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Flor Ramírez, la señora del huipil, en una de las marchas en las que se pedía la liberación de los presos políticos. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

Tres años de asedio policial permanente llevaron al exilio de “la señora del huipil”

La Policía Orteguista rodeó su casa sin faltar un solo día. Ella se les escapaba saltando los cercos vecinos. Los agentes se enojaban cuando veían en redes sociales que ella estaba en protestas, mientras sitiaban su vivienda. La persecución la obligó a cruzar el río Bravo el pasado 28 de mayo

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Cuando Flor de María Ramírez puso pie en territorio hondureño, y se vio libre de la Policía Orteguista, comenzó a llorar desconsoladamente. Tenía sentimientos encontrados. Estaba feliz de ya no tener que estar huyendo de la persecución de la dictadura, pero le “dolió en el alma” que, a sus 66 años de edad, tuvo que dejar “su tierra” de forma ilegal y en condiciones de mucho riesgo.

Ramírez, conocida como “La señora del huipil” porque en las protestas de 2018 bailaba con un traje folclórico azul y blanco, salió de Nicaragua el 16 de abril de este año 2022, después de soportar un asedio de casi tres años, en los cuales su casa estuvo rodeada de policías todos los días, sin ninguna excepción.

El día que Ramírez conversó para este artículo con la Revista DOMINGO, a pesar de que ella ya está en Estados Unidos, sus familiares le enviaron fotografías de que la Policía Orteguista todavía llega a la casa a vigilarla.

La Policía Orteguista en la casa de Flor Ramírez, la señora del huipil. LA PRENSA/ CORTESÍA

Ramírez decidió irse tres días antes de que se cumplieran cuatro años del inicio de las protestas de 2018, porque sabía que si se quedaba en Nicaragua ella saldría a protestar de alguna manera, pero temía que su arresto sería inminente porque en los últimos días la persecución había arreciado.

La señora del huipil, sin saber nadar, cruzó el río Bravo este sábado 28 de mayo de 2022, a las 6:30 de la mañana, por un sector que está en Ciudad Acuña, donde el agua le llegaba a la cintura. “Si el agua me sube arriba de la cintura, no paso, me regreso”, le advirtió a las personas que la acompañaban llena de pánico. Cruzó, pero las piernas le quedaron “rayadas”, cuenta.

La noche anterior al día que conversó con la Revista DOMINGO, fue la primera que Ramírez durmió en una cama, pues en las cuatro anteriores había dormido en el piso, en las oficinas de Migración de Texas.

Ya inició “el papeleo” para que en Estados Unidos le den refugio, comenta, pero advierte: “Yo no vengo a disfrutar. Me duele la sangre derramada. Me duelen los presos políticos, los siento como mis hijos. Tampoco vengo a pedir ni a molestar a nadie. Todavía puedo trabajar”.

“La señora del huipil”

La casa de habitación de Ramírez está en el barrio Waspan Sur y la Upoli no le queda lejos. Por eso, desde que iniciaron las protestas de abril de 2018, y supo que había muerto el primer joven, se fue a esa universidad que ya estaba atestada de autoconvocados y se puso a orar por ellos.

Le dolió que uno de los muertos fue un vecino de ella, Humberto Cruz y no dejó de llegar un solo día a la Upoli, a orar, cuenta. Amanecía en esa universidad.

Después, comenzó a ir a las marchas con una bandera azul y blanco en las manos.

Flor Ramírez
Antes de junio de 2018, Flor Ramírez nunca había vestido un huipil, solo los elaboraba para venderlos. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

Ramírez tenía su taller de costura en su casa, con cinco máquinas de coser operando. Principalmente confeccionaba trajes de folclore y, en junio de 2018, hizo uno de colores azul y blanco.

“De repente se me vino la idea de que podía ponérmelo e ir a las marchas vestida así, pero me daba temor porque ya la Policía capturaba a todas las personas que usaban el azul y blanco”, recuerda Ramírez.

Sin embargo, en ese mismo mes, para la marcha que se denominó “de las flores”, se lo puso. Y no se lo quitó en todas las siguientes marchas. “Ya el azul y blanco era representativo de las protestas y el régimen se enfurecía”, comenta la mujer.

Detenciones

La primera vez que a Ramírez la detiene la Policía Orteguista, fue en septiembre de 2018, junto a doña Coquito, la señora que le repartía bolsas de agua helada a los manifestantes.

En esa ocasión, aunque las liberaron a las pocas horas, los antimotines las golpearon, las ofendieron y las intimidaron. Que la hayan amenazado con echarla presa la indignó y la hizo mantenerse en la lucha.

En marzo de 2019, la volvieron a detener. Fue el día 23, mientras ella protestaba junto a unas 200 personas. Se estaba poniendo el vestido cuando la capturaron.

Cuando la liberaron en la estación Cinco, vio que había varios taxis afuera. Tomó uno para que la llevara a la casa, pero, cuando llegaron, el taxista no le cobró. Le dijo que todos los taxistas habían llegado a la Policía para trasladar a todos los detenidos gratis. Eso la emocionó. Le dio las gracias al taxista. Se dio cuenta que había esperanza, que valía la pena seguir la lucha, afirma.

En una de las detenciones, los policías abofetearon a la señora del huipil, Flor Ramírez. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

La siguiente detención ocurrió en la protesta denominada “la sentada”, efectuada en Metrocentro. Un grupo de personas se sentaron en la calle, frente al centro comercial. A muchas de ellas no les dio tiempo de levantarse cuando llegaron las patrullas. Las llevaron al nuevo Chipote.

En esa cárcel del régimen, muchas personas comenzaron a poner excusas: “Yo andaba en el supermercado”. “Yo andaba comprando una ropa”. “Yo iba a comprar comida para mis hijos”. Ramírez no podía poner ninguna. Su huipil azul y blanco la delataba, comenta ahora entre risas.

En la noche la liberaron después de que le tomaron fotos hasta de perfil, como delincuente, y apuntaron todos sus datos. Lo peor habían sido los cuatro interrogatorios que le realizaron. “¿Quién la financia?”, era la pregunta más repetida. “A mi nadie me financiaba realmente. ¿Qué les podía responder? Nadie me ha financiado. Yo procuro no recibir. Siempre he trabajado”, asegura Ramírez.

Seis días después la volvieron a detener. Fue más humillante. La obligaron a desnudarse ante los policías varones. “Me hicieron quitarme hasta la licra. Fue muy duro”, dice.

El asedio

A mediados de 2019, comenzaron a seguirla policías vestidos de civil cuando ella salía de su casa.

Después del 19 de julio de ese año fue cuando los policías comenzaron a instalarse al frente de su casa. Lanzaban consignas a favor de Daniel Ortega, para que ellas las escuchara, y se estaban ahí entre las 4:00 de la madrugada y las 7:00 de la noche, todos los días. Desde entonces, no dejaron de llegar.

Si de día eran los policías quienes asediaban, de madrugada eran civiles. Se veía a personas que se instalaban frente a la casa de ella en las madrugadas.

Comenzaron a prohibirle que saliera de la casa. “Cuando yo quería salir, rápidamente todos los policías me rodeaban y me comenzaban a empujar” “Señora, regrese a su casa, usted no tiene permiso para salir”, le decían. Ella les contestaba: “¿Quién dice que no tengo permiso para salir de mi casa?”. Pero los policías no le respondían.

Los vecinos, algunos por ser “sapos”, otros por temor, no decían nada. Al vecino que le decía algo a los policías, lo comenzaban a investigar.

Ramírez comenzó a “tirarse los cercos” de las casas vecinas para poder ir a las protestas. Los policías solo la quedaban viendo cuando ella regresaba a su casa en un taxi, después de haber participado en alguna protesta.

Momento en que Flor Ramírez, a la izquierda, entra al río Bravo. LA PRENSA/ CORTESÍA

Los policías comenzaron entonces a rodear toda la manzana, para descubrir por dónde se escapaba Ramírez, y para que no saliera más a protestar. La primera sospechosa fue una vecina pulpera. Pero los agentes se dieron cuenta que, una mujer de más de 60 años, seguía escapándose de ellos.

Ramírez aprovechaba hasta los cambios de turno de los policías, porque a veces los que relevaban no llegaban inmediatamente después de que se iban los otros.

En una ocasión, una vecina vio cuando un policía revisaba las redes sociales y descubrió que Ramírez estaba en una protesta en la Catedral. La vecina escuchó cuando el policía dijo: “Mirá a esta vieja hija de la gran puta donde está y nosotros de mierdas haciendo doble turno”. La vecina no paraba de reírse cuando se lo contó a Ramírez.

“Yo era la escapista número uno de la Policía”, comenta ahora la señora del huipil. Sin embargo, recuerda que, aunque se burlaba de ellos, cuando se escapaba le temblaban las piernas.

En una ocasión, pasó encima de unos agentes que estaban en una patrulla. Los policías estaban revisando sus celulares y no la vieron. A veces pasaba a la vista de ellos, la quedaban viendo, pero no le decían nada. “Parece que no me conocían”, explica Ramírez.

Otra forma de ganarse la vida

El taller de costura comenzó a decaer. Los clientes que llegaban eran revisados exhaustivamente por los policías. Les tomaban fotos. Los atemorizaban.

Para el final de 2019, ya no había clientes. A buscar otro trabajo.

Como en Managua no podía movilizarse sin riesgos, Ramírez se fue a los departamentos, mientras los policías permanecían afuera de su casa sin dejar de llegar un solo día, creyendo que ella estaba dentro.

Trabajó en varias ópticas, vendiendo lentes. Así pasó el tiempo. Llegaba a su casa solo dos días para descansar. Escapaba de la misma manera que lo había hecho siempre.

En los últimos meses, dos hechos hicieron que Ramírez se alarmara.

Una vez, estando en Somotillo, un cliente la llamó para que le hiciera un contrato. Cuando llegó al lugar donde la citó, un sitio público, estaba la Policía en el lugar. Le pidieron la cédula y la fotografiaron.

En otra ocasión, en el mes de marzo de este año 2022, cuando nadie sabía que el equipo de trabajo de ella viajaría a San Jorge, Rivas, alguien llamó a su jefe diciendo que necesitaban unos exámenes de la vista en San Jorge, algo totalmente inusual. Nunca nadie les había llamado así. Cuando el jefe de Ramírez respondió que iban a llegar, la persona que llamó le preguntó: “¿Pero mirá, andás con la señora?”.

El jefe le contó a Ramírez y ella decidió no ir. Regresó a su casa y tomó la decisión de irse para los Estados Unidos, después de que a la casa llegaban motorizados haciéndose pasar como “azules y blancos” y preguntaban: “¿Ya se fue doña Flor del país?”.

El éxodo

Decidió irse el 16 de abril de este año 2022, para no tener la tentación de salir a protestar el 19. “Conociéndome como soy, me hubiera ido a protestar”, indica. Tenía tiempo de estar recogiendo dinero por si llegaba el momento de irse al exilio. Aunque no era eso lo que deseaba.

Mal vendió, con dolor, las cinco máquinas de coser que tenía. Lloró. Eran su fuente de ingreso. También mal vendió un ropero y una cama.

El 16 de abril salió a las 2:00 de la madrugada de su casa, con su hijo Luis Manuel Ramírez, en un taxi hacia el mercado Israel Lewites, donde tomaron un bus hacia El Guasaule.

Junto a su hijo, viajando a Estados Unidos. LA PRENSA/ CORTESÍA

Como Ramírez había trabajado con una de las ópticas en esa zona, había escuchado de las formas de salir ilegal. También conocía personas que trabajan en eso. Le pidió ayuda a una de ellas para que los sacara por el río, a caballo.

Cuando salió de Nicaragua, lloró. Se acordó de todo lo que sufrió a manos de la Policía Orteguista y también de los paramilitares, quienes una vez la hirieron en la cabeza. Le habían doblado los dedos y le fracturaron tres de ellos, los cuales hasta la vez no los mueve bien. Se acordó de cómo la enfermó el asedio sufrido. Y de la vez que se cayó tratando de huir. Se acordó que en mucho tiempo no podrá ver a sus nietos. De la zozobra en que ha vivido su familia, sufriendo por ella.

“Dios mío, pasé”, exclamó.

Al llegar a Guatemala, la echaron presa junto a su hijo y siete venezolanos. Les tomaban fotos y ella recordaba cuando en el nuevo Chipote también le tomaron fotos y se puso a llorar.

Los regresaron a la frontera de Honduras. Ahí las autoridades no los quisieron recibir. Entonces ella contrató un coyote que la sacó del lugar. Después, junto a su hijo, lograron llegar a Tapachula, México, donde permanecieron casi un mes.

El río Bravo

Inicialmente cruzarían a Estados Unidos por el río Bravo, en la zona conocida como Piedras Negras, donde han muerto ahogados casi dos decenas de migrantes nicaragüenses solo en este año 2022. Ramírez estaba llena de temor. No sabe nadar.

Afortunadamente para Ramírez, unas personas la llevaron a otra zona del río, en Ciudad Acuña, donde el caudal es menos peligroso.

Flor Ramírez después de salir del río Bravo y momentos antes que la detuvieran las autoridades migratorias de Texas. Ya se había quitado la ropa mojada. LA PRENSA/ CORTESÍA

El sábado 28 de mayo de 2022, a las 6:30 de la mañana cruzó el río. “Ten misericordia de mí, Señor”, rezaba. Ya les había dicho a las personas que la acompañaban que se regresaría si el agua le subía más allá de la cintura.

Fue una odisea. En la parte del río que cruzó era un barranco, pero no había ramas a las cuales agarrarse. Solo había unas plantas de bambú, pero de esas no era fácil asirse.

Cuando llegó al otro lado del río, se cambió la ropa mojada. Caminaron un poco y rápidamente los encontraron las autoridades migratorias norteamericanas del Estado de Texas.

“Where are you going?”, escuchó que les preguntó un oficial gringo. “Venimos a refugiarnos”, contestaron ellos. Entonces el oficial comenzó a hablar en español.

“No venimos a molestar a nadie”, les decía Ramírez en las oficinas de Migración. “Yo puedo trabajar”, les insistía.

Ramírez ya está lejos del alcance de la Policía Orteguista.

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