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Nostalgia de lo que no fue

Este nuevo aniversario del castrismo, 64 años, conduce, a los que vivimos aquella mañana del 1 de enero de 1959, a reflexiones y pesares, porque desgraciadamente, seis décadas después, Cuba se encuentra en una situación de mayor precariedad que durante el periodo colonial, a pesar de la confianza que un amplio sector de la población, depositó en el caudillo de aquellos barbudos disfrazados de católicos.   

Recuerdo las Navidades de 1958. El país estaba en guerra civil. Santa Clara, mi ciudad natal, rodeada por fuerzas insurgentes, alguna de ellas comandada por el asesino en serie Ernesto “Che” Guevara, que se apropió del mito de un tren blindado que no era tal, con el que opacó los numerosos fusilamientos que ordenó, compitiendo con otro criminal de nombre Ramiro Valdés, asesor sobre represión ante la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.  

No creo que ningún estudioso de la ciencia militar catalogue lo que allí ocurrió de batalla. Fueron enfrentamientos armados entre los insurrectos, la policía y militares, se produjeron bajas de ambas partes. Recuerdo, que el ejército sacó un tanque del regimiento Leoncio Vidal, que atravesó un buen tramo de la calle Virtudes y dejó sonar su cañón estruendosamente, poniendo a muchos a temblar. 

El tanque era un Sherman, estaba escoltado por una dotación de infantería y un carro blindado al que le decían popularmente tanqueta, ellos siguieron hasta el Paseo de la Paz donde el Sherman disparó sus ametralladoras contra varias casas, impactando una de sus balas una ventana de la casa del escritor José Antonio Albertini.  

También ese día, 30 de diciembre, un amigo de la escuela, fue abatido por una ametralladora del tanque. Se llamaba Abelardo, con solo 14 años, trató de volar con cocteles molotov aquella mole de hierro que atemorizaba a todos. No sé cuántas personas lo recordarán, pero conservo en la memoria su afabilidad y amplia sonrisa, todo lo opuesto a lo que ha resultado el régimen que ayudó a conducir al poder. 

Varios de esos días los pasamos en casa de mi prima Anita. Era, en la opinión de todos, particularmente de mi madre, el lugar más seguro para pasar aquella contienda de la que siempre tuvo la percepción que los civiles corrían más riesgos que los combatientes. Recuerdo que desde la ventana del tercer piso veíamos a los insurgentes entrar a la ciudad. El esposo de mi prima, Tito, mi amigo y barbero, un entusiasta de la insurrección gritaba de alegría cuando el avión que tiroteaba a los rebeldes tenía que retirase ante lo graneado del fuego rebelde. 

Fueron días de alegrías compartidos con luto. La partida de Fulgencio Batista, fue determinante para que los rebeldes ocuparan la ciudad ante el entusiasmo de muchos ciudadanos, que, en meses, se transformaron, salvo contadas excepciones, en carneros que disfrutaban comer carne humana con sus estentóreos gritos de paredón.  

Aquella histeria colectiva como la denominara el periodista e historiador, Enrique Encinosa, es el fundamento del cual nace, según la perspectiva castrista, la incuestionabilidad del proyecto, una visión que paraliza al país en la simpatía que generó el caudillo más de seis décadas atrás, mientras le niega el derecho a decidir sobre su destino, a las nuevas generaciones.

En esa visión del poder, la legitimidad es continuista, funciona al igual que las religiones y monarquías, los fieles no tienen que renovar la fe ya que la autoridad depositada en una entidad trascendente, Castro y el sistema que impuso lo fue, les libera de la incertidumbre de nuevas creencias y dudas. 

Desde los albores del triunfo de la insurrección se pudo apreciar que Castro se consideraban a sí mismo y a la revolución, muy próximos a la infalibilidad, a la vez que fungía como el principal guardián del proyecto, e intérprete único y de por vida, de la voluntad de la feligresía.  

Conocí muchas personas que creyeron en la insurrección y apoyaron fervorosamente las propuestas y acciones de la revolución en el poder. Ellos se sacrificaron por lo que creían, tal y como hicieron los miles de fusilados, muertos en combate y el más de medio millón de prisioneros políticos del totalitarismo, lo que hace que sean dos de los mayores crímenes cometidos por  ese sistema.

El autor es periodista cubano. Fue preso político en Cuba.  

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