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Varios presos políticos han sido enviados a régimen de máxima seguridad y la dictadura de Daniel Ortega los ha privado derechos que otros grandes criminales en otros países, todavía tienen. LA PRENSA/ARCHIVO

El Chipote y El Infiernillo superan en restricciones a cárceles de máxima seguridad de otros países

Aunque El Chipote no es considerada una cárcel de máxima seguridad, los presos políticos fueron sometidos a restricciones que ni el Chapo Guzmán sufre en su encierro en Estados Unidos

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En Nicaragua, oficialmente existe solo una cárcel de máxima seguridad, que es la galería 300 del Sistema Penitenciario Nacional Jorge Navarro, mejor conocido como “La Modelo”, en Tipitapa. Estas celdas fueron construidas en 2015, y según el defensor de derechos humanos, Pablo Cuevas, fueron hechas con un solo objetivo: “propiciar el mayor dolor posible al prisionero”.

Es una cárcel hermética. “Ellos querían copiar a las cárceles de Estados Unidos, pero las cárceles en Estados Unidos son climatizadas, y en Nicaragua con la temperatura que hace, eso se convierte en un infierno”, dice Cuevas. En estas celdas es donde se supone que encuentra recluido el obispo de la Diócesis de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez.

Otro que está en una celda de máxima seguridad, pero en Estados Unidos y con mejores condiciones que las de la 300, es Joaquín “el Chapo” Guzmán, quien llegó a ser el narcotraficante más poderoso del mundo.

El Chapo está condenado a prisión de por vida y se encuentra recluido en la prisión de máxima seguridad de Florence, en Colorado, Estados Unidos. A pesar de que se ha quejado de las condiciones en las que lo tienen las autoridades estadounidenses, lo cierto es que tiene acceso a cosas que el régimen de Daniel Ortega ha restringido a los presos políticos.

El narcotraficante ha podido comunicarse con sus abogados, mandar cartas a sus familiares y hasta pudo pedirle al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que gestione su repatriación.

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“De abril a la fecha (noviembre de 2022) me han sacado a un corralito que mide 2 metros de ancho por 2.5 metros de largo, una vez por semana. Máximo tres veces a la semana por dos horas”, le relató el Chapo a su abogado José Refugio Rodríguez.

A los presos políticos tampoco les permiten material de lectura, ni un lápiz o papel, ni ningún tipo de recreación, mientras El Chapo se quejó en enero pasado que en el televisor que tiene en su celda solamente hay dos canales en español y el resto están en inglés.

Al Chapo también le permiten dos llamadas de 15 minutos al mes.

El Chapo Guzmán permanece detenido en una cárcel de máxima seguridad en Colorado, Estados Unidos. ARCHIVO

La abogada venezolana y directora ejecutiva del Instituto Casla, Tamara Suju, afirmó el pasado mes de febrero que la dictadura de Daniel Ortega aplica la “tortura blanca” a los presos políticos. Este tipo de procedimiento tiene su origen en el sistema comunista que aplicó la KGB de Rusia y que luego fue transmitida a los cubanos, y que según la teoría de Suju, estaría siendo transferida a las dictaduras de Venezuela y Nicaragua.

La tortura blanca consiste en aislar a los presos políticos, privarlos de la luz, de material de lectura, quitarles todo tipo de sensibilidad, negarles atención médica, prohibirles hablar y hasta ver a sus familiares. Este tipo de tratos han sido denunciados por la mayoría de los excarcelados políticos que estuvieron en El Chipote, el cual no es una cárcel de máxima seguridad.

Este tipo de tratos ni siquiera debería ser recibidos por un reo que esté en máxima seguridad, explica el especialista en derechos humanos Uriel Pineda, pues si se le quiere privar de alguno de estos derechos a una persona, debe haber una justificación válida.

La principal característica de una cárcel de máxima seguridad es que siempre debe haber más custodios que reos, pero eso no significa que se le deba restringir del acceso a la comida, patio o sol, visitas familiares y demás derechos. “Esas ya son condiciones del trato humano a las personas privadas de libertad”, indica Pineda.

Muchas organizaciones defensoras de derechos humanos han denunciado los malos tratos que reciben los presos políticos en Nicaragua. AFP

Régimen injustificado

El especialista en derechos humanos, Uriel Pineda, explica que los privados de libertad deben ser separados en dos grupos: los que están siendo procesados, y lo que ya están condenados, pero también, se debe tener en cuenta que a una persona se le envía a un régimen de máxima seguridad siempre y cuando haya una justificación válida.

Pineda comenta que un reo puede ser llevado a máxima seguridad ya sea por la peligrosidad que represente, por su propia seguridad o por riesgo de fuga.

“La peligrosidad tiene que ver con la conducta de la persona privada de libertad en el centro de detención”, es decir, si esta pone en riesgo con su comportamiento a otros reos, a los custodios, o a sí mismo.

En Nicaragua solamente hay una cárcel de máxima seguridad ubicada en La Modelo. LA PRENSA/ ARCHIVO

“La seguridad tiene que ver con la posibilidad de que al estar en reclusión esa persona por su antecedente de vida o por grupos rivales, de pandillas, pueda estar en riesgo” y también está por el riesgo de fuga. “Aquí ya hablamos del crimen organizado. Posiblemente uno de los casos más representativos de riesgo de fuga pueda ser en México con los narcotraficantes o los jefes de cárteles”, explica Pineda.

“Ninguna de estas circunstancias concurren en los presos políticos (en Nicaragua) que están injustamente presos por la libre expresión de sus ideas y por mostrar una postura disidente respecto al gobierno. Ningún régimen de excepción justifica las condiciones que tienen los presos políticos en Nicaragua”, considera el especialista en derechos humanos.

La 300 y “El Infiernillo”

John Cerna estuvo en la galería 300 durante 1,075 días. Ahora se encuentra desterrado en Estados Unidos. El excarcelado explica que esa galería de máxima seguridad tiene seis módulos: cuatro construidos de este a oeste y dos más de norte a sur. Esos dos que están de norte a sur son a los que se le conoce como “El Infiernillo” por el calor insoportable que hace.

“Las peores celdas son de la 1 a la 12. De la 14 a la 26 afectan menos porque están del lado donde el sol amanece, entonces solo les da el sol de la mañana, sin embargo, del otro lado les pega el sol de toda la tarde y cuando se oculta el sol, el concreto comienza a sacar todo el vapor y desde los torreones tiran unos reflectores. Ahí hace calor las 24 horas del día”, describe Cerna

Cada módulo tiene 26 celdas con dos camarotes de concreto cada uno, una pileta y un hueco en el suelo donde hacen sus necesidades. Los módulos que están de este a oeste son de dos pisos y cada celda “es una caja de 27 metros cúbicos porque tienen tres metros de cada lado y un portón de dos pulgadas”, detalla el excarcelado.

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Algunas celdas tienen una ventana de 15 centímetros de alto, por 30 de largo. “Para julio de 2019, a cada una de las celdas de la 300 les instalaron unas cámaras en donde estás siendo vigilado todo el día”, comenta.

Pablo Cuevas cuenta que ha sabido de casos en los que el director de la cárcel de máxima seguridad, Roberto Guevara, es quien dirige golpizas contra los reos en la galería 300. “Él ingresaba a las celdas esas herméticas y junto a otros guardias les daban palo a los prisioneros políticos hasta el punto de desmayarlos o dejarlos medio muertos”, comenta.

Uno de los que más ha sufrido ese tipo de golpizas es el preso político Jaime Navarrete, asegura Cuevas, y agrega que los detenidos pasan semanas sin ver el sol. Entre los presos políticos que fueron liberados en 2019, dice Cuevas que hay algunos que presentaron daños en su vista.

El viejo y el nuevo Chipote

Si bien la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), mejor conocida como El Chipote no es una cárcel de máxima seguridad, Pablo Cuevas considera que es un lugar que tiene igual o peores condiciones que la galería 300, además del trato que se les da a los presos políticos que llegan a esta prisión.

Antes de que la DAJ cambiara de instalaciones, cerca de la carretera suburbana en Managua, en 2019, esta se ubicaba en la loma de Tiscapa. A estas celdas ahora se le conocen como El Viejo Chipote.

Cuevas relata que las condiciones del viejo Chipote eran deplorables, con celdas subterráneas que se inundaban en días de lluvias, cuartos de tortura y demás denuncias que a él le tocó recibir como defensor de derechos humanos.

presos políticos
Entrada al viejo Chipote en la loma de Tiscapa. LA PRENSA/ARCHIVO

En 2014, conoció un caso de una joven embarazada que fue acusada de narcotráfico junto a su padre. Él era transportista y ella era la encargada de controles administrativos de la empresa. “Ella me contó que la llevaron a una celda subterránea y se metió una boa en su celda. Ella gritaba casi a morir hasta que la oyeron los carceleros y llegaron a sacar a la boa. Ella después hasta se les arrodilló para que no la volvieran a meter a esa celda”, relata Cuevas.

Los carceleros llevaron a la joven a otra celda y días después, en el juicio, la mujer le contó al juez lo sucedido con la boa y este le permitió seguir el proceso bajo el régimen de casa por cárcel.

Además de serpientes, en el viejo Chipote había alacranes, tarántulas, cucarachas y todo tipo de insectos, sumado a las condiciones insalubres. Cuevas recuerda que varios presos políticos salieron de ese lugar “con los pies podridos, llenos de hongos, afecciones en su piel, sarna”.

De igual manera, Cuevas cuenta que supo de un cuarto de tortura en el chipote Viejo al que llamaron “El Caracol”.

“Ahí había tenazas, baterías de carro y las usaban para ponérselas en los genitales especialmente a los hombres y darles choques eléctricos”, asegura Cuevas, quien vio varios de estos casos en 2016 y 2017. “Esta práctica se generalizó en las otras estaciones policiales en la época de las protestas”, asevera.

Según el defensor de derechos humanos, estas prácticas eran dirigidas por encapuchados con acento cubano. “Yo trabajé de cerca con la Policía y después de 2010, la Policía empezó a ser entrenada de manera acelerada por los cubanos. Yo los escuchaba, sobre todo a los de asuntos internos, y muchos de los torturadores de ahí eran entrenados por los cubanos evidentemente”.

Cuando las instalaciones de la DAJ fueron movidas del lugar, la situación de las cárceles cambió. “Eso sí, las condiciones de tortura siguieron siendo las mismas”, señala Cuevas.

En el Nuevo Chipote, Cuevas dice que conoció casos en que metían a los reos en unas celdas pequeñas en donde solamente alcanzaba de pie y ahí los dejaban toda la noche o varios días. La persona pasaba de pie sin poder dormir, además de las luces encendidas las 24 horas, interrogatorios, golpes y amenazas con hacerle daño a la familia. “Son prácticas que trajeron desde el Viejo Chipote”.

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