El auge transgresor de las grafiteras latinoamericanas

Grafitera colombiana La Rue pintando en Múnich, en el Festival “Hands Off The Wall”.

Deutsche Welle

Son mujeres, son audaces, tienen algo que decir y lo dicen con colores: son grafiteras, y en América Latina, pisan cada vez más fuerte.

DW pudo entrevistarlas, pero todas prefieren ser citadas con su seudónimo y conservar el anonimato. “Para mí hacer grafiti como mujer latinoamericana es un acto revolucionario, valiente y político, y ser consciente de esto, hace que pintar en la calle se convierta en una necesidad vital para mí”, dice a DW la colombiana La Rue.

“Una vez que conseguí romper el miedo, enfrentarme a los retos, el peligro, el estigma y la responsabilidad que conlleva exponerse en la calle, me enamoré de lo poderoso que es compartir mi estética, mi voz y lo que me inspira, mostrando mi forma única de ver el mundo”, sostiene la joven nacida en Cali sobre esta forma de expresión netamente urbana.

“Pintar grafitis es una parte fundamental de mi vida”, indica, por su parte, la artista peruana Meki. “Es una catarsis creativa en la que siento paz”, cuenta.

“Y es un lenguaje con el que puedo conversar con otras personas que se identifican con lo mismo, a pesar de quizás hablen otro idioma”, agrega en diálogo con este medio desde Lima.

La grafitera peruana Meki junto a su obra en El Callao, Lima.

Arte sin permiso

“El grafiti es rebeldía: así empezó y esa es su esencia”, explica, en tanto, la grafitera uruguaya Min 8. Se trata de “no seguir reglas y de estar todo el tiempo en movimiento”, agrega.

“Sé que es un cliché decir que el grafiti es 100 por ciento libertad, pero lo es básicamente”, asegura a DW desde su Montevideo natal.

Y, por cierto, en ello todas coinciden. “El grafiti para mí representa la libertad de poder pintar donde quiera y lo que yo quiera, ya sea plasmar mi nombre o algo que me represente o me guste”, indica la grafitera mexicana Dos One a este medio.

Grafiti de Dos One en Paraje San Juan, Ciudad de México.

“Hay quienes lo hacen para protestar, para expresar inconformidad o porque están en contra de alguien o de algo”, continúa.

“Muchos otros simplemente disfrutamos de poder hacer lo que nos gusta sin importar si a los demás les parece bien o no”, plantea. “Y esto también tiene algo de rebeldía”, aclara.  

“Los escritores de grafiti van en contra de muchos parámetros para dejar su marca”, condensa en entrevista con DW la bogotana Nats Garu.

Grafitera colombiana Nats Garu pintando en Santa Marta, Colombia.

Y, en el mismo sentido, es “un acto transgresor, porque, para hacer grafiti, es necesario apropiarse de los espacios sin pedir permiso”, apunta La Rue.

“Y, aunque existe desde hace décadas, no es reconocido totalmente como expresión artística”, se lamenta.

Actitud y estética particulares

Así y todo, las grafiteras siguen adelante, con su arte y a su modo. “En mis obras siempre intento romper con ciertos cánones de belleza establecidos y las conductas idealizadas de la representación femenina tradicional, exponiendo una de las tantas formas de ser femenina”, revela la artista colombiana.

Obra de La Rue en las paredes de Bogotá, Colombia.

“Me encanta pintar y reinterpretar el mundo natural y animal”, cuenta, por su parte, la peruana Meki. “Ya que nos trasciende como especie, y tenemos que acordarnos de esto siempre. No debemos vernos a los humanos como el centro de todo, sino como parte de un mundo natural mucho más grande, que debemos aprender a respetar”, postula.

“Me gusta crear imágenes que no se encuentren en la cotidianeidad, más cercanas a los sueños o las fantasías, que inspiren una emoción o una reflexión”, sostiene, en tanto, la colombiana Nats Garu.

“Yo entrego mi obra al espacio público y me gusta que las personas la vean, la interpreten, se conecten o incluso la juzguen, porque encuentro en esta dinámica la verdadera riqueza de compartir lo que hago”, explica a su turno La Rue.

Obra de la grafitera Meki en Lima, Perú.

Cada vez más mujeres

Y, por cierto, son cada vez más las mujeres que se acercan a la actividad.

“Si bien la escena del grafiti ha sido mayormente dominada por hombres a lo largo del tiempo, hoy en día eso ha cambiado bastante”, evalúa Nats Garu.

“Hay una gran diferencia entre la situación de hace 15 años, cuando yo empecé a hacer grafitis, y la de hoy, en que cada día hay más y más mujeres”, afirma, por su parte, Dos One desde Ciudad de México.

Y el panorama es común en los diferentes países del continente.

“Latinoamérica está tejida con un mismo hilo. Y las mujeres hemos aprendido que juntarnos nos hace más fuertes, y nuestras imágenes están ligadas a esas cercanías”, grafica Nats Garu.   

Así pues, con los tradicionales aerosoles, con el rodillo o con el pincel. Entre la legalidad y la transgresión. Entre el arte y la protesta. Entre la rebeldía y la libertad. Las grafiteras han llegado para quedarse.

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