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Bolivia y Nicaragua: venganza política, mujeres y justicia

Pensar distinto pareciera ser un delito y ser mujer un crimen agravado.

En años recientes las mujeres han tomado un rol protagónico en las luchas por la libertad, la democracia y los derechos humanos en América Latina. Su avance osado, inteligente y valiente ha demostrado capacidad, compromiso e integridad con estas imprescindibles y apremiantes causas.

Estas batallas desafiantes han trastocados los sistemas tradicionales machistas y se han estrellado contra el modelo político patriarcal convencional, que sigue castigando a las mujeres por ejercer sus derechos y participar en temas políticos y sociales que históricamente les han sido negado.

Recientemente la expresidente de Bolivia, Jeanine Áñez, fue sentenciada a 10 años cárcel en un proceso que pareció estar más ligado a un ajuste de cuentas y no a temas de derechos humanos o justicia imparcial. Organismos como Amnistía Internacional han destacado la necesidad apremiante de fortalecer el modelo de justicia en Bolivia: “Lamentablemente las detenciones de Jeanine Áñez y otros exfuncionarios del gobierno interino, sumado al Decreto Supremo 4461 que concede indulto o amnistía a personas simpatizantes del MAS, parecen continuar con un patrón de uso parcial de la justicia que contribuye a perpetuar la impunidad para las violaciones a los derechos humanos. Amnistía Internacional ha venido denunciando durante décadas esta crisis de impunidad en Bolivia, que solo podrá revertirse con una justicia auténticamente independiente e imparcial”, dijo en marzo de 2021 Erika Guevara Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional.

En Nicaragua también se repite el mismo libreto, pero más cruel y carente de sutilezas o premisas convincentes. Dora María Téllez, Tamara Dávila, Suyén Barahona y Ana Margarita Vijil, han sido víctimas de toda la furia incandescente del régimen familiar de Daniel Ortega. Las cuatro valientes mujeres han experimentado en carne propia torturas, tratos crueles y degradantes, han permanecido alejadas de sus hijos y sufren confinamientos interminables, sin motivo creíble y sin causa justa. Desde hace un año, todas están en el Chipote, una casa de horrores que sirve como cárcel, sala de juicios y centro de torturas para los nicaragüenses contrarios al régimen.

Las sentencias de 8 años contra las 4 mujeres fueron incubadas y comunicadas desde el teléfono rojo de El Carmen hasta las ergástulas del Chipote, donde los jueces las recitaron a sus víctimas. En la Nicaragua de hoy no existe un solo juez que no haya jurado lealtad absoluta a Ortega- Murillo y todas las sentencias utilizan el mismo lenguaje y nomenclaturas sobre traición a la patria, conspiración, sedición y menoscabo al Estado.

En Bolivia, para nadie es un secreto que el fantasma de Evo Morales pareciera rondar por todas las entidades del Estado y se hace su voluntad así en la tierra como el cielo azul de La Paz. El expresidente Tuto Quiroga, quien ha sido un agudo crítico de Morales y su justicia, advirtió que lo sucedido con la expresidente Áñez fue una “sentencia infame”, en la que se violó el principio de legalidad y los derechos humanos, ya que según dijo a la acusada se le procesó dopada y fue juzgada por “inconstitutional”, pese a ver sido avalada por el mismo Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia y el Congreso masista.

Más allá de los presuntos delitos, similares a los de Rebelión en la Granja o 1984, el verdadero crimen y castigo de estas mujeres en Nicaragua o Bolivia, es querer una patria diferente, en democracia, justicia, bienestar, seguridad y prosperidad. Estas aspiraciones justas y legítimas, les han sido desautorizadas por líderes mesiánicos, machistas y masistas que se niegan a dejar el poder como adictos a dejar un joint.

Por otro lado, la historia de estas admirables féminas tiene un punto en común donde todas se encuentran sin importar su latitud. Todas son víctimas del odio y la venganza política de poderosos líderes de seudoizquierda castrochavistas. En el caso de Evo, todos sabemos que desgobernó Bolivia por más de una década y que quiso reelegirse contra viento y marea, aun en contra de la misma voluntad expresa del pueblo.

En Nicaragua, Ortega sigue dando cátedras de cómo robarse una elección y salirse con la suya, aquí existe una dictadura rampante que navega hacia una dinastía generacional. Daniel, y también su esposa, gobiernan con mano de hierro, encarcelando a periodistas y sacerdotes, promoviendo todos los días a policías criminales y erradicando y exiliando a los pocos ciudadanos libres. Finalizo. Tanto en Bolivia como en Nicaragua pensar distinto pareciera ser un delito y ser mujer un crimen agravado.

El autor fue embajador de Nicaragua ante la OEA.

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