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Diez datos sobre el Comandante 3-80, máximo líder de la Contra 

Enrique Bermúdez confió en que, luego del desarme, en Nicaragua había iniciado una época de paz. Fue asesinado el 16 de febrero de 1991, poco después de escribir una carta en la que responsabilizaba a los sandinistas si algo le ocurría.

Formación. Enrique Bermúdez Varela nació el 11 de diciembre de 1932 en León y desde muy temprana edad ingresó a la Guardia Nacional, pues estudió el bachillerato en la Academia Militar de Nicaragua. Luego estudió Ingeniería Civil y Militar en Brasil y en la famosa Escuela de Las Américas, del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos. Hablaba cuatro idiomas: inglés, portugués, francés y español. En los últimos años de la guerra que derrocó a los Somoza, Bermúdez vivió en Washington como agregado militar en la Embajada de Nicaragua, jefe de la Delegación de la Junta Interamericana de Defensa, y delegado por Nicaragua ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de Naciones Unidas (ONU). En los años ochenta recibió el seudónimo de lucha Comandante 3-80 porque ese fue su número de graduado de la Academia Militar.

Familia. En 1965 fue enviado a República Dominicana como segundo jefe del destacamento de 300 soldados que Anastasio Somoza Debayle dispuso para apoyar la invasión norteamericana a ese país, con las denominadas Fuerzas Interamericanas de Paz, que contaban con el visto bueno de la Organización de Estados Americanos (OEA). En República Dominicana conoció a Elsa Italia Mejía, quien sería su esposa hasta el día de su muerte. Con ella procreó 3 hijas y 1 hijo.

Contra. Con el apoyo de la CIA y el gobierno de Estados Unidos, en 1979, casi inmediatamente después del triunfo de la revolución, logró organizar a unos 300 hombres para combatir a los sandinistas desde la frontera con Honduras. Bermúdez fundó la Legión 15 de Septiembre y conformó el Frente Democrático Nicaragüense (FDN), más tarde llamado Resistencia Nicaragüense, que aglutinó a aproximadamente el 80 por ciento del total de las fuerzas armadas antisandinistas. Llegó a ser el jefe supremo del FDN y de toda la Contra hasta su retiro en diciembre de 1989, cuando arrancaron las negociaciones políticas con los sandinistas en Sapoá. 

Amenaza. En noviembre de 1990, durante su primer viaje a Nicaragua desde el final de la guerra, Enrique Bermúdez recibió aviso de que lo querían matar. Aristides Sánchez, excomandante de la Contra, había sido capturado la noche del 15 de noviembre y torturado por agentes de seguridad de la Policía Nacional, quienes lo acusaron de portación ilegal de armas de guerra. Entre sesiones de tortura en El Chipote, un supuesto alto mando policial le dijo que Bermúdez sería el siguiente “contra” muerto, de acuerdo con el testimonio brindado meses después por Sánchez ante un Comité Senatorial de Estados Unidos. Liberado el 21 de noviembre, Sánchez llamó a Miami para advertir sobre la amenaza a la esposa de Bermúdez y le pidió que le aconsejara salir del país o refugiarse en una embajada. Según Sánchez, entre sus torturadores estaba René Vivas Lugo, entonces jefe de la Policía. 

Última carta. Habiendo recibido aviso de que existía un complot para matarlo, el 21 de noviembre de 1990 Enrique Bermúdez envió una carta al cardenal Miguel Obando y Bravo en la que explicaba que el gobierno creía que él era el responsable de gran parte de las protestas campesinas antisandinistas que se vivían en el campo, donde los desmovilizados de la Contrarrevolución exigían el cumplimiento de los acuerdos del desarme. En la carta expresó que consideraba las amenazas de muerte “una actitud inmoral y de venganza en contra de aquellos que valientemente combatieron y que tuvieron el patriotismo y el coraje de entregar sus armas de buena fe, creyendo que había llegado el inicio de una nueva era de paz”. En el último párrafo responsabilizó anticipadamente a los sandinistas por su muerte. “Si algo me sucede, hago responsable de mi suerte a todas las personas que en contubernio con los sandinistas están prestándose a este abuso y violación de los derechos humanos míos y de aquellos que están siendo perseguidos actualmente”. Fue asesinado dos meses y medio después. 

Asesinato. El 7 de febrero de 1991 Bermúdez volvió a Nicaragua por segunda vez. De acuerdo con posteriores declaraciones de amigos y familiares, ese último viaje estuvo motivado por el interés de recuperar las propiedades que los sandinistas le habían confiscado en los años de la revolución, entre ellas una mansión situada en Las Colinas. Durante su breve estancia en Managua, habitó en una casa de Bello Horizonte. La noche del sábado 16 de febrero recibió una misteriosa llamada y salió para encontrarse con alguien en el Hotel Intercontinental de Managua, hoy Crown Plaza. Nunca halló a la persona que estaba buscando. A eso de las 9:30 se aburrió de esperar y se dirigió al parqueo para abordar su camioneta cherokee azul. El asesino se acercó en silencio y le disparó dos veces a la cabeza. 

Arma.  De acuerdo con la autopsia realizada en Estados Unidos en octubre de 1991, el arma utilizada para matar a Bermúdez fue una pistola ComBloc, de fabricación soviética, que usaba los mismos proyectiles del fusil Ak-47 calibre 32. Se trata de una pistola ligera, con dos cañones cortos, capacidad para cargar dos balas y un alcance de 100 metros. Funciona a presión de aire y, debido a la ausencia de pólvora, no deja huellas ni produce sonidos de explosión al disparar. Requiere manejo especializado y cercanía con el objetivo para mayor efectividad. Es un arma diseñada para asesinar en silencio y con más probabilidades de impunidad. Su uso está restringido a nivel mundial y dejó de fabricarse en 1989, casi dos años antes del asesinato de Bermúdez.

Contradicciones. En 1991 fue conformada una comisión para esclarecer el asesinato de Bermúdez; pero ante el pobre avance de las investigaciones de la Policía, que más bien parecía querer despistar, el grupo se disolvió siete meses después de su creación. Testigos imposibles condujeron a falsos rastros y no hubo consistencia ni siquiera en el resultado de las autopsias. En Nicaragua le practicaron tres contradictorios exámenes forenses, donde le extrajeron todas las vísceras, sin permiso de la viuda. Al cabo se dijo que el crimen se había cometido a distancia, con un balazo en la base del cráneo, en trayectoria ascendente de izquierda a derecha. Sin embargo, la autopsia realizada en Miami por el doctor Joseph H. Davis, examinador médico del condado de Dade, demostró que a Bermúdez lo asesinaron con un arma soviética y dos balas simultáneas en la región parietal derecha de la cabeza, con trayectoria de derecha a izquierda y disparadas a escasos 50 centímetros del objetivo.

Cacería. Por sus características, el asesinato de Enrique Bermúdez fue el más sonado crimen político de comienzos de los noventa, pero no fue el único. Terminada la guerra en las montañas, la Resistencia Nicaragüense continuó sufriendo bajas a razón de dos exmiembros por semana. El Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos compiló una lista de centenares de excontras asesinados a partir del 25 de abril de 1990, entre ellos cinco excomandantes del Estado Mayor de la Contrarrevolución: Enrique Bermúdez (3-80), Francisco Ruiz Castellano (Renato), Israel Galeano Cornejo (Franklin), Diógenes Membreño Hernández (Fernando), Manuel Antonio Rugama (Aureliano), más siete comandantes regionales y 205 comandos. 

Misterio. A 32 años de su asesinato, el crimen del Comandante 3-80 continúa en la impunidad. No se sabe a ciencia cierta quién disparó el arma ni quiénes planearon el asesinato. Sin embargo, en febrero de 2021 Luis Fley, el antiguo “Comandante Johnson” de la Contra, sugirió por primera vez un nombre y un apellido. En declaraciones al medio Café con Voz, aseguró que Bermúdez le había comentado que Benito Bravo, un exmiembro de la Guardia conocido como “Comandante Mack”, que formó parte de la Resistencia y que luego se plegaría al sandinismo de Daniel Ortega, le había insistido para que se vieran. “Nunca lo he dicho, no lo comparto, es parte de mi archivo histórico, (pero Bermúdez) me dijo una semana antes ‘Benito Bravo me ha estado llamando, quiere reunirse conmigo, yo no tengo nada que hablar con Benito’”, rememoró Fley en esa ocasión. “Yo sospecho que quien lo llamó fue José Benito Bravo, ahora yo lo digo porque el Covid-19 se lo llevó y ya no tengo temor a ser asesinado”. 

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