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El huracán Ian y la solidaridad pública en Estados Unidos

El hombre como poblador de paso por este planeta es un conocedor en más o en menos de las calamidades y sacudidas a las que lo someten los desastres naturales, de las cuales se muere o se sobrevive según las circunstancias y las capacidades de respuesta de cada comunidad o nación. Son hechos ambientales y terráqueos que nos sacuden a veces cuando menos lo esperamos y otras por desatender los radares y mensajes de la propia naturaleza y de los sistemas de emergencia gubernamentales y privados, como recientemente aconteció en el sureste de Estados Unidos con el paso del huracán Ian, considerado por expertos  en la materia como el más mortífero desde el ocurrido en el estado de la Florida conocido como “el huracán del Día Trabajo”,  en 1935.

Ciclónico este  diluvio, como suelen ser estas tormentas de agua, truenos, sapos y culebras. Este desagüe líquido dejó con sus consecuencias hídricas una inversión en gasto público que casi ronda los 50 mil millones de dólares.

Yo los he vivido desde mi infancia en carne propia. Recuerdo mi primera experiencia en un paseo a la finca de mi tío Santos Martínez, en su vieja finca a orillas del río Grande de Matagalpa, en Esquipulas, Nicaragua. Al  regresar a Managua después de un paseo en un agosto perdido ya el año del suceso en mi memoria, debieron de pasarnos el río ya con sus aguas desbordantes, para regresar a Managua, en un pipante que usaban pobladores de la zona en épocas de invierno. Ya en la otra orilla proseguiríamos nuestro viaje a la capital. No olvido el rostro asustado de mi madre atravesando dichas aguas, vadeando con los remos quienes conducían la pequeña embarcación sobre  las peligrosas correntadas que aparentaban  serenidad sobre la superficie, pero que a la vez, ya arrastraban árboles, vacas, animales de corral, etc., en su desenfrenada furia líquida. 

Después recuerdo el huracán Fifí que azotó Honduras y Nicaragua. Posteriormente el Johana en los 80 en la Costa Caribe, luego el Mitch  en Managua (en el que trabajé como vocero del Comité de Emergencia presidido por el entonces vicepresidente de la República Enrique Bolaños). Y otros, hasta los que he enfrentado en Miami donde vivo desde 2018, teniendo la oportunidad reciente de haber trabajado en programas de ayuda estatal de la gubernatura de la Florida con Ron Di Santis a la cabeza, para apoyar a personas afectadas por el Ian.

Por otra parte recuerdo el terremoto de Managua en diciembre de 1972, cuando apenas tenía 8 años y viví el desplome de esa ciudad, esa que tanto amo y que a pesar de sus infernales calores siempre es para mí el mejor jardín del mundo.

Vuelvo al huracán Ian, el cual fue de categoría 4, poderoso y destructivo a finales de septiembre de 2022, ensañándose en los condados que afectó más en su embestida, tales como Lee, Orange, Charlotte, Collier, Sarasota, Manatee, Polk, Osceola Lake, Hendry y Hillsborough. De esos trabajé para la empresa Auctus, fundada por los nicaragüenses José, Carlos Andrés y Abraham Alfaro, hijos y padre respectivamente, la cual, asociada con otra de nombre Indelible, fueron contratadas para hacer llegar la ayuda económica a miles y miles de familias a través de la tarjeta asistencialista Food Stamp, en ciudades como Marco Island, Tampa, Orlando, Naples, Fort Myers y Fort Charlotte, localidades dañadas en sus casas, edificios, centros turísticos, hoteles y otras locaciones.

Más allá de las destrucciones y post reconstrucciones, afectaciones psicológicas (dejó alrededor de 110 muertes, contando con algunos de la isla de Cuba, donde se inició y otras tras víctimas en North Caroline, hasta donde llegaron sus devastadores tentáculos), lo que quiero resaltar es el espíritu de solidaridad oficial, ya sea estatal o federal ante este tipo de desastres, en no escatimar inversiones para ayudar a las familias afectadas, ya sea con apoyo en las pólizas de seguros de sus viviendas, con programas de —reconstrucción, apoyo económico para negocios como ocurrió con la pandemia del covid-19)— y otros tipos de apoyo sobre pérdidas domésticas. Lógico, esto solo puede darse bajo un sistema capitalista de libre mercado como lo es el de los Estados Unidos de América, e independientemente del partido de turno en el poder, sea Republicano o Demócrata, la solidaridad se patentiza en grandes proporciones.

Fue impresionante también, ya a nivel personal, el haber vivido una gran experiencia al lado de brasileños, mexicanos, centroamericanos, venezolanos y colombianos sobre todo, como parte del proceso y reacomodo de vida por parte de quienes somos parte de esta inmensa diáspora que nos acontece vivir, ya sea por causas políticas o económicas.  

Se dice comúnmente que Miami es “la capital del sol”, también de “las Américas”, pero así como decía el poeta Pablo Antonio Cuadra que Managua es la capital de los temblores, también esta ciudad lo es de los huracanes, donde sus habitantes retan y enfrentan a estas bestias indómitas de la naturaleza cuando se ensañan en la humanidad viviente, atlántica y apasionada.

El autor es consultor, escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos.  

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