14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

“Qué curioso”

En la historia de la medicina existen muchas curiosidades que han cambiado drásticamente el rumbo de nuestras vidas.

En 1860 Louis Pasteur crea la teoría de los gérmenes, teoría que termina consolidándola un año más tarde (1861) y que inspiran al médico inglés Joseph Lister a inventar el ácido carbólico para esterilizar los instrumentos quirúrgicos.

Este último, despierta a su vez, una gran admiración en un cirujano escocés que por 1915 durante el primer gran conflicto bélico del s. XX a sus 71 años, luchaba por salvar vidas humanas devastadas por la guerra. Su nombre se asociaba a otra curiosidad: Alexander Ogston, quien unas décadas antes cerca de 1870 curando una herida infestada y purulenta en un paciente llamado James Davidson, examinó en el microscopio el pus que drenó de ella, descubriendo agrupaciones de pequeños organismos redondos muy parecidos a los racimos de las uvas que bautizó con el nombre de Estafilococos. Debridando extensivamente la herida, usando el ácido carbólico y otros consejos de Lister, salvó la vida del señor Davidson.

Pudo, con esa curación casi milagrosa para su tiempo, escribir: “Después de cada operación, esperábamos temblando el temido tercer día, cuando se establecía la sepsis”.

El doctor Ogston, luego de visitar a Lister y observar como cirugías complejas sanaban sin infectarse, llegó a su hospital, Aberdeen Royal Infirmary, a romper el cartel que había a la entrada del salón de operaciones que decía: “Prepárese para encontrarse con su Dios”.

El ácido carbólico y los consejos adicionales del doctor Lister merecieron el aplauso y hasta poemas de parte del alumnado médico del hospital de Aberdeen.

Sin embargo, no todos aplaudían. Me contaba el doctor Alfonso Argüello Cervantes, profesor y cirujano laureado en Francia por sus descubrimientos de anatomía, que cuando regresó a Nicaragua cerca de 1928 después de haberse graduado de médico en La Sorbona, obligó a sus asistentes y alumnos a implementar las normas de Pasteur y Lister en el hospital escuela San Vicente de León.  Algunos de sus alumnos y colegas, en vez de aplaudir y hacer versos, se resistían a implementar estos métodos teniendo que hacer grandes esfuerzos para educar a las nuevas generaciones. Me imagino, que otros médicos nicaragüenses que llegaban igualmente educados de Francia como los doctores Humberto Tijerino, Alcides Delgadillo, Luis Alberto Martínez y Henry Debayle sufrieron las mismas dificultades y muchas desilusiones.

Cuando mencioné que había otra curiosidad con el nombre del doctor Alexander Ogston fue porque otras dos personas más con el nombre de Alexander completaron ese ciclo que le dio un giro de casi 360 grados a la medicina occidental.

En 1928 Alexander Fleming descubre por casualidad el hongo Penicillum al observar que uno de sus cultivos de Estafilococos aureus había sido contaminado por el hongo y que, en dicha área de contaminación, la bacteria había dejado de crecer eliminándose por completo. Asombrado, exclamó en voz alta preguntándose así mismo: “Qué curioso”.

Se tuvo, sin embargo, que esperar unos años más cuando científicos de Oxford hacían experimentos en ratones, para determinar la toxicidad y las cantidades necesarias del hongo, para poder bloquear con efectividad la bacteria. Hasta que decidieron usarla en el primer humano que, para más curiosidad, se llamaba Albert Alexander a quien la penicilina mejoró por unos días, pero debido a la baja potencia del hongo y las escasas cantidades que le suministraron, no fue posible salvarle su vida.

Fue cuando ocurriendo milagro tras milagro, la bacterióloga del país “enemigo de la humanidad” que ha salvado más vidas que los que se llaman “amigos de la humanidad”: Mary Hunt, es quien encuentra una cepa más fuerte y eficiente del hongo en un melón de un simple supermercado en Peoria, Illinois.

Es del Penicillum de ese melón de donde procede básicamente toda la penicilina del mundo y que después de habérsele raspado el hongo, fue consumido también curiosamente por sus investigadores.

Pasteur, Lister, los tres Alexanders, Mary Hunt y un melón abrieron las puertas al mundo nuevo de los antibióticos y la esterilización que han salvado y siguen salvando millones de vidas humanas.

Para tener una idea de este gran paso, en 1941 antes de implementar estos hallazgos, el Boston City Hospital reportó una tasa de mortalidad del 82 por ciento por infecciones causadas por estafilococos.

No es menos casualidad que hace unos días en EMBO Molecular Medicine, se publicó un artículo donde se asegura que una simple dosis de un anticuerpo molecular (anti lyssavirus, F11) es capaz de tratar los síntomas de la rabia en humanos. Louis Pasteur nos bendijo en 1885 con la creación de una vacuna para prevenirla, pero el tratamiento de la enfermedad una vez establecido los síntomas, no ha sido posible desde que se reportaron los primeros casos 600-1000 años (a.C.). Desde 1970, 3 millones de casos se han reportado con síntomas de rabia de los cuales solo 30 han sobrevivido con secuelas neurológicas severas.

Ni tampoco es casualidad que dos científicos estadounidenses-húngaros hayan sido premiados con el nobel de medicina 2023, por descubrir un método efectivo de vacunación contra el covid-19 modificando el ARN, salvando así a millones de seres humanos.

La serendipia de estos hallazgos seguidos del espíritu luchador y científico de unos pocos hombres y mujeres, muchas veces afrontando la burla de ignorantes y poderosos, asociados a las tribulaciones de guerras y devastadoras epidemias, no son casualidades y, al igual que el doctor Fleming en 1928, también hoy nos hacen gritar en alto: “Qué curiosidad”. 

El autor es médico y cirujano

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí