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José Arguello Lacayo, escritor y teólogo. LA PRENSA/CORTESÍA

Rubén Darío en Mallorca: cara a cara con Dios: Un nuevo libro del escritor teológico José Argüello Lacayo

"José Argüello Lacayo es uno de los pocos teólogos nicaragüenses interesados en el proceso de fe en Rubén Darío y de los textos con fuente bíblica y temas religiosos de la obra narrativa de Rubén Darío", dice el poeta Julio Valle Castillo

El ensayo Rubén Darío en Mallorca: cara a cara con Dios, es un trabajo valorado por grandes conocedores de la obra de Darío, dice el estudioso dariano José Argüello Lacayo, quien comparte esta edición de la Academia Nicaragüense de la Lengua.

El escritor además resalta que su contenido “indaga una de las facetas menos exploradas de nuestro vate: su profunda religiosidad.

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Asimismo nos comparte las palabras liminares del poeta y crítico literario Julio Valle-Castillo sobre su labor y un poco de su perfil literario y teológico:

José Argüello Lacayo es uno de los pocos teólogos nicaragüenses interesados en el proceso de fe en Rubén Darío y de los textos con fuente bíblica y temas religiosos de la obra narrativa de Rubén Darío.

Argüello Lacayo, pareciera por su escasa barba, su evidente candidez, pero también por su sabiduría, un monje laico, recluido en su celda llena de libros y de fotografías de algunos prohombres de la teología contemporánea:

Thomas Merton, Martin Luther King, Juan XXIII, Fernando Cardenal y esculturas de Ernesto Cardenal, amén de un Cristo crucificado pendiendo de una de las paredes.

De modo que, Argüello Lacayo es un escritor tan literario como teológico. Estudió filosofía en la Universidad de Heidelberg y obtuvo un doctorado en teología en Tubinga, Universidades cuyo rigor es evidente.

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 Al regresar a Nicaragua se ha dedicado a la enseñanza de la Teología más sencilla a comunidades y a campesinos.

Ha recuperado para nuestra tradición en su libro Un pobre de Jesús. El poeta de las palabras evangelizadas, la biografía del poeta y sacerdote Azarías H. Pallais, autor de las palabras evangelizadas, con quien Argüello Lacayo ha conservado una iluminadora y gran comunicación.

La labor educativa y las obras pastorales de Argüello Lacayo, lo han llevado a organizar con el equipo Teyocoyani un proceso de formación teológica para líderes campesinos y laicos a lo largo y ancho de Nicaragua durante las últimas tres décadas.

José Argüello Lacayo es un evangelizador y profeta de nuestro país.

Portada Rubén Darío en Mallorca. LA PRENSA/CORTESÍA

También Arguello nos compartió su primer texto de lectura Rubén Darío en Mallorca, cara a cara con Dios:

Embarcado en el vapor Miramar de la compañía Isleña Marítima arriba Darío por segunda vez a Mallorca el 13 de octubre de 1913.

Huye de París, que con manos férreas sujetaba su corazón; abrumado por frecuentes crisis alcohólicas que estragan a fondo su salud, angustiado por la inestabilidad económica y el deterioro irremediable de su relación marital con Francisca Sánchez del Pozo, abnegada campesina castellana que le acompañaba desde 1899 y con quien había procreado a Güichín, niño de seis años que depende ahora enteramente de su padre.

La gloria que nimba su nombre y su pujanza creadora no impiden el desaliento que anida en su corazón. Ha llegado al zenit de su vida y prevé ya su próximo fin.

Acude a Mallorca en busca de quietud, anhelando la incomparable belleza de aquellos parajes donde había pasado ya varios meses fecundos entre octubre de 1906 y principios de marzo de 1907.

Desea hacer un balance de su vida, un calafateo, como poéticamente designa el intento de cerrar las junturas de su espíritu por donde se le escapa a borbotones la sangre de su alma.

 «Era la primera vez que necesitaba verdaderamente de un largo reposo, de un dilatado contacto con la naturaleza, de un alejamiento de la ciudad abrumadora, de la tarea precisa, casi mecánica, que le agriaba el entendimiento, del fingido hogar que le habían traído las consecuencias de una vida manquée, del padecimiento moral incesante que agravaba el inveterado recurso de los excitantes, de los alcoholes de pérfida ayuda.

Se encontraba a los cuarenta y tantos años, fatigado, desorientado, poseído de las incurables melancolías que desde su infancia le hicieron meditabundo y silencioso, escasamente comunicativo, lleno de una fatal timidez, en una necesidad continua de afectos, de ternura, invariable solitario, eterno huérfano, Gaspar Hauser, sin alientos, sin más consuelo que el arte amado y por sí mismo doloroso, y el humo dorado de la gloria en que Dios le había envuelto para calma de su incurable desolación”.

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