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La batalla de monseñor Álvarez

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Monseñor Álvarez

No es solo porque sea religioso o de la Iglesia católica. Tampoco solo porque sea obispo o monseñor. Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa, está cercado y asediado, en primer lugar, por ser un hombre valiente. Hay otros religiosos, miembros de la Iglesia católica, monseñores y obispos de otras Diócesis, que no son perseguidos como lo es el obispo Álvarez. El peor delito que se puede cometer, a ojos de la dictadura de Nicaragua, es no someterse. Y monseñor Rolando Álvarez, hasta ahora, no se ha sometido.

Pacto con el diablo

Toda la crisis policial que vive Matagalpa, especialmente las comunidades católicas, se apaciguaría por el momento, si monseñor Álvarez decide someterse. Basta que doble la cerviz ante los dictadores para que la Policía se retire. En lugar de acosarlo, veremos cómo lo asistirán. En vez de pasar penurias, progresará su economía. Sus verdugos ya no lo perseguirán y, al contrario, aparecerá con ellos sonriente en las fotos, inaugurando no sé qué obra municipal o en qué tarima enflorada. Es el pacto con el diablo que han hecho varios. Ni siquiera vale la pena mencionar sus nombres porque todos sabemos quiénes son ellos.

Cardenal Obando

Posiblemente algún día sabremos si quienes se cruzaron “al lado oscuro” lo hicieron por amenazas o por halago. O por las dos cosas. El caso más emblemático es el del cardenal Miguel Obando, para mí, uno de los personajes más importantes de la historia de Nicaragua en el siglo XX. Obando, decididamente antisandinista, artífice, según algunos, de la derrota electoral de Ortega en 1996, cambió repentina y radicalmente su posición tras una visita de Ortega en 2004. Desde entonces apareció como su aliado. Se le veía incómodo en las tarimas enfloradas y murió, a pesar de su gran protagonismo, con más pena que gloria en junio de 2018. El diablo cobra caro sus pactos.

Indiferentes

Hay otro grupo de religiosos, obispos incluso, que no son aliados, pero cuidan mucho de no incomodar al poder con sus hechos y palabras. Tanto así que ni siquiera en estos momentos en que uno de los suyos está siendo reprimido y podría hasta ser encarcelado, han reclamado con la firmeza que el caso amerita. Es el grupo de los indiferentes que Dante Alighieri, en el tercer canto de la Divina comedia, coloca en lo que llama el antinfierno “donde son castigadas las tristes almas que vivieron sin infamia y sin honor. Son los ignavos, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal, por su elección de cobardía”.

Destierro

El asunto es que la indiferencia ni detendrá la ofensiva del régimen para destruir el tejido de la Iglesia católica de Nicaragua ni significa neutralidad en la crisis que vive el país. Ya lo dijo el obispo sudafricano Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”. No veo a Álvarez de aliado del régimen ni indiferente al dolor de Nicaragua. Por eso es perseguido. Sus alternativas, por ahora, parecen ser solo el martirio o el destierro. Hay una presión enorme sobre él. El régimen apuesta a que el hambre y las enfermedades que imponen con su sitio dobleguen el carácter de este sacerdote valiente y acepte irse de Nicaragua. Si eso no ocurriera, ya está armando un caso para llevarlo a la cárcel. Pero libre y hablando desde un púlpito no lo quieren.

Batalla

La suerte de monseñor Álvarez es la suerte de todos nosotros. A todos nos incumbe. No se trata de ser religioso o católico para admirar su posición valiente ante un régimen que solo acepta el sometimiento. La voracidad de la dictadura no se detendrá cuando tenga la cabeza de Álvarez en la mano. Irá por otros hasta llegar a usted, a mí, a los nuestros. Pase lo que pase con este obispo, nos afectará a todos. Como él dijo, es una batalla abierta entre el bien y el mal y, hasta ahora, el régimen la va perdiendo ante este hombre valiente. Encarcelarlo o desterrarlo es el reconocimiento de su derrota. El diablo solo gana si consigue su alma.

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