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¿En qué momento se jodió el Perú?

“Las dictaduras caen, pero el estigma persiste por largo tiempo”.  Anónimo

En 2019 la novela Conversación en La Catedral del Premio Nóbel 2010, el peruano-español Mario Vargas Llosa, cumplió 50 años de haber sido publicada en Barcelona mediante una edición limitada. Ese mismo año la editorial Alfaguara lanzó una nueva edición conmemorativa. Hoy, traducida a más de 30 idiomas, es una de las más leídas en los ámbitos intelectuales y populares. Es una novela, como otras del mismo autor, que forman parte del boom latinoamericano de los sesenta, junto con las obras de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes. 

Conversación en La Catedral constituye una obra difícil por compleja, no es necesariamente histórica ni política; sin embargo, es el relato descarnado, a distintos niveles, sin fijación de tiempo y espacio, que describe magistralmente un Perú frustrado y decadente durante el ignominioso “ochenio” dictatorial del general Manuel A. Odría, cuyo corrupto gobierno comenzó a partir de 1948 y subsistió hasta 1956, durante el cual se prohibió hacer política partidaria y exigir elecciones.   Se sometió al peruano de la costa y de la sierra, desde el desierto costanero hasta la selva amazónica, sujetándole a una política de Estado, concebida para infundir terror y operar en la oscuridad. Es más bien el retrato de una sociedad sin salida y postrada moralmente, cuyos variopintos representados en esta obra conocieron todos los vericuetos del engaño, la delación, la depravación, la conspiración, la extorsión, por decir lo menos. 

 El dictador Odría se menciona en varios puntos de la novela, pero no es parte clave del entramado y no está en el interés del autor introducir en ella a los ampulosos y perversos aduladores y corifeos del régimen. Es la gente la que importa, la que aguanta, la que sufre, la que grita, la que puja a diario bajo el cielo gris de Lima. No es una novela histórica, repito, sino una ficción construida a partir de datos históricos. Vargas Llosa también reproduce situaciones reales, como el despilfarro de los dineros públicos en las extravagancias de las cúpulas oficiales y en las obscenas operaciones de las fuerzas represivas, la oposición política desarticulada y guardando prisión, el asalto a las universidades y colegios, el asedio a  estudiantes por subversivos, la persecución de periodistas y cierre de los diarios, la quema de libros robados de bibliotecas y librerías, las disputas y conspiraciones por el poder y la enorme corrupción pública en todos los estratos del Estado. 

Dicho esto, debo dejar en claro que “La Catedral” era el nombre de una ruidosa fritanguería, con humo y olores revueltos, en el centro histórico de Lima, cerca del puente del Ejército, que hoy ya no existe. Digo esto porque en mi estadía en Lima no localicé el sitio.  El enorme portón del inmueble, aseguran, era semejante al de una iglesia monumental, y ese es todo el parecido. 

Es en “La Catedral” donde transcurre la conversación entre los protagonistas, Santiago el burgués y periodista, y Ambrosio el zambo y renegado, después de muchos años de no encontrarse y que sirven de hilo conductor a la novela, mezclados y confundidos con los parlamentos de chicos bien de la Universidad Católica y cholos de la Universidad Nacional de San Marcos, padres, hijos, hermanos, amigos, enemigos solapados, profesores, soplones, apristas, comunistas, activistas, infiltrados, choferes, sirvientas, prostitutas, homosexuales, policías, carceleros, torturadores, militares, diputados, prestamistas, marchantas, lustradores, voceadores, viudas, madres solteras, y un largo, etc. 

Con todas las emociones al vuelo y a flor de piel de la gente en los paraderos de buses y colectivos, en el Mercado Central, en Plaza de San Martín, Plaza de Armas, Miraflores, el río Rimac y la costa oceánica del Pacífico, saltan y resaltan las tribulaciones y los trastornos que agudizan y exaltan los temores, anhelos, necesidades, esperanzas, crueldades, codicia, picardías, arrepentimientos, ociosidades, desprendimientos, agonías, muertes y demás que bullen en esta multitud de personajes, que son como cualquiera de nosotros, pues digo, niño, tienes que cargar con fervor, lucidez y atención a lo largo de un libro de 750 páginas, que Vargas Llosa tardó cuatro años en escribir y reescribir para finalizarlo en 1969, con muchas interposiciones, interpolaciones, interrupciones, como escoger diferentes lugares: Lima, Madrid, Barcelona, París, Londres, Baleares, etc., para consumar con comodidad y recogimiento su obra más cimera. “Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, salvaría esta”, ha dicho el consagrado escritor de 87 años.

Regresando a Santiago Zavala el burgués y el zambo Ambrosio Pardo que conversan en “La Catedral” después de tanto tiempo sin contacto alguno. Unas cuantas cervezas y una profusión de palabras en libertad para desatar la palabra amordazada por la dictadura. Los diversos personajes de una sociedad clasista, machista y racista, las historias que estos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de una enajenación colectiva, la memoria de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración y la mutilación. Conversación en La Catedral es una brutal y ruda radiografía del envilecimiento y la desolación de la sociedad peruana bajo la rigidez de un poder dictatorial. Las dictaduras desaparecen, los desmanes pasan, pero las heridas tardan en sanar y, si no se cuidan, rebrotan con mayor virulencia. Un atavismo que mata. Sobrada razón para cuidar la democracia de los violentos, los autoritarios, los populistas, “como se cuida una flor de invernadero”. 

¿En qué momento se jodió el Perú?  Es una pregunta válida que el novelista se hace y que viene al calce justo ahora para este tiempo de crisis que ha convulsionado al país, en que la gobernabilidad, la institucionalidad y la seguridad ciudadana se han hecho trizas desde hace tantos años, sin posibilidad de solución.  Y parodiando digo que Santiago es como el Perú, él se había jodido en algún momento, piensa.  Hoy como ayer y para entonces. Santiago piensa. Piensa: el Perú jodido. Mi amigo Carlitos jodido. Todos jodidos. Piensa: No hay solución. Todavía hoy, pienso, 2023. 

El autor es economista.

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