Luis Arnulfo Quiroz tenía 21 años y era un estudiante universitario cuando el 25 de agosto de 2018 fue encarcelado junto con seis líderes del Movimiento Estudiantil 19 de Abril, de León. Un mes después, la Policía al servicio del régimen de Daniel Ortega presentó a estos jóvenes como autores de la quema del Club Universitario de la Universidad Nacional (CUUN) y fueron acusados de terrorismo. Quiroz se convirtió en uno de los voceros más importantes dentro del Movimiento y una de las caras más reconocidas en la Ciudad Universitaria.
Estuvo siete meses en la cárcel —en la Dirección de Auxilio Judicial y en el Sistema Penitenciario Jorge Navarro, conocido como La Modelo— hasta que fue liberado el 5 de abril de 2019, tras la aprobación de la cuestionada Ley de Amnistía. Sin embargo, la libertad la sintió aquel 17 de enero de 2020 cuando el avión que lo llevaría a Estados Unidos despegó de Managua. Sabía que una vez que llegara a suelo norteamericano se enrumbaría hacia Canadá.
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Estuvo 15 días en Miami, luego se trasladó a Maryland y por último llegó a Nueva York, desde ahí buscó la frontera norte para llegar a Roxham Road, donde se entregó a los oficiales de Migración canadiense el 8 de marzo de 2020.
Quiroz es oriundo de San Juan de Limay, en Estelí, y antes de convertirse en preso político estudiaba el quinto año de Comunicación Social en la UNAN-León. Y aunque salió de manera legal, el trayecto más largo de su viaje lo vivió en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, en Managua, donde fue retenido durante dos horas y revivió el miedo de ser encarcelado nuevamente.
“Se me fue llevado a una sala de interrogatorio, creí que no me iban a dejar salir o que me iban a echar preso. Me interrogaron por dos horas preguntándome por qué llevaba una Bandera de Nicaragua en la maleta, que a dónde iba, por cuánto tiempo iba, si pretendía regresar o quedarme y señalándome que yo estaba acusado de terrorismo, lo que provocó que la aerolínea me hiciera dos interrogatorios más. Me custodiaron hasta los policías… yo me sentí seguro hasta el momento que el avión despegó”, recuerda.

“Decidí salir de Nicaragua porque la situación de hostilidad y persecución se había vuelto insostenible y me vi en la obligación por salvaguardar mi vida. Llegué a EE. UU. y ahí haciendo una valoración de posibilidades y de la mejor opción, me decidí por Canadá porque me ofrecía o garantizaba las condiciones mínimas de poder empezar de cero”, confiesa Quiroz a LA PRENSA.
Aprendió los dos idiomas
Del suelo nicaragüense además de extrañar a su familia, extraña su pueblo, San Juan de Limay, el lugar que lo vio nacer el 28 de enero de 1996. “En ese lugar nací y me vio crecer. Extraño a mi familia, y a todo lo que me ha hecho crecer y ser lo que soy”, dice Quiroz.
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El idioma, para muchos migrantes que llegan a Canadá, es la principal barrera, y para Quiroz también lo fue, sin embargo, logró vencerla. De hablar y dominar solo su idioma natal, hoy maneja dos más: inglés y francés. “Yo llegué a Canadá sabiendo que aquí en Quebec se hablaba Francés, me vi en la necesidad de tener que entrar a la escuela para aprender francés. Al día de hoy hablo francés e inglés, el último que aprendí en el transcurso del tiempo ante la necesidad de sobrevivir. Yo llegué a este país hablando solo español”, dice Quiroz, quien ya es un refugiado en proceso de residencia permanente.
Indica que aunque en el proceso de refugio recibió todo el apoyo y las condiciones básicas para empezar de nuevo, el haber dejado su país y empezar de cero no es nada fácil. “La transición de dejar tu país y empezar tu vida de cero en otro, el choque cultural, el cambio de idioma, todo es un proceso que tenés que asimilarlo, no es tan fácil por mucho apoyo que tengás aquí”, reconoce.

Desde que llegó se asentó en Montreal, una ciudad de la provincia de Quebec. Ahí ha podido continuar algunos estudios que le han permitido reconectarse con su experiencia académica que en Nicaragua, afirma, “me fue truncada”.
Actualmente trabaja como operario de máquinas en una empresa que fabrica uniformes para bomberos y paramédicos. “Esto es nuevo para mí, pero me gusta el área industrial, yo manejo una máquina con sistema operativo computarizado en donde ingreso los comandos de cortes para la máquina, soy el encargo para seleccionar las piezas que se van a ensamblar, es un trabajo dinámico. Siento que es algo que me facilita poner en práctica mis conocimientos como profesional y ya ir forjando una vida profesional”, manifiesta.

A pesar de los desafíos, en Canadá “he obtenido grandes recompensas, entre ellas aprendí dos idiomas, he sacado dos cursos, intercambios interculturales con otros países, sigo haciendo voluntariado y he apoyado a mi país desde la incidencia política interna que me ha permitido reunirme con políticos canadienses en la lucha por la libertad de Nicaragua”, asegura.
Quiere convertirse en un trabajador social
En su país, la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo le cercenó el derecho de culminar su carrera profesional, sin embargo, para él eso no ha significado un obstáculo en sus metas. Ahora busca abrirse paso en ese país como trabajador social.
“No logré culminar mi carrera en la universidad y aquí volviendo a reconectarme con esa parte he comenzado a hacer las gestiones para la posibilidad futura de regresar a la universidad, no para estudiar Comunicación Social, porque considero que los conocimientos adquiridos no son validados por un documento (diploma), he optado por estudiar (la licenciatura en) Trabajo Social en la Universidad de Montreal durante tres años y poder ejercer aquí”, cuenta. Actualmente hace voluntariado en organizaciones de ayuda a migrantes.
Aunque desde que salió de Nicaragua decidió desconectarse de la esfera política y la situación actual del país, decisión que tomó ante la necesidad de reencontrarse con él mismo, en Canadá forma parte de la comunidad nicaragüense organizada.

“Con el tiempo opté por sanar psicoemocionalmente todas las heridas (…) entendí la necesidad de dedicarme el tiempo, por esa razón decidí retirarme de todas las plataformas y esferas políticas para dedicar ese tiempo de reencontrarme, de sanar y volver a estar en la capacidad futura de decir que estoy preparado para continuar apoyando a mi país”, dice.
Quiroz, sin embargo, ha encontrado formas de apoyar a los nicaragüenses. “Aquí en Canadá he tenido la función de ayudar a otros nicaragüenses a facilitarle información que le sirva en el proceso de llegada, darle seguimiento a su caso para ayudarles a conectarse con organizaciones que le permitan obtener los recursos necesarios para continuar con sus procesos, y trabajando con la incidencia política interna para obtener encuentros con políticos y funcionarios que nos permitan tener acceso para el programa de reasentamiento para nicaragüenses”, comparte.
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El sentimiento de patria dice que lo sobrelleva con el método de hacer comunidad y contacto con otros connacionales radicados o refugiados en Montreal. “Siento que es la forma más certera y cercana porque podés revivir ese sentimiento patriótico con la música, la comida, el deporte, la cultura y todo aquello que como nicaragüenses nos identifica y une”.
Secuelas del encarcelamiento
Durante los siete meses que estuvo injustamente encarcelado por su activismo político, recuerda que escribió una serie de cartas donde denunció los abusos que sufría junto a los demás presos políticos. Narra que en una ocasión un carcelero lo agarró del pelo y lo arrastró por el pasillo, y en las últimas semanas de su cautiverio tuvo que “beber agua de la pileta del inodoro”.
Poco después de haber llegado a Montreal, Quiroz fue diagnosticado con estrés postraumático y en reiteradas ocasiones tuvo que tomar medicamentos para manejar la ansiedad y las crisis de pánico que afectaban su día a día.
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“Las secuelas más grandes que me tocó sanar aquí es revivir esos momentos que inevitablemente se me venían a la mente. Al inicio ver una patrulla de Policía me generaba, inconscientemente, ansiedad y pánico. Aunque yo entendía que era otro país, era otra Policía, que no era la misma de Nicaragua, era inevitable que mi mente y mi cuerpo no reaccionaran. También cuando caminaba en la calle sentía como si alguien me seguía, eran cosas que me pasaban al inicio y que con el tiempo, con ayuda de terapia y hacer conciencia de que estaba en otro país, he superado”, afirma el joven.
En la actualidad dice que solamente padece de insomnio crónico. “Tomo pastillas para conciliar el sueño, como consecuencia de las torturas y el trato inhumano que sufrí en el encarcelamiento”.
Quiroz tiene esperanzas de regresar a Nicaragua. Trata de pensar en que va a volver y para eso se prepara “para poder aportar positivamente a mi país”. Espera, además, ver la salida de la dictadura de Ortega, “porque para eso estamos trabajando mucho desde la incidencia política”, reitera.