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Un juego de nombres

Hoy me visitaré a mí mismo, espero estar en casa. (Karl Valentin, humorista).

No estoy claro de cómo es la historia de nuestros generales. Nos ha fascinado hacer la guerra por el poder desde la independencia y del colapso de la tutela del imperio mexicano, el apoyado por los conservadores de allá, derrotados por los liberales republicanos en 1823, por lo que desde entonces todo ha sido un juego de nombres. 

Esos conservadores del viejo orden ideológico y de sus intereses económicos apoyaron años después a los franceses para que en México se estableciera el imperio de Napoleón III.  Igual los liberales los volvieron a derrotar. El viejo orden de exclusiones sociales, políticas y de privilegios económicos fue duro de erradicar para ser eventualmente sustituido por otro igualmente excluyente, que ha provocado emigraciones masivas hacia los Estados Unidos, el Gran Satán según los Ayatola.  

Paradójicamente los territorios semipoblados que los Estados Unidos le arrebataron a México a mediados del siglo XIX son más prósperos que los no anexados por el Gran Satán. Quienes se llevaron la peor parte sin embargo fueron los nativos prehispánicos, los diezmados y sometidos por el ejército de unos Estados Unidos en expansión frente a Inglaterra y Francia (la Doctrina Monroe). 

La guerra por el poder, la posición social y los bienes terrenales aquí también ha sido uno de nuestros pasatiempos predilectos, y en todas las guerras ha habido generales. En ciertos casos autonombrados o nombrados por sus pares para comandar a sus peones de hacienda o a otros reclutados por la fuerza. Así era la guerra en aquellos tiempos, pero apareció William Walker, el contratado por los liberales de León, y todos los generales se asustaron, conservadores y liberales, y tuvieron que pactar para evitar la anexión de Nicaragua (y Centroamérica) a la Confederación del sur de los Estados Unidos. He ahí el origen de los gobiernos oligárquicos granadinos. 

Walker fue un aventurero y mercenario inspirado por el Destino Manifiesto, graduado en medicina en Tennessee, leyes en New Orleans y fue periodista. Viajó por la Europa de entonces y aprendió francés, pero no estudió secretariado ejecutivo y menos se conformó con un bachillerato.

Hoy sabemos que los humanos somos descendientes de homínidos de hace más de seis millones de años según el reciente descubrimiento de huellas fósiles en la isla de Creta, de antes de la separación de los continentes. La Tierra por otro lado, según los astrofísicos, tiene algo así como cuatro mil millones de años de estar en la Vía Láctea que gira por las fuerzas gravitacionales, desplazándose hacia los confines de una onda expansiva según los que saben.

Las huellas de Acahualinca, las nuestras, tienen cinco mil años o por ahí. No mucho, pero sí lo suficiente para entender que la hisoria de la humanidad es la historia de la guerra, catástrofes naturales, deidades y religiones, de la técnica, el arte, la arquitectura, la literatura, la música, las tecnologías digitales, el internet de las cosas, la inteligencia artificial y la nano tecnología, entre no sé qué más que no vamos a ver porque estaremos en el mundo de los muertos. Aquí mientras tanto seguiremos bailando al son del folclore con coreografía rosada. Vaya futuro.

El hombre moderno (nosotros) no tiene más de ciento cincuenta mil años de existencia y proviene de lo que hoy es África Oriental según descubrimientos arqueológicos. De ahí se expandieron a territorios interconectados de entonces y dominaron sobre los neandertales. En pocas palabras el todo está relacionado con las guerras de los generales de nuestra historia. Uno fue mi tío bisabuelo paterno José María Moncada, y otro mi tío bisabuelo materno Gustavo Abaunza, ambos liberales, quienes aparecieron sobre la faz de la tierra para dar de qué hablar. 

Mi abuela Bertha Abaunza Salinas, leonesa, una vez me contó que cuando jovencita le cargó los fusiles a su padre en una guerra casa por casa contra los granadinos. Después vinieron más generales, demasiados quizás, porque nuestros gobiernos civiles y civilistas han sido efímeros.

En su juventud mi padre fue secretario del Partido Conservador. De hecho de niño conocí al general Emiliano Chamorro ya anciano.  Mi padre fue uno de esos perseguidos y encarcelados por opositor a la dictadura de Somoza García, y seguimos en lo mismo. 

El 7 de noviembre me quedé en casa, me visité a mí mismo y me encontré. Federico Fellini se quedó corto ese día. La realidad superó a la fantasía.

El autor es Doctor en Derecho

Opinión generales guerra poder archivo
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