León rugiente buscando a quién devorar”. (1, 5:8)

Y esta es otra realidad a la que está expuesta la naturaleza humana: la existencia del demonio. El problema es que la sociedad moderna, encerrada en el dogma de que sólo es real lo empíricamente verificable, no cree, como dijera San Pablo: “…que nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. (Ef.6:12).

Tal desconocimiento dificulta entender la naturaleza humana y las maldades que con tanta frecuencia consigna la historia. Decía el papa Pablo VI, que el demonio está en la raíz de las peores desgracias que sufre la humanidad. La mentalidad moderna, sin embargo, continúa prolongando la nefasta ilusión de Rousseau, particularmente cuando quiere explicar el mal “como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, como error, como consecuencia de las estructuras sociales” (Cat.387).

Dicha forma de pensar falla también en reconocer, como advirtió Jesús (Mt 15: 19-21), que el mal tiene su origen en la interioridad del hombre: “Del corazón brotan los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, los robos, las fornicaciones, los falsos testimonios, las blasfemias…”

Es necesario pues tener un entendimiento veraz, correcto, de la naturaleza humana. “Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal”, nos dice el catecismo, “da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres. (CA 25). Conocerlo, por el contrario, da oportunidad a que dirijamos nuestros esfuerzos por mejorar —uno mismo y el mundo— al campo de batalla donde se puede lograr: la interioridad del hombre. Con la buena noticia, para el creyente, de que en este exigente empeño no está solo.

El autor es sociólogo e historiador. Exministro de Educación.

COMENTARIOS

  1. Hace 3 semanas

    De nuevo el maniqueísmo, todo extremos, no admite intermedios, radical. A los cataros los acusaron de maniqueos. Deje que la gente piense por si misma, no los arrincone a los extremos.

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