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“No tengo por qué seguir soñando con los cadáveres que he visto”, escribió Valentina antes de suicidarse.

La Golden, el falso positivo de Mulukukú y el suicidio de Valentina: tres historias de horror de 2018

Una mujer torturada y entregada a violación masiva por policías y reos; un campesino acribillado y el suicidio de una estudiante universitaria perseguida y exiliada son solo tres de los cientos de asesinatos y crímenes cometidos por la dictadura Ortega-Murillo.

Estas tres historias están escritas con sangre. Son casos de violencia extrema, de odio profundo y maldad infinita, escritas a balazos y golpes por manos y mentes sandinistas en los siempre frescos y dolorosos recuerdos de las protestas de abril de 2018, cuando Nicaragua inició una ruta de terror y espanto que no termina luego de seis largos años de represión.

Parece ser una coincidencia brutal que “sandinismo” se escriba con la misma “ese” (s) de sangre, lo que no es coincidencia es que las historias de estas tres vidas hayan sido truncadas por las torturas, crímenes, dolor y muerte que caracterizan a este partido rojo y negro. 

Golden Rivas, toda su vida marcada por el sufrimiento y la tragedia

Caso 1: La Golden

Se llamaba Golden Teresa Rivas Zeledón y murió sin ver la libertad por la cual sufrió cárcel, tortura y persecución. Le decían la Golden y su historia nació como una explosión en abril de 2018.

Antes de aquellas fechas era una mujer de vida común, luchadora contra su propia pobreza y sobreviviente del abandono familiar y los abusos sexuales en su niñez. 

Sus padres la dieron en adopción a una familia de clase media y la niña nacida el 3 de noviembre de 1980 en Corn Island, Caribe Sur de Nicaragua, se unió a una familia que la llevó a vivir a Estados Unidos.

Regresó adolescente a Nicaragua a inicios de los 90, con las marcas de la violencia sexual y un dominio del inglés que le permitió sobrevivir un tiempo entre el acoso de turistas y empresarios que buscaban sus servicios de traducción como guía turística.

Dos embarazos cerraron las puertas de su carrera en el turismo y pronto Golden se empezó a enfrentar a la vida con desventaja: madre soltera de dos hijos, estudios limitados de secundaria y sin oficio profesional o técnico para encontrar un empleo estable.

“Lo único que le ayudaba era que hablaba bien el inglés y era desenvuelta, así que la buscaban como guía turística, pero usted sabe cómo es esto, muchos cheles la querían para otra cosa y ella pues los rechazaba y perdió muchos empleos por eso”, relata otra de sus conocidas.

Entonces empezó a fajarse en lo que saliera. ¿Qué no hizo ella para darle de comer a sus hijos? “Que Dios la perdone si se aventó a tanto, pero nadie más que ella iba a darle de comer a sus dos chavalos y nadie puede juzgarla por sus acciones, solo Dios”, dice un viejo amigo de la segunda familia de Golden.

Unos dicen que salió del Mercado Oriental, donde empujaba un carretón vendiendo gaseosas, agua, jugos y chucherías junto a sus dos hijos y otros dicen que saltó de un tramo de comidas rápidas cercano a la colonia Rubén Darío.

Otro dice que ella estaba en el desempleo y vendía agua en los semáforos de la colonia Rafaela Herrera, no se sabe, lo cierto es que el 18 de abril de 2018 estuvo en el inicio de la rebelión en la UCA.

Uno de sus amigos, que estuvo en aquel aciago 18 de abril en la extinta Universidad Centroamericana (UCA), la recuerda protestando junto a los estudiantes y al día siguiente la vio en la ahora confiscada Universidad Politécnica (Upoli), cuando eran atacados por la Policía y los estudiantes estaban tratando de abrir los portones, que los vigilantes habían cerrado por órdenes de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN, el brazo armada del Frente Sandinista en las universidades públicas).

De pronto vieron a Golden trepando el muro y saltando para empujar a los vigilantes y tratar de abrir los portones, otros estudiantes la siguieron y entre todos abrieron el acceso a la universidad y tomaron control de la Upoli.

Ella, junto con cientos de estudiantes, vecinos y voluntarios, se atrincheraron por más de dos meses en la Upoli. Dicen que Golden hizo de todo: preparaba alimentos y recogía víveres para llevar a las barricadas; curaba heridos, disparaba morteros y alentaba a los estudiantes a resistir.

En ese trajín, le dieron un balazo en el pie derecho y la lastimaron cuando un busero de la Cooperativa Parrales Vallejos estrelló su unidad contra una barricada, aplastando a un joven que estaba junto a ella.

Después de las protestas, Golden fue perseguida por la Policía y estuvo escondida en varias casas de seguridad, incluyendo una zona montañosa de Nicaragua.

Una organización de derechos humanos desde Costa Rica buscaba coordinar su salida por puntos ciegos, para que ella pudiera llegar con sus dos hijos a El Salvador, pero perdieron contacto con ella en junio de 2019.

“Temimos lo peor, empezamos a preguntar por ella en cárceles, hospitales y cementerios y nadie nos daba razón, hasta que ella nos contactó muchos meses después”, dice el activista de derechos humanos en el exilio.

Cuando volvieron a hablar con ella, el relato de Golden fue brutal: ella entregó a su hijo menor a una familia amiga para que lo cuidaran mientras buscaba cómo salir del país; el otro hijo quedaría refugiado donde otra familia y ella saldría escondida a Costa Rica, pero la capturaron en Managua una noche que salió a buscar una recarga telefónica para preguntar por sus hijos.

Nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo, o dónde, fue detenida y recluida, ni ella misma porque en su testimonio dijo haber perdido la conciencia varias veces por las violaciones y torturas a las que fue sometida.

“Una noche que estaba delirando de fiebre ella me contó que la habían llevado atada y desnuda a una celda de La Modelo, donde toda la noche la pasaron violando los reos comunes”.

“Al siguiente los custodios del penitenciario la llevaron al hospital con hemorragia. Ahí ella le confesó a los médicos que llevaba años luchando contra el VIH y que quienes la violaron se habían contagiado”, recuerda.

“Dios es grande, yo tengo fe. No tengo miedo a la muerte, porque yo voy con Cristo en mi corazón…”, fueron parte de las múltiples despedidas que hizo Golden Rivas a través de varios videos en Facebook, meses antes de morir.

Su muro, en una de tres cuentas en Facebook que parece haber abierto en diferentes etapas de su vida, relata poco a poco su final doloroso, sus necesidades públicas, su frustración por la enfermedad descubierta antes de abril, su soledad y el abandono en que terminó.

“Tengo fiebre, quiero leche, pañales, agua, que me vengan a ver mis amigos, que recuerden que estuvimos luchando juntos”, dice en otro video, donde se le ve el rostro demacrado, los ojos hundidos, la voz apagada…

Sin que nadie le preguntara, en su muro solía dar su número, la dirección de la cuartería paupérrima donde vivió sus últimos meses, pedir recargas, alimentos, visitas…

El llamado de asistencia tuvo eco limitado: pocas personas —reconoció Golden a una vecina que la auxilió—, le ayudaron; algunas le mandaron dinero, otras medicinas, ropa, alimentos, un bastón para caminar, una silla de ruedas y otros bienes.

Golden Rivas sufrió violencia sexual desde sus primeros años.

Desde fuera y dentro de Nicaragua, amigos y excompañeros de lucha hicieron una jornada para recolectar fondos y enviárselos cuando se enteraron que sufría cáncer terminal.

Ella recibió alegre la ayuda y eso le elevó el optimismo y las ganas de sobrevivir, asistió a jornadas de oración cristiana, fue a un grupo de alcohólicos anónimos a dar testimonio; compartió parte de sus bienes con vecinos de la cuartería y grabó algunos videos de mensajes positivos, prometiendo luchar y sobrevivir, pero no lo logró: el 5 de abril de 2021 murió.

Algunos cristianos llegaron a orar y cantar por ella; una hermana en el extranjero envió dinero para sus funerales; algunos vecinos la acompañaron a una improvisada vela al aire libre donde permitieron unas horas el féretro.

Luego, unos pocos vecinos acompañaron el ataúd blanco al cementerio Milagro de Dios, en Managua, donde pocas flores adornaron el promontorio de tierra seca por el sol calcinante de abril.

Marco Novoa, un activista nicaragüense de derechos humanos, exiliado en los Estados Unidos, exteriorizó el cariño y admiración que le guarda a Golden Rivas y aprovechó para contar una parte de su historia a través de una publicación de Facebook.

“Ayer falleció Golden Rivas, una de las mujeres más valientes que conocí en la Upoli. La conocí ayudando y luchando en las calles de Managua contra policías y las pandillas de la Juventud Sandinista, aunque recibió un balazo en su pierna nunca abandonó el recinto de la Upoli”, narró Novoa en su publicación.

“Muchos no saben que después fue capturada por la Policía y los paramilitares, donde fue torturada grotescamente. Su testimonio es uno de los más fuertes que me ha afectado emocionalmente. Después de todo lo que vivió, tuvo cáncer y ayer 5 de abril del año 2021 falleció”, reiteró el exiliado, quien también denunció ser víctima de torturas en las cárceles sandinistas.

Después de su fallecimiento, las redes sociales se inundaron de mensajes y publicaciones de despedida en su honor. La recuerdan como “comandante Golden” y cuentan cómo su anónima lucha nunca claudicó.

Muchos de sus excompañeros de trinchera en la Upoli querían erigirle una tumba digna “para al menos rendirle honores cuando haya libertad”, pero la Policía, con sus patrullas y motorizados, se encargó de impedir todo acceso al funeral y a su tumba.

Pertrechos militares colocados a la par del agonizante campesino.

Caso 2: Darwin, el “falso positivo”

Se llamaba Darwin Ezequiel Rostrán Polanco, tenía 24 años y estaba limpiando a machete un predio agreste en Mulukukú, Caribe Norte de Nicaragua, cuando la muerte llegó a bordo de una patrulla policial.

El parte policial lo presentó como un delincuente abatido en un intercambio de disparos. El testimonio de la familia lo desnuda como un asesinato a sangre fría.

Según la narrativa policial, Darwin Ezequiel Rostrán Polanco fue abatido a las 11:00 de la mañana del 10 de agosto, en la comunidad El Tigre, a 20 kilómetros del casco urbano de Mulukukú.

“El delincuente, al verse descubierto por patrulla policial, atacó con disparos de armas de fuego a compañeros policías, que repelieron la agresión, resultando fallecido el sujeto Darwin Ezequiel Rostrán Polanco, con antecedentes delictivos de tenencia ilegal de armas de fuego y abigeato”, dijo la Policía de la dictadura en un comunicado.

Un AK-47, una canana y cuatro magazines fueron presentados a la prensa oficialista como “evidencias del crimen”.

“Pertenecían a los agentes de la Policía Nacional asesinados el 11 de junio de 2018 en Pueblo Nuevo”, alegó la institución sancionada en 2020 por violación de derechos humanos.

La Policía responsabilizó a Darwin como autor del asalto armado al puesto policial de la comunidad Sislao Paraska, comarca Pueblo Nuevo, Mulukukú, el lunes 11 de junio de 2018.

Aquella vez unos 10 hombres llegaron de madrugada al puesto, una casa pequeña de tablas sin energía eléctrica y tomaron por asalto el sitio. Los armados mataron a dos policías y secuestraron al suboficial Martín Sánchez, cuyo cadáver fue encontrado días después.

La Policía culpó de inmediato al exalcalde liberal Apolonio Fargas y a 16 personas más, todas ellas opositoras y activistas liberales de la zona, achacándoles delitos de terrorismo, crimen organizado, asesinato, toma de rehén y tenencia ilegal de armas de fuego.

La Policía, en complicidad con el Ejército de Daniel Ortega, desplegaron un operativo conjunto que llevó a muchos campesinos a huir hacia los montes por temor a ser apresados o asesinados.

Apolonio y otros extrabajadores de la Alcaldía de Mulukukú fueron arrestados el 25 de julio en Matagalpa y presentados al día siguiente en los medios oficialistas en Managua como responsables del asalto en Pueblo Nuevo.

Otros corrieron peor suerte, como Darwin Ezequiel. Su familia negó siempre la versión policial y rindió un testimonio de horror ante la sede del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos en Matagalpa.

A Darwin Ezequiel Rostrán Polanco lo capturaron vivo en la comarca El Tigre, en un predio donde el campesino trabajaba como jornalero junto a otras personas, que huyeron hacia los cerros cuando supieron de la presencia militar y policial.

Según la denuncia de la familia, Darwin fue torturado y ejecutado en el lugar.

De acuerdo con el relato, primero el Ejército rodeó la zona y luego llegaron los policías apuntando a todo el mundo con las AK-47 y preguntando por las armas. Al ver a los policías agresivos, Darwin quiso esconderse en un corral, pero actuó demasiado tarde: fue detectado y capturado.

“Darwin se puso manos arriba, pero andaba el machete en la mano, quizás de nervio no lo botó, entonces le dispararon en las rodillas y ya en el suelo lo empezaron a patear y culatear”, reza parte del testimonio de los parientes.

Un pariente de la víctima dijo que a Darwin lo torturaron atrozmente, pegándole balazos en varias partes del cuerpo antes de ejecutarlo con un balazo en la cabeza.

“Le pegaron doce balazos. Tiene un balazo en la rodilla, otro en la pierna, otro en la cintura, otro arriba de la cintura, otro en la tetilla que le salió por las costillas, tiene un disparo al lado izquierdo que le salió al otro lado y tiene otro disparo en la cabeza que le desbarató el cráneo, también le sacaron la lengua, parece que con una tenaza”, lamentó el pariente de la víctima, quien pidió protección por las amenazas que recibió junto a su familia, hoy en el exilio.

El cuerpo del campesino fue entregado por la Policía el sábado 11 de agosto envuelto en una sábana dentro de una hamaca. Los agentes amenazaron a la familia tomándoles fotos, sus datos personales y huellas digitales.

Les dijeron “ahí está ese perro”, “ese es el delincuente que mató a nuestros compañeros” y que “por eso iban ojo por ojo, diente por diente”. Luego les tomaron fotos, los hicieron firmar unos papeles y los amenazaron de muerte si abrían la boca.

Horas antes de la entrega del cuerpo —según denuncias locales—, simpatizantes del partido de gobierno compartían en redes sociales imágenes horrendas del cuerpo de Rostrán Polanco.

Aparecía ensangrentado en un charco, esposado, aún vivo, con una mueca de dolor en su rostro, las vísceras expuestas y un fusil AK-47 a su lado, una canana como camisa y magazines de tiros a su lado.

El sepelio de Darwin se realizó el mismo sábado que la Policía arrojó el cadáver en el patio: bajo la lluvia, la familia y unos pocos vecinos enterraron al joven en un rústico ataúd de tablas de pino sin curar, mientras patrullas y policías vigilaban la escena.

Detrás de la sonrisa de Valentina había mucho dolor, dice una compañera de la universitaria.

Caso 3: La despedida de Valentina

“Conocí a Valentina. Iba a venir conmigo por el Río San Juan a Costa Rica, pero salí antes y no pude despedirme de ella. Siempre supe que necesitaba ayuda, que las huellas de la represión y las historias que conocimos en las trincheras nos habían envenenado de miedo el corazón”.

“Rosa” compartió semanas de protesta con Valentina y supo, días antes de su muerte, que la muchacha estaba en un estado de depresión profunda por el deterioro de su vida personal, por el exilio de amigos y familiares, por la división de su familia y por los recuerdos del terror vivido en Nicaragua.

“Había pasado varias semanas sin hablar con ella ya que cada quien estaba sobreviviendo a su manera, curando sus heridas como podía. Ella solía escribirme sobre recuerdos alegres y de jodederas de la universidad. Noté que detrás de esos mensajes había mucho dolor”, dijo Rosa, exestudiante de Derecho de la UCA.

Rosa y Valentina comentaban con espanto la historia de una ex atrincherada de la UNAN, a quien los paramilitares capturaron y violaron en masa hasta dejarla en coma en el hospital. Eso las marcó.

“Mira, si a mí me pasa algo así, yo prefiero morir, y si no puedo, porque soy cobarde, mátame tú”, habría dicho Valentina a Rosa en una de esas noches de confidencias.

Valentina G. participó en las marchas cívicas de abril, en la rebelión de Monimbó y Masaya, estuvo atrincherada en la UNAN y sobrevivió a la masacre policial en la iglesia Divina Misericordia.

Luego se unió a las plataformas de activismo digital y formaba parte de los comités de solidaridad de las víctimas de las Madres de Abril.

En la Navidad, antes de su muerte, fue denunciada por unos parientes como “golpista” y la Policía cateó una vivienda donde ella se había ocultado, pero Valentina ya había huido.

Para entonces ella ya estaba pasando por una depresión profunda que la llevó al suicidio, pero tuvo el coraje de anunciar su despedida el 6 de enero de 2020 en un blog, con un título perturbador: “Tipificación de suicidio: Anarquista”.

La despedida comenzaba así: “Una noche en mayo de 2018 estaba en una de las barricadas alrededor de la rotonda Rigoberto López Pérez. Creíamos que la dictadura estaba acabando y eso nos hacía reír. Mientras pasábamos el tiempo, yo hablaba sobre anarquía y un amigo mencionó que el único ‘anarquista’ real que él conocía se había disparado en la cabeza. Se llamaba A, estudiaba Derecho y participó en la toma de la UCA durante el 6 %”.

“No conocí a ese chico, no sé los detalles de su sufrimiento; lo que sé es que fue un anarquista que quería dejar de vivir, y creo que lo entiendo. Según lo que me contó mi amigo, tal vez ese chico vio la realidad. Si alguien va a decir algo sobre mí, espero que sea algo similar: que fui anarquista y que vi la verdad”, relató en el blog.

El blog detallaba el trauma que había acumulado: “La verdad es simple: estoy cansada de tanto sufrimiento. Ya no estoy evadiendo balas en una barricada todos los días, y no veo otra cosa tan importante como eso. No sé quién soy después de todo eso y me aburro mucho, supongo que parte es estrés post traumático, parte del existencialismo innato de todo ser racional”.

Profundamente afectada por las disputas políticas de la oposición posteriores a 2018, Valentina decidió enfrentar sus demonios: “Vivo en una dictadura, pero mi vida es mía. No tengo por qué seguir soñando con los cadáveres que he visto. No quiero nada que ver con reuniones políticas llenas de discursos vacíos; la moralidad superficial de ese juego político es un reflejo del ego y del deseo de poder. Eso es todo lo que queda”.

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