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Abril 2018: la lección no aprendida

“La teoría sin una práctica (política que la acompañe) es estéril; pero una práctica (política) que carece de visión teórica es ciega” (Immanuel Kant)  

“No hay peor ciego que el que no quiere ver” (Dicho popular). 

A lo largo del mes de abril, líderes estudiantiles, dirigentes políticos, analistas, académicos y periodistas examinaron las causas por las cuales las protestas de abril del 2018 no lograron cambiar el rumbo político del país; o al menos, culminar en la estructuración de un movimiento de oposición serio y efectivo. Las principales causas identificadas por estas personas fueron: la descoordinación de los grupos que participaron en las protestas; y la fragmentación de los grupos que, como la Alianza Cívica y la UNAB, asumieron su representación formal.  

Las soluciones que estas mismas personas ofrecieron para salir del estancamiento de la oposición se articularon dentro de una lógica circular que las llevó a concluir que para evitar la fragmentación de la oposición es urgente “salir de la fragmentación”; y que para superar la dispersión de esfuerzos es preciso lograr la “unidad en acción”. Cuatro años han pasado ya sin que la oposición logre salir de este laberinto orbicular. 

¿Lamentable? Sí. ¿Sorprendente? No. 

Las protestas de abril fueron eso: protestas; es decir, expresiones de rechazo al gobierno de Ortega y no un movimiento organizado y guiado por una visión y una estrategia para alcanzar la democracia que decimos anhelar. En este sentido, Abril-2018 fue una manifestación más del voluntarismo heroico con el que los nicaragüenses hemos intentado, repetidamente, modular el rumbo de nuestra historia.  

Así pues, hace cuatro años transitamos del pragmatismo resignado que empujaba a una gran parte de los y las nicaragüenses a aceptar la realidad del orteguismo como inapelable, al voluntarismo heroico, que puede definirse como una predisposición cultural que privilegia la combatividad y el arrojo por encima de las actuaciones políticas reflexivas; y la búsqueda del “¡todo ya!” por encima de la perseverancia y flexibilidad necesarias para construir soluciones de las que no necesariamente vamos a obtener todo lo que deseamos en forma inmediata. 

Un ejemplo clásico de nuestra exagerada admiración por la combatividad lo ofreció el tristemente célebre Edén Pastora, cuando señaló que Daniel Ortega había ganado el derecho a mangonear el FSLN porque había sido “el único (de los comandantes) que se quedó volando verga” después de 1990. El propio Pastora –un asesino y torturador confeso– fue admirado por sandinistas y no sandinistas por su combatividad; es decir, por ser un hombre que siempre estuvo dispuesto a “volar verga”. Las sonrisas satisfechas de “totalitarios” y “demócratas” en las fotos de archivo con Pastora así lo revelan. 

Nuestra inclinación por la combatividad y el arrojo se expresó también en el gusto con el que muchos contemplamos al joven que el 16 de mayo del 2018, en lo que se suponía iba a ser el inicio de un diálogo para encontrar una solución política a la crisis, se “robó el show” cancelándolo y exigiendo la renuncia de Ortega con su voz de locutor: “Esta no es una mesa de diálogo. Es una mesa para negociar su salida”. Con estas palabras, el joven opositor —hoy injustamente encarcelado— se convirtió instantáneamente en un héroe, a pesar de que su bombástica intervención contribuyó a cancelar la posibilidad de extraer concesiones de Ortega en el momento en que el dictador atravesaba el punto más débil de su gobierno. ¿No es incomprensible que estas concesiones se hayan querido extraer después, cuando la dictadura había recuperado su fuerza y el espejismo de la solidez de la oposición había desaparecido? 

Finalmente, hablemos del inmediatismo maximalista —la búsqueda del “¡todo, ya!”— que como dijimos anteriormente es una de las facetas del voluntarismo heroico que nos caracteriza. Para ello quiero referirme al controvertido editorial de LA PRENSA del 21/04/22, en el que se sugiere que “la oposición no debería plantearse objetivos maximalistas, como el derrocamiento del régimen, la refundación a corto plazo del Estado Nacional o un nuevo pacto social”. Efectivamente, si el estado actual de las organizaciones de la oposición es el que durante el mes pasado describieron sus miembros y los que las analizan e investigan, estas organizaciones no están en capacidad de lograr ninguno de estos objetivos.  

Sin embargo, debemos cuidarnos de no pasar de las brasas al fuego: del voluntarismo heroico que nos mueve a buscar soluciones “express” a una crisis de siglos como la nuestra, al pragmatismo resignado de una “normalización política y social” donde lo “normal” signifique renunciar a la justicia y la libertad. Entre el voluntarismo heroico y el pragmatismo resignado existe el espacio de la acción reflexiva; es decir, de una acción política sistemática y paciente, guiada por una visión y un pensamiento que se nutren de una interpretación auténtica de nuestra realidad, no para arrodillarnos frente a ella, sino para transformarla. Así lo hizo la Costa Rica del 48, así lo hizo Uruguay a comienzos del siglo pasado y así lo han venido haciendo durante más de dos décadas las fuerzas democráticas del Chile post-Pinochet. 

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Western en Canadá.

Opinión Abril 2018 Daniel Ortega Nicaragua archivo
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