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Los elevados valores de la Navidad

“El nacimiento de Cristo nos desafía a repensar nuestras prioridades, nuestros valores, nuestro mismo modo de vivir”. Esto lo escribió el papa emérito Benedicto XVI, en un artículo de opinión publicado en diciembre de 2012 en el diario británico Financial Times, con motivo de la celebración de la Navidad de aquel año.

El santo padre de todos los católicos del mundo, que por motivo de salud renunció al ejercicio del papado el 28 de enero de 2013, nos invitó a preguntarnos: “¿Son mis valores tan elevados como los valores de amor, justicia, verdad y libertad propuestos por Jesucristo?”

Fue por lo menos interesante que el entonces líder activo del catolicismo mundial publicara un artículo de opinión en el periódico más representativo de los intereses de negocios y temas de la economía capitalista, cuando mucho se habla de que la Navidad —cuya naturaleza en estricto sentido es esencialmente religiosa y espiritual—  ha sido desvirtuada por el mercado, el comercio y el consumismo masivo.

Pero es que ya hace mucho tiempo que la Navidad dejó de ser una festividad religiosa exclusiva de los cristianos. Ahora es festejada por la mayor parte de la humanidad, cristiana o no, que celebra con ella el amor, el humanismo, la convivencia familiar, la fraternidad, la amistad y la alegría de vivir.

En la actualidad durante la fiesta de la Navidad se muestran las imágenes religiosas de la Sagrada Familia, el pesebre, los pastores adorantes, los Reyes Magos con sus ricas ofrendas y la luminosa estrella de Belén; pero también y al mismo tiempo se presentan las de Santa Claus o Papá Noel, el Árbol de Navidad, las iluminaciones de colores y otros símbolos externos de una jubilosa celebración que es casi universal. No son símbolos excluyentes sino más bien complementarios.

La verdad es que nada impide —salvo en algunos pocos países donde la Navidad está prohibida y hasta castigada— que los cristianos que así quieran hacerlo la celebren con recogimiento religioso, rezando la Novena del Niño, participando en la misa navideña e instalando en sus hogares el pesebre simbólico (o Belén como lo llaman los españoles) creado en el siglo 13 por el santo italiano Francisco de Asís.

Pero tampoco nadie debería molestarse porque las demás personas, cristianas o no, la celebren festivamente con reuniones familiares o de amistades, que se obsequien  regalos y enciendan los fuegos artificiales de la ocasión.

Tampoco parece justo suprimir la celebración navideña por circunstancias sociopolíticas, que al fin y al cabo son pasajeras y mientras que la Navidad es permanente. No vale dejar que algún poder le quite a la gente el derecho de celebrar la Navidad, ya sea de manera religiosa o festiva, ni que prive a las niñas y los niños de una fiesta tan bonita e ilusionante como es la navideña.

Como escribió Benedicto XVI lo importante es preguntarnos, y respondernos, si compartimos los elevados principios morales del amor, la justicia, la verdad y la libertad, que son propios del cristianismo, pero también de todas las creencias, religiosas o no.

En este sentido, y por ejemplo, se puede  en la Navidad elevar una oración por los presos políticos, por su libertad o al menos el mejoramiento de sus condiciones carcelarias, como hacer un brindis por ellos durante la cena tradicional.

Como sea, les deseamos una bien merecida feliz Navidad.

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