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Hombres y mujeres nicaragüenses se dedican a la prostitución para sobrevivir en Costa Rica. Hans Lawrence Ramírez/LA PRENSA

“Vivo de mi cuerpo”: Nicas prostituidos en Costa Rica

Mujeres y hombres nicaragüenses se están dedicando a la prostitución en Costa Rica. Es su manera de vivir, dicen, por la falta de empleo en ese país. Te contamos los riesgos, temores y sacrificios que hacen para sobrevivir

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Sea de día o de noche, no importa para “Magaly”. Ella trabaja desde las diez de la mañana ofreciendo sus servicios sexuales al que esté dispuesto a pagar por ello. Su jornada termina cerca de las once de la noche porque en Costa Rica, donde vive desde hace cuatro años, hay una restricción vehicular a media noche que imposibilita su trabajo.

Magaly, “es mi nombre de puta”, dice. Habla con la Revista DOMINGO bajo la condición de no revelar su identidad. No tiene ningún interés en que su familia en Masaya se dé cuenta de cómo ha hecho para sobrevivir los últimos dos años.

Ella llegó a Costa Rica en 2019 por la represión del régimen de Daniel Ortega y la crisis económica. Tiene 27 años, pero a sus clientes les dice que tiene 22, porque “entre más chiquitas como que les da más morbo”, dice.

Efectivamente se ve como una joven de 22 años. Es delgada, de piel clara y al salir a trabajar usa una peluca rubia por si pasa alguien que pueda reconocerla.

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Cuando llegó a Costa Rica empezó a trabajar como mesera y su intención era ahorrar dinero y enviarle a su familia en Nicaragua. Le fue bien hasta 2020 cuando la pandemia azotó al mundo y el restaurante para el que trabajaba tuvo que despedirla.

Pasó dos meses sin pagar el alquiler del cuarto en el que vivía. Salía todos los días a buscar trabajo, pero era imposible conseguir.

En una aplicación de citas que utilizaba desde que llegó a Costa Rica, alguien le ofreció 200 dólares por tener relaciones sexuales con ella. Presionada por sus carencias económicas, Magaly aceptó.

“Me dio asco. Me sentí violada. Yo misma me decía que bajo has caído. Pensaba en qué me diría mi papa si supiera lo que estoy haciendo”, cuenta la joven. La persona le pagó lo acordado, pero en cuanto llegó a su casa, lo bloqueó de todas sus redes sociales. Hasta hoy, a Magaly le sigue dando repugnancia ese recuerdo.

Sin embargo, cuenta, haber ganado 200 dólares “de una manera tan fácil” la hizo reflexionar sobre dedicarse a la prostitución. Pasó tres meses más sin poder conseguir empleo hasta que tomó la decisión. “Voy a prostituirme pues, y aquí estoy. Vivo de mi cuerpo”, comenta.

El parque La Merced en Costa Rica es uno de los lugares donde se concentran los nicaragüenses que se prostituyen. También hay personas de otras nacionalidades. Hans Lawrence Ramírez/LA PRENSA

Miedo

Magaly no es la única nicaragüense que ha optado por la prostitución en Costa Rica para sobrevivir. En el parque La Merced, conocido popularmente como “el parque de los nicas”, es donde mujeres y hombres ofrecen su compañía sexual incluso en horas del día.

“Mario” es otro nica que habla con la Revista DOMINGO bajo condición de anonimato por dos razones. Tiene miedo de que le “hagan algo” y tampoco quiere que su familia se dé cuenta, explica.

Lo que Mario gana como cajero en un supermercado dice que no es suficiente para vivir en Costa Rica y para enviarle dinero a sus dos hijos en Nicaragua. Mario tiene 35 años, los últimos 10 los lleva viviendo en el vecino país y por ahora no piensa volver porque “allá no hay trabajo”.

En el supermercado hace turnos de día y a veces de noche. Cuando tiene días libres o cuando sale temprano, se va a la casa que alquila. Se pone tacones, una peluca, un vestido chingo, se pinta los labios, se hace delineado y a eso de las ocho de la noche sale para barrio Amón en San José.

Desde hace cuatro años, Mario se convierte en “Roxy” por las noches. Al inicio fue complicado, cuenta, nunca había tenido relaciones sexuales con hombres y tampoco había besado a alguien de su mismo sexo.

“Costa Rica es como que más libertaria en ese sentido. Ves a hombres besándose en la calle y no pasa nada, pero hacé eso en Nicaragua”, explica.

Un amigo de Mario fue quien lo instó a que se vistiera de mujer y se prostituyera. Ese amigo es un costarricense que también trabaja en barrio Amón y lo ayudó para que “entrara al negocio”. Cuando Mario llegó a Costa Rica se consideraba heterosexual, pero ahora dice que es bisexual.

Barrio Amón es un sitio frecuentado por extranjeros. “Los gringos pagan bien y te tratan bien”, dice Mario. Lo complicado para él es que no habla inglés, entonces pierde muchos clientes porque le es difícil comunicarse con ellos.

Magaly también ha visitado barrio Amón. Dice que le fue bien una vez porque le tocó con un francés que le pagó 130 dólares, pero las últimas dos veces ha sido agredida y expulsada por otras prostitutas de la zona. “Es que yo en esos momentos no sabía, pero es que esto es cuestión de territorios y en Amón es prácticamente para las trans”, dice Magaly.

Ella empezó en septiembre de 2020, cuando la pandemia estaba en su pico más alto. Dice que ya sabía que en el parque y zonas aledañas había prostitutas y no sabía que era por territorios. Cuando llegaba casi no había otras trabajadoras sexuales así que “como que fui ocupando ese vacío que iban dejando las otras”, cuenta.

Ella trabaja en el parque La Merced y a veces más al este por un lugar llamado Paseo Colón. Cuenta que cada vez que “amarra” con un cliente lo hace con temor de que la secuestren, la violen o la maten. “Yo me voy con ellos, o me subo a los carros de ellos y yo no sé si voy a volver. Siempre me da mucho miedo”, comenta.

Hasta la fecha, a Magaly no le ha pasado nada, pero tuvo que contarle todo a una amiga quien ya está advertida que, si no sabe nada de Magaly después de un determinado tiempo, denunciará ante las autoridades y avisará a sus padres. “Eso también me da miedo, que se den cuenta mis padres”, dice la joven.

Tarifas

Con un cliente, Mario puede llegar a cobrar hasta 100 dólares la hora, sobre todo si es extranjero. Cuenta que tiene que pagar una tarifa de 40 dólares a “la administradora”, que es como alguien que manda en el territorio y que las deja trabajar. Los 60 restantes son suyos, y si le dejan propina mucho mejor.

A veces las propinas no son dinero, pueden ser objetos de valor como joyas o ropa. Hay clientes que las llevan a cenar primero y otros que no quieren tener sexo, simplemente alguien de compañía para pasar la noche.

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Mario no tiene problemas en acompañar a los clientes a sus eventos, pero sí les pide que no se tomen fotos y que le garanticen que lo llevaran de regreso al barrio Amón. A veces, las cosas no salen bien.

“Una vez estaba con un empresario y se nos apareció la mujer. Estábamos en un hotel. Yo lo tenía agarrado del brazo y cuando la mujer nos ve, me agarra del pelo y me quita la peluca y ahí se da cuenta pues que no soy mujer y se queda como impactada, como en shock. Yo salí corriendo. Ni le cobré al hombre”, recuerda Mario.

Para Magaly es complicado tener que acostarse con diferentes hombres y convencerlos de usar preservativo. Alguno lo usan sin problema, pero otros se lo quitan en medio del acto. “Dos veces me ha pasado y me tuve que pagar una ginecóloga. Afortunadamente no tengo nada, pero sí es cansado estar peleando con ellos para que se pongan condón”, relata.

La joven cobra mucho más barato: cinco mil colones (7.6 dólares) dure lo que dure el acto. A veces sube hasta 10 mil colones (15 dólares), dependiendo del porte de la persona y “de qué tan necesitados los vea”.

Algunas personas se prostituyen en el parque La Merced por 5,000 colones, que son unos 7.6 dólares. En otros sectores, pueden llegar a obtener ganancias mayores a 50 dólares. Hans Lawrence Ramírez/LA PRENSA

Magaly va con sus clientes a sus casas o a veces a moteles. De algunos ya se ha hecho amiga y son “clientes frecuentes”, pero con la mayoría de estos, procura no conocer a sus familias.

En el día, puede llegar a acostarse con entre siete o diez personas diferentes. Los mejores días para salir a trabajar son los días de semana a la hora de almuerzo. “Casi todos tienen mujer o son casados, entonces les sale mejor buscarse una prostituta en las horas que salen a trabajar”, explica Magaly.

Los sábados a veces logra conseguir algo, pero los domingos los dedica a descansar. Magaly dice que trabaja de manera independiente y que le gusta trabajar en el “parque de los nicas” porque las prostitutas de ahí ya se conocen y no son tan problemáticas como en otros sectores. “Cada quien agarra lo que encuentra y todas respetamos”, cuenta.

Entre las mismas prostitutas se dan “tips” para que el acto dure menos y que el cliente quede satisfecho, hacen recolectas para comprar condones y cuando una es agredida o necesita ir a un chequeo médico, también se apoyan.

Algunas de ellas son nicaragüenses, pero también hay costarricenses, salvadoreñas y una venezolana.

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