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Las personas que quieren solicitar refugio en Costa Rica, ahora deben hacer fila durante cuatro o cinco días con sus noches. Óscar Navarrete/LA PRENSA

¡Refugio, por favor! Crónica de noches frías en Costa Rica

Las frazadas, cartón y papel de aluminio no son suficientes para cubrirse del frío. La lluvia lo empeora, y el rugir de las tripas hambrientas mezclado con el hedor a orina y heces, hacen que el desvelo en una cuneta se convierta en un martirio

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Son las 2:45 de la madrugada. Está impaciente. Los sentidos empiezan a fallarle por la borrachera del sueño. Las manchas oscuras debajo de sus ojos dicen claramente que este hombre no ha dormido en los últimos días. No es el único. Nadie de los que espera en esta cuneta ha dormido bien, si es que alguno ha logrado dormir.

Su nombre es Ricardo. Nos pide que no usemos su apellido por temor a represalias. Le gruñe el estómago de hambre porque hace un buen rato terminó de digerir la enchilada que le compró a un vendedor la mañana de ayer. De eso ya han pasado más de 12 horas, y sus tripas le piden más.

“Esto es inhumano”, dice Ricardo mientras ve a una familia con niños pequeños tratando de cubrirse del frío de esta madrugada. “Es para desanimar a la gente. No nos quieren aquí en su país, pero ideay, tenemos necesidad”, comenta otra nicaragüense que está tirada sobre un cartón en la cuneta y cubierta con una frazada de colores. Solo se destapa para que la escuchemos porque dice que el frío le congela la nariz.

Sus acentos apenas los delatan. En la cuneta hay colombianos, cubanos, venezolanos, nicas. Muchos nicas. A simple vista son unas 300 personas. Quienes llaman la atención suelen ser unos cheles, ojos azules. “Rubios, pelito de oro”, los describen. Son ucranianos huyendo de la guerra de su país. También han llegado rusos.

Todos formados en fila esperando el amanecer para solicitar refugio en Costa Rica. La nacionalidad es lo de menos. Cada noche, todos reciben de frente el frío vendaval que les lanzan unos enormes árboles de eucalipto que están en la acera frente a ellos y que todos estos días han servido de baño público.

La mayoría de las personas que solicitan refugio en Costa Rica son nicaragüenses. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Permanecer aquí es una mezcla de olores. Por un lado, llega hasta el olfato el hedor a orina y heces de varios días, y por momentos llega el agradable y dulce olor a vainilla y mantequilla que sale de una fábrica de galletas ubicada a unos 100 metros del lugar. Pero este olor no es tan agradable cuando se carga con el hambre de varios días.

El que jamás falta en estas largas noches de espera, es el frío. Cuando se oculta el sol, la temperatura en San José, la capital costarricense, puede caer hasta 13 grados. Esta madrugada está en 16, pero de repente cae una llovizna desde el cielo cargado de nubes rojizas.

Las frazadas, chaquetas, viejos edredones, cartón, papel de aluminio y todo lo que usan para tratar de calentarse, queda inútil con la lluvia. Hay preocupación. “Nos vamos a mojar el chiquito”, dice entre bromas un nicaragüense de apellido Rosas que nos pide no revelar su nombre.

Todos se agrupan contra la pared para tratar de evitar la lluvia cual pollitos de granja desamparados por mamá gallina. Piensan lo peor: va a caer muchísima agua. Guardan papeles, celulares y todo lo que se les pueda mojar, hasta que, en medio del apuro, la llovizna se detiene.

Los solicitantes de refugio ahora deben hacer fila por cuatro y cinco días con sus noches para pedir la protección internacional en Costa Rica. Muchos cargan con menores de edad y otros son adultos mayores. Óscar Navarrete/LA PRENSA

“Bendito sea Dios”, se escucha entre la gente. La brisa bastó para mojar el piso, los cartones y sábanas con las que se protegían del frío. Pero bueno, ya solo faltan tres horas para que empiecen a llamar a los primeros 50 de la fila.

Es una espera de sol a sombra para esta gente. La de Ricardo empezó el lunes 23 de enero. Ese día llegó a las seis de la mañana a la Unidad de Refugio en Costa Rica para solicitar protección internacional. Ahí le explicaron que debía irse a la cola de una enorme fila que llegaba a la esquina y daba la vuelta sobre una cuneta. Debía esperar a las seis de la mañana del día siguiente para ser uno de las únicas 50 personas que se atienden para este trámite cada día.

Esta madrugada de jueves está empezando su cuarto día de espera en la fila. No se ha movido porque aquí las cosas funcionan con una regla sencilla: el que se va, pierde su lugar.

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Un simple decreto lo cambió todo. El presidente costarricense Rodrigo Chaves ordenó que, desde el 1 de diciembre de 2022,la nueva manera para solicitar refugio sería presencial. Todas estas personas solamente tienen un mes desde el día en que entraron al país para hacer la solicitud, y si lo hacen un día después, el trámite puede ser rechazado.

Antes no había que pasar por esto. Las personas solamente llamaban a una línea telefónica habilitada para este trámite y se le indicaba el día y la hora en que sería atendido. Después, la persona llegaba a la Unidad de Refugio, hacía la solicitud y se retiraba con el carné. Sin pasar hambre, ni frío, ni soportar jornadas bajo sol.

La autoridades de Migración costarricense se ubican en la entrada de la Unidad de Refugio y coordinan la entrada de los migrantes cuando se abren las oficinas a las seis de la mañana. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Conflictos

Una morena con cabello trenzado se dirige a un grupo de mujeres nicaragüenses que está sentadas en el suelo.

—Este es mi lugar —les dice

—Aquí no había nadie. Usted se fue —le responde una.

—Este es mi lugar. Que se quite le digo

—No, si yo estoy desde el martes.

—¿Se quita o no se quita? —pregunta la morena mostrándole un cuchillo

Las otras mujeres se apartan temerosas de ser apuñaladas.

La frustración y la desesperación por la larga espera lleva a muchos a hacer este tipo de cosas, dice doña Carmen Medina, una mujer peruana que dice ser “gestora” y llega cada día a las cuatro de la madrugada a la Unidad de Refugio para ayudarle a las personas, a cambio de dinero, con sus trámites, a sacar copias, hacer impresiones, levantar textos y demás gestiones.

“El otro día un muchachito se desmayó porque tenía tres días sin comer, y ayer un niño de tres años también porque aquí los tienen como animales”, cuenta la mujer.

Minutos después que la mujer sacara el cuchillo, hay una tensa calma en la fila, y con más dramatismo que apuro, llegan dos agentes de la Policía de Migración que fueron alertados del suceso. Hablan por la radio, ven a la mujer, y se quedan de pie, vigilando en medio de la calle.

Una patrulla policial llegó tras ser advertidos de la amenaza que una mujer hizo a unas nicaragüenses con un cuchillo, pero los agentes solamente se detuvieron y a los pocos minutos se retiraron de la escena. Fue hasta en la mañana que la mujer fue detenida. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Por su parte, Ricardo terminó de despertarse y la gente empieza a especular: “Hasta aquí llegan los 50 de hoy”. “Los que ya no alcancen mañana van a tener que esperarse hasta el lunes”. Ese es el miedo de Ricardo. Sabe que no pasará el jueves, pero si no pasa el viernes, no sabe si aguantará a quedarse todo el fin de semana haciendo fila para poder entrar el lunes, ya que en sábado y domingo la Unidad de Refugio no atiende.

Hay personas que llegaron desde el viernes pasado y tuvieron que quedarse el fin de semana. Esas están más adelante en la fila y esperan ser de los primeros 50 de este jueves. Entre ellos mismos se han organizado y han levantado listas para llevar el orden.

Los que llegan en grupos se turnan. Como muchos tienen que ir a trabajar por las mañanas, una o dos personas se quedan cuidando los lugares de un grupo durante el día mientras los demás llegan al final de la tarde para pasar la noche y esperar a las seis de la mañana que abran las oficinas. Levantan listas para no perder sus lugares y hacen fotos y videos de las filas para volver a hacerla en la noche. A pesar de esto, las peleas por los lugares son recurrentes y a veces suben de tono.

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A eso de las cinco de la mañana, un viejo Nissan Sentra dorado de 1992 se parquea en una de las esquinas por donde están los eucaliptos. Se trata del peruano Ulises Leyva y su esposa nicaragüense María Inés. Ellos llegan a vender café, sándwiches y tortas.

Algunos dejan cuidando su lugar en la fila y aprovechan para dar su primer bocado del día. La mayoría, como Ricardo, no tienen suficiente dinero como para comprar así que tienen que soportar el hambre.

Al salir el sol, los migrantes se preparan para avanzar en la fila. En esta foto, se aprecia a un grupo de colombianos comprando café para desayunar esta mañana. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Cerca de las seis de la mañana, ya se ve mayor movimiento. Las oficinas empiezan a abrir y los que hacen fila se ponen de pie para avanzar. Ricardo sabe que no podrá pasar el jueves y sus esperanzas están depositadas en el viernes.

Ricardo llegó hace quince días a Costa Rica junto a otros cuatro amigos nicaragüenses con quienes huyó de Masaya por la represión del régimen de Daniel Ortega, y de la crisis económica. Consiguió trabajo en construcción, y el jefe de la obra ha sido comprensivo por esta semana y le ha permitido ausentarse mientras hace su solicitud de refugio.

“Quien sabe si pueda ya (esperar al lunes) porque el señor me dijo que me aguantaba hasta viernes, pero ya el lunes es demasiado”, comenta.

La Unidad de Refugio abre puntual a las seis de la mañana. Hay tres filas. Una para los que van a entrevista de elegibilidad, otra para los que tenían cita programada para solicitar refugio y que la hicieron antes del decreto que lo cambió todo, y la otra que es donde está Ricardo y varios nicaragüenses más esperar entrar en la categoría de “solicitante de refugio”.

La fila empieza a avanzar y minutos después se detiene nuevamente. Los primeros 50 ya entraron, y los que quedaron afuera comienzan a hacer cálculos y contarse entre todos para ver cuándo les tocaría. A Ricardo, le tocará el viernes.

Al amanecer, todos se amontonan y tratan de avanzar hacia la entrada de la Unidad de Refugio. Solo los primeros 50 que estén formados en la fila pueden pasar por día. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Bajo el sol

El día parece ser más largo que la noche. Tal vez porque se sufre más con el sol, el calor y la carga del desvelo. Todos en la fila se han desecho de sus chaquetas y frazadas porque ya a las diez de la mañana, el calor empieza a sofocar.

A esa hora, llega una patrulla de Policía al lugar y se lleva detenida a la mujer que amenazó con el cuchillo a las nicaragüenses.

Hay una especie de tregua en la fila. Como ninguno aguanta el calor, todos rompen y buscan como refugiarse debajo de los eucaliptos, en los muros de los edificios aledaños, junto a un camión y vehículo que esté parqueado, o cualquier lugar que dé sombra. Por fortuna, las nubes ocultan el sol cerca del mediodía, pero eso también puede significar que llueva en la tarde, o peor, en la noche.

En el día hay mayor afluencia de vendedores ambulantes. La mayoría son nicaragüenses y llegan a ofrecer platanitos, chancho con yuca, café, chocolate, helado, pasteles y demás, pero son pocos los que pueden ajustar algo para comprarles.

Algunos logran ponerse de acuerdo, juntan entre varios y compran un sándwich que dividen en cuatro porciones, más una gaseosa de medio litro a la que le dan unos sorbos cada uno. Suficiente. Ese es el almuerzo y con eso piensan aguantar hasta el próximo día.

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En la tarde, después de la comida, es cuando más pega la pesadez del sueño. No falta quien se tire al suelo, se cubra la cara con un trapo y se duerma. Hay otros como Ricardo, que prefieren quedarse despiertos por temor a perder su lugar. Pareciera tonto. No es más que un lugar adelante o uno atrás, pero para ellos puede significar un día más de espera, o un fin de semana completo.

Para muchos de los que hacen fila, una bolsa de platanitos es la única comida del día. Cuesta 1,000 colones que son uno 1.50 dólares. Óscar Navarrete. LA PRENSA

Esta tarde han llegado nuevos solicitantes de refugio y les han explicado lo mismo que le dijeron a Ricardo cuando llegó el lunes. Van a tener que ir a la cola. Entre los nuevos, está William López, un miskito nicaragüense de 60 años recién llegado a Costa Rica que se fue huyendo de la violencia de “colonos sandinistas”, dice.

Es el último de la fila. Probablemente le toque pasar hasta el jueves o viernes de la próxima semana.

Una vez que cayó el sol, los vendedores ambulantes y la gestora Medina se retiran, mientras la mayoría de migrantes van regresando de sus trabajos o de sus casas y van a formarse a la fila. Traen almohadas y algunos ya llegan en chinelas para estar tan cómodos como se pueda en esa cuneta.

El frío empieza a pegar desde las cinco de la tarde, de manera que, a las siete de la noche, todos ya están abrigados. Ricardo está expectante. No quiere despegarse de la fila porque, según sus cálculos, está entre los primeros 50 que pasarán la mañana del viernes. Está más impaciente que ayer. Ya quiere que el sol asome su cara para que se abra ese portón azul de la Unidad de Refugio y finalmente pueda dejar esa cuneta fría que ha sido su cama los últimos cuatro días.

Desde antes que caiga el sol, el frío ataca a todos los que hacen fila en la cuneta de la Unidad de Refugio. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Mientras tanto, al final de la fila, a William López se le nota preocupado. No quiere pasar la noche en esa cuenta, y tampoco el fin de semana. Ya no es el último de la fila porque han llegado otras personas, también nicaragüenses, que necesitan hacer el trámite.

Esta noche de jueves ha sido más fría que las anteriores. La temperatura llegó a 15 grados y aunque no llovió, hubo mucho viento. Es lo mismo de cada noche. Viento, frío, malos olores, hambre y sueño. Todo al mismo tiempo sumando la inseguridad y el temor de todos a que se les roben los lugares.

Finalmente amanece. Ricardo es de los primeros en levantarse y avanzar en la fila. Una vez que entra por el portón azul, sabe que ya no volverá a dormir en la cuneta. El hombre iniciará su solicitud de refugio junto a los otros conocidos de Masaya con los que llegó. Espera salir temprano para ir a trabajar por la tarde y así ganarse algo del dinero que no ha podido recoger desde el lunes.

William López logró avanzar un poco en la fila, pero sigue estando lejos de los primeros 50. Le tocará dormir este fin de semana en la cuneta fría. Él espera tener suerte y que quienes están antes que él desistan del trámite para él ir avanzando y que lo atiendan el lunes.

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