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El amor al prójimo

El amor es parte de la naturaleza de Dios. La Biblia dice que “el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Juan 4,8). Los seres humanos recibimos de nuestro Creador esa virtud que proviene de él, nos asemeja a él y nos conduce a él, por lo cual los teólogos cristianos la catalogan como una virtud teologal, junto con la fe y la esperanza, pero más importante que estas, porque la Biblia también enseña que “tres cosas hay: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor” (1Corintios 13,13).

Dándonos esa capacidad nuestro Creador desde tiempos remotos de la antigüedad nos ha dicho: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5); no porque él tenga necesidad de nuestro amor —aunque le agrada— sino porque nos ama y sabe que amándolo cumpliremos sus mandamientos y así nos irá bien en esta vida y en la otra. O sea, por nuestro propio bien, porque cumplir los mandamientos de Dios nos evita hacer cosas que dañan nuestro bienestar y felicidad.

Cuando Dios se hizo hombre en la persona de Jesús nos enseñó que no basta con amar a Dios, diciéndonos: “Hay un segundo mandamiento semejante a este, que es: Ama al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39), agregando que “el que dice que ama a Dios, pero no ama al prójimo, es un mentiroso, pues no puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve” (1Juan 4,20).

Cuando le preguntaron a Jesús quién es nuestro prójimo, respondió con la parábola del Buen Samaritano. Los samaritanos y los judíos eran enemigos, pero a un judío desconocido que fue asaltado, herido y tirado en el camino, quien lo socorrió fue un samaritano (cf. Lucas 10,25-37).

Jesús aclaró que nuestro prójimo es toda persona, aunque sea un desconocido o un enemigo. Él nos dijo que amemos a nuestros enemigos, pues si solo amamos a quienes nos aman hacemos lo mismo que todo el mundo. Que nosotros —los cristianos—debemos ser diferentes, nosotros debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos hagan el mal (cf. Mateo 5,44-47).

A veces nos cuesta entender qué significa “no amar”. A veces decimos: “Yo cumplo con el mandamiento de Jesús porque no odio ni le deseo mal a nadie, ni a mi enemigo”. Pero cuando pensamos así estamos equivocados, porque el mandamiento no es “no odiar”, sino “amar”. Nosotros podemos “no odiar” o “no desearle ningún mal” a una persona, pero eso no significa que “la amemos”. Es que lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Por eso, amar al prójimo, sea quien sea, significa sentir amor por esa persona, actuar con amor hacia esa persona, querer y orar por el bien de esa persona; no ser indiferente, sino amarla como nos amamos a nosotros mismos.

La palabra “amor” como virtud teologal viene del griego “ágape” que se aplica al amor paternal, filial o fraternal, diferente al “eros” que se refiere al amor conyugal. Ágape se traduce al latín como “cáritas” y al español se traduce correctamente como “amor”, y frecuentemente también como “caridad”. Pero, la virtud del amor es algo mucho más profundo que lo que a veces entendemos mal como “caridad”, que se reduce a hacer algún bien al necesitado o a dar limosnas.

Esas son algunas expresiones de amor, pero no debemos reducir esta virtud a gestos o actitudes “caritativas”. Amar implica comprometernos seriamente. Jesús dijo que el amor a Dios y al prójimo es lo más importante y comprende todo lo demás. Al final, es por nuestro amor, y no por otras cosas, que Dios va a juzgarnos (cf. Mateo 22,36-40; 25,31-46).

El autor es abogado y comentarista de temas políticos y religiosos.www.adolfomirandasaenz.blogspot.com

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