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Necesitamos cambiar

No siempre entendemos las palabras de Jesús, cuando dice: “He venido a traer fuego… No paz, sino división…”. (Lc 12,49-53)

Sin embargo, en otras ocasiones, Jesús nos dice: “Tengan paz los unos con los otros”  (Mc.9,50). “Mi paz les dejo, mi paz les doy” (Jn.14,27)… “Padre, que todos sean uno”  (Jn.17,21). ¿Cómo entender las palabras de Jesús? ¿No se contradice?

La misión de Jesús es hacer realidad en nuestro mundo el reinado de Dios, el hombre nuevo, pero lo nuevo supone que hay que dejar lo viejo; por eso Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc.12,49).

El fuego del que habla Jesús es símbolo de la destrucción: del mundo del pecado, de la impureza en que vive la humanidad, de todo cuanto huele a hombre viejo; por eso la primera predicación de Jesús es decir: “Conviértanse” (Mc.1,15).

Pero siempre hay quienes viven cómodos en lo viejo, no les gusta el cambio, la novedad. Esto ha ocurrido siempre: Jeremías fue el profeta de la reforma de Judá y, por tanto, fuego que devoraba cuanto a la reforma de Dios se le oponía. Esto le llevó a ser acusado por los amigos de lo viejo de “desmoralizar al ejército y de buscar la desgracia del pueblo” (Jer 38,4-10).

Jesús anuncia también un mensaje nuevo y, para ello, pone al descubierto todo pecado que es necesario destruir desde su raíz. Por eso se encuentra también con los interesados de que nada cambie y llegaron hasta quitarle la vida. Quienes viven de la injusticia, de la corrupción, del pecado no están interesados en ningún fuego purificador.

Esta realidad sigue siendo hoy también una situación real: hoy sobran los profetas, los anunciadores de la Nueva Noticia. Hoy hay también mucha gente interesada en que nada cambie porque viven a costa del pecado:

Cuántas personas quisieran salir del camino torcido por el que van sus vidas y sus mismas amistades se lo impiden porque no les interesa que cambien. Cuánta gente quisiera salir del ambiente corrupto en que vive, pero los amigos o familiares le aconsejan lo contrario.

No les interesa que cambien. Cuántas ilusiones frustradas porque a los que se ponen a nuestro alrededor no les interesa que empecemos una nueva vida, el cambio.

Purificándonos y creando el hombre nuevo con nuevas actitudes. Ser cristiano es duro: empezar una nueva vida con nuevos valores no es fácil.  Nos vamos a encontrar con gente que nos diga que “el pasado siempre fue mejor;” pero merece la pena dejar la ropa vieja y estrenar nueva vida. Pero nuestra fe siempre merece un cambio que nos lleve a ser mejores.

El mundo de hoy necesita testigos del amor, cristianos que vivan muy en serio su compromiso con los pobres y obras de misericordia. Testigos del amor a los enfermos y aquellos que necesitan de nosotros.

Hoy hace falta poner freno a este consumo desenfrenado y de vivir en una indiferencia total con Dios. Se tiene todo sin reservas para el placer, tener y poder.

Los cristianos tenemos mucho que enseñar sobre lo que significa la tolerancia, el respeto, el amor, la paz y la vida. Es necesario que los cristianos demos ejemplo de cómo se puede querer y cuidar a nuestros mayores, a los enfermos, y a los marginados de todo tipo. Que se nos vea participar en voluntariados y acciones solidarias. 

Necesitamos que los que nos llamamos cristianos, no nos avergoncemos de serlo y expresarlo, que no nos lo guardemos para dentro, y que construyamos una Iglesia y unas comunidades cristianas mucho más participativas en comunión, participación y misión. 

El autor es sacerdote católico.

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