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Zeus Xenios y Las Suplicantes; los migrantes y los exiliados

La migración y el exilio constituyen en la actualidad uno de los principales problemas de la nación nicaragüense, tan pródiga en dificultades. En la historia política nacional siempre hubo migraciones y exilios, pero no tanto como ahora.

Se conoce que la migración es un fenómeno humano que tiene causas socioeconómicas y existe desde el tiempo del origen de la humanidad. El exilio, cuya causa y razón es esencialmente política, es menos antiguo, pero se practica desde los tiempos de la Grecia clásica. Fue establecido por los atenienses como castigo para quienes por sus delitos o conducta política indebida no merecían seguir viviendo en la ciudad-Estado.

Los antiguos griegos de Atenas llamaron ostracismo al exilio, porque escribían en el interior de una concha de ostras el nombre de la persona a la que mediante votación se decidía expulsarlo de la ciudad.

Pero las personas enviadas al ostracismo y las que emigraban por su voluntad, allí donde llegaban y se establecían eran acogidas amistosamente y ayudadas en lo que necesitaban. Eso era un deber esencial de la gente determinado por su cultura y su religión manifestada en los diversos mitos con los cuales expresaban con elocuencia sus creencias.

De allí que una de las advocaciones con la que se rendía culto al dios supremo del Olimpo, era la de Zeus Xenios. Este sobrenombre derivaba del concepto griego xenia que se refería a la persona extranjera, al emigrante, pero también a la hospitalidad que se les debía brindar. Por eso es que ahora se le llama xenofobia al sentimiento y la manifestación de odio, aversión y rechazo a los extranjeros.

Por cierto que también a la diosa Atenea, aunque menos que a Zeus, se le veneraba como protectora de los extranjeros, fuesen emigrantes o exiliados. Y de allí que se le llamara igualmente Atenea Xenia y con ese nombre se le invocaba y adoraba particularmente en Esparta.

En este sentido es clásico el pasaje homérico de La Odisea, cuando Atenea toma la forma de Mentes, rey de los tafios, quien se presenta ante Telémaco en Ítaca como un extranjero errante. Entonces el hijo de Odiseo lo recibe como un forastero que merece todas las consideraciones debidas por los mandatos de la cultura y la religión.

En tal contexto cabe mencionar también la tragedia clásica del antiguo teatro griego, Las Suplicantes, escrita por el gran poeta Eurípides, en la cual se da una hermosa lección del derecho fundamental de asilo.

La obra se refiere al caso de las Danaides, que son las cincuenta hijas de Dánao a quienes se les pretende casar por la fuerza con los cincuenta hijos de Egipto, que son sus primos. Como ese casamiento significaría la esclavitud para las Danaides huyen hacia Argos donde se refugian y piden asilo al rey Pelasgo.

El asunto es grave porque los hijos de Egipto han ido tras las Danaides y darles asilo significa para Argos entrar en una guerra con Egipto, la que Pelasgo y el pueblo argivo no la necesitan ni la desean. Las Danaides suplican (y de allí el título de la obra: Las suplicantes) el refugio y asilo en Argos que Pelasgo debe autorizar, lo cual significa una tremenda responsabilidad para él.

Entonces, ¿qué hacer? La respuesta consiste en que es más poderoso el deber moral y religioso que el temor a la guerra, y Pelasgo concede el asilo a las Danaides. Ante tal decisión, Dánao, el padre de las Danaides, pronuncia unas palabras memorables que son como la fundamentación ética original del derecho universal de asilo.

“Podremos vivir aquí libres, y sin que mortal alguno pueda reclamarnos, gozando del derecho de asilo: nadie, ni ciudadano ni extranjero, nos arrancará de estos lugares. Notado de infame será y desterrado por el pueblo, cualquier argivo que no acuda en nuestro socorro, si por ventura tratase de usar la fuerza. Tal fue la sentencia que en pro nuestro obtuvo el rey de los pelasgos con su persuasiva palabra: ´Cuidad, les decía, no amontonéis para lo porvenir sobre la ciudad de Argos la tremenda cólera de Zeus, que protege a los suplicantes (de asilo). Ved que dos veces lo agraviaríais, por huéspedes y por ciudadanos, y que sería esto afrenta manifiesta de nuestra ciudad y principio de males sin remedio”.

Palabras aquellas, contenidas en Las suplicantes, de Eurípides, para conservarlas en la perennidad de la memoria humana y que ojalá fuesen siempre respetadas.

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