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Nombres. Vino al mundo el 27 de noviembre de 1966 en Managua. Su hermana mayor eligió su primer nombre: Rolando. El segundo se debe a la devoción de su familia por San José.
Vocación. Desde niño quiso ser sacerdote. Usaba las faldas de su madre y hermana a manera de sotana y daba la “misa” para su familia. Se hacía llamar “padre Miguel”.
Amores. Antes de consagrarse a la religión tuvo tres novias y a los 20 años de edad pensó que había encontrado a la mujer que sería su esposa. Estuvo en un “camino de discernimiento” y al cabo de un año decidió seguir su vocación sacerdotal.
Padres religiosos. Su madre, la chinandegana Ángela Lagos, vendía atol y formaba parte del Camino Neocatumenal. Su padre, Miguel Álvarez, era un obrero capitalino que se congregaba con la comunidad Renovación Carismática.
Liderazgo. A los 10 años de edad ya dirigía el grupo juvenil de Los Carismáticos, en la iglesia de Campo Bruce, Managua. A los 14 renovó su bautismo.
Persecución. A los 16 años se opuso abiertamente al Servicio Militar Obligatorio. No le parecía correcto que el régimen pusiera armas en las manos de los muchachos, llevados por la fuerza a una guerra que se les hacía ajena. Se negó a unirse al ejército de “cachorros” y eso le valió dos o tres detenciones. Era tanta la persecución que finalmente tuvo que salir de Nicaragua para refugiarse en Guatemala.
Papas. Admira mucho la vida y el pensamiento de Benedicto XVI y ha leído todos sus libros. Pudo saludarlo personalmente dos veces, en 2008 y 2018. Antes, en 1994, se le presentó la oportunidad de ser ordenado por el mismísimo Juan Pablo II, mientras realizaba sus estudios en Roma. Pero Álvarez declinó respetuosamente la propuesta, puesto que su deseo era ser ordenado en su patria, Nicaragua. Nunca se arrepintió de su decisión.
Diálogo Nacional. En mayo de 2018 el obispo Álvarez fue parte del equipo de la Conferencia Episcopal, que sirvió de testigo y mediador en el Diálogo Nacional entre la oposición y el régimen de Daniel Ortega. Tras el fracaso de ese primer encuentro, en marzo de 2019 se organizó un segundo diálogo y Álvarez no estuvo presente. La dictadura lo vetó como testigo y mediador.
Acoso. A inicios de agosto de 2022 el régimen de Ortega llevó a otro nivel el asedio contra monseñor Rolando Álvarez y la Diócesis de Matagalpa. El 4 de agosto una fila de antimotines armados con cachiporras se apostó frente al portón de su domicilio en Matagalpa para impedirle que se movilizara. El sacerdote salió a la calle cargando la imagen de Jesús Sacramentado para rezar e intentar hablar con sus perseguidores.
Casa por cárcel. Tras mantenerlos confinados durante 15 días en la Curia de Matagalpa, en la madrugada del viernes 19 de agosto la Policía de Ortega asaltó el edificio para secuestrar al obispo y sus acompañantes: cuatro sacerdotes, dos seminaristas y un camarógrafo. La dictadura dejó a Álvarez en su domicilio familiar de Managua, imponiéndole “casa por cárcel”, mientras le realizaban una supuesta investigación por delitos como “organizar grupos violentos” y “ejecutar actos de odio en contra de la población con el propósito de desestabilizar al Estado de Nicaragua y atacar a las autoridades constitucionales”.
El camino difícil. El jueves 9 de febrero de 2023 le ofrecieron la oportunidad de volar hacia Estados Unidos, expatriado pero libre, junto a otros 222 excarcelados. Él se negó. En represalia, al día siguiente la dictadura lo condenó a 26 años de cárcel, lo despojó de su nacionalidad nicaragüense y lo trasladó de arresto domiciliario a la prisión La Modelo. Daniel Ortega dijo que la actitud del padre había sido de “soberbia”. Fuentes de la Iglesia católica informaron que el obispo aceptó con serenidad y entereza el destino que ha elegido, refiriéndose de esta manera a los exprisioneros políticos que subieron al avión: “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”.