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De la violencia y la rebeldía

(FIRMAS PRESS) ¿Es, acaso, la violencia el resquicio más sublime que nos une a nuestra naturaleza animal, la demostración de nuestra, irascible y moldeable, humanidad? La violencia, el arte más antiguo de diplomacia. Tan adherida a nuestro ser que, desapercibida, controla la rutina de nuestro día a día. La violencia es una etiqueta más de la acción que nos recuerda, como un memento mori, la fragilidad de nuestro tiempo. 

Los ejemplos de la efectividad de dicha etiqueta han explotado en el globo. La esquizofrénica búsqueda de control por parte de los Estados ha llevado a un grupo creciente de personas a chocar de frente contra la violencia legitimada, como la definía Weber. Se rompe el contrato poder-obediencia. Se redefine la normalidad, se privilegia la servidumbre y se castiga la rebeldía. Pero, como escribe Camus en El hombre rebelde, la rebeldía nunca es un movimiento egoísta. Se busca en ella la iluminación, el brillo divino, la liberación; esa es la guía de la órbita de los pensamientos dominados por el yugo de la violencia.

Agrupaciones como estas han aparecido en todo el mundo, en toda la historia, en todos los estratos sociales. Hay oportunidades, escasas y fugaces, en las que una población entera dice basta y son esos años los que quedan marcados con el recuerdo de sus odiseas; 1956, 1989, 1994, 2021 son ejemplos del impacto que crea una estructura cohesionada de personas, de rebeldes. Y es que lo que vemos en las pantallas de nuestros tiempos son los ejemplos más claros de rebeldía y violencia. Una demostración más del interminable ímpetu del ser humano por ser libre. Reprimidos por botas, balas y bombas. El fin de la era de los tiranos pasó hace mucho, pero las reminiscencias de su control se mantienen rondando por el aire. 

Es ese miedo a la pérdida del control lo que activa las más vetustas acciones de nuestra conexión con Gaia y Ares. Somos hijos de fuego y tierra, alma y sangre. Es en el momento en el que lo establecido se ve en peligro, cuando se movilizan los poderes. Arrancan los motores de la represión. Es entonces cuando se encuentran, cada uno en su propia trinchera, los bandos de, como lo describió Hartman, jóvenes que no se conocen que se matan entre sí por un grupo que sí se conoce y se odia, pero que no se mata.

Este año, en sus aún escasos días de vida, ha demostrado la ebullición y la presión que han creado en el mundo las restricciones de una enfermedad de la que se ha mentido desde el inicio. La paciencia tiene un límite y cuando esta mengua, la rebeldía aumenta. El punto crítico de esa paciencia es el momento exacto del inicio de la rebeldía. Están conectadas, se complementan, siameses de una misma idea. Ambas fuerzas, a veces contrarias y otras aliadas, se entrelazan en un vals infinito autodestructivo. 

Pero la semilla libertaria de la que nacen revoluciones como las que estamos viendo vienen envenenadas por el miedo. El pavor a la incertidumbre porque la verbena de la libertad cunde mucho y requiere muy poco para perderse. La fruta que nace se pudre casi en el instante en el que se recoge. Alimento maldito de unos pocos. Porque al ser humano le gusta la dominación, encuentra en ella la paz. Le gusta tanto que, hasta cuando enarbola la bandera de la libertad, busca en su revolución a un líder único, a un tirano, a un salvador para que lo guíe. El calor que encuentra en la seguridad del rebaño lo distrae de la melancolía y la amargura de sus cadenas. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

Opinión El hombre rebelde rebeldía archivo
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