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La poesía, la música y los colores

Existe una asociación sensorial de los poetas con la música y los colores.

Amado Nervo pensaba que la música podría ser el porvenir, el idioma de los elegidos, sino el idioma universal y si hubiese tenido que escoger hubiera elegido ser como el organista Maese Pérez o cualquier otro, antes que un poeta. Por eso por las tardes se perdía entre los acordes musicales de los conciertos de las iglesias de París. Escuchaba allí los lamentos de Job, de Jeremías, los cantos de David y de los maestros alemanes: Gluck, Bach, Mozart, Beethoven.

En su libro: El Éxodo y las Flores del Camino, Nervo señala que al maestro Núñez, su buen amigo, le dieron el apelativo de “maestro Swedenborg”, por su gran devoción hacia el escandinavo Emanuel Swedenbor. Núñez había hecho: la fusión más peregrina y más bizarra del mundo, con la Biblia y la música —y al igual que el científico religioso— comenzó a buscar en el libro sagrado un sentido musical. Creía que la Virgen María simbolizaba la música y que Herodes representaba el dinero. Empezó a musicalizar hasta el Apocalipsis, “no había razón para que un sonido determinado se llamase Do y otro Re”. El amor al símbolo “llevole a esas fronteras en que los videntes y los locos se dan la mano”.

Cuando Nervo asiste al Campo de Marte para atender a la Exposición Universal de París en 1900, en el Palacio de la Óptica, se descorrían al mundo las nuevas proyecciones de las ciencias. “El viajero veía la octilografía luminosa”, “la telegrafía sin hilos”, las sustancias radioactivas, “las bacterias luminosas” y especialmente en la Sala Franklin se encontraban “audiciones coloridas de divino efecto”. Cada color y cada sonido envolvían vibraciones de número haciendo posible poner en colores un número musical.

Los artistas asocian los tonos vivos al ritmo rápido y la música de ritmo más lento, en modo menor, a los tonos más oscuros.

Nervo, opinó que el gran Hans von Büllow, nunca dudó de dar color a las vibraciones musicales, concluyendo que los poetas han sido más crédulos que los músicos, como podemos ver a: Verlaine, Mallarmé, Huysmans, Montesquieu y Rimbaud.

Los estudiosos han afirmado que la música de Wagner es escarlata, la de Meyerbeer es violeta episcopal, la de Massenet es flava tirando a anaranjada, a la de Carlos Lecoq, es de color cereza y a la de Offenbach es verde manzana.

Nervo además asignaba un color a cada cosa. Para él, Montmartre era rojo y el Barrio Latino era azul. París era como un diamante iluminado y en su río Sena veía a una dama sonriente que estaba tendida a sus pies. La ciudad de Lucerna se le asemejaba a una joya a “un zafiro engarzado en los cuarzos blancos de los Alpes”. Gustaba de resaltar el verde de las arboledas, que comenzaban a amarillearse en los otoños y al sol que como una gema engastada en Zeus sobre un inmenso esmalte azul, cambiaba sus tonalidades según las estaciones.

Así vemos que Rubén Darío en uno de esos divinos ocasos dijo que quería ser como un topacio, y en uno de esos azulados amaneceres de París se inspiró y dedicó a Nervo un soneto:

Amado es la palabra que en querer se concreta,/ Nervo es la vibración de los nervios del mal,/ Bendita sea y pura la canción del poeta,/ que lanzó sin pensar su frase de cristal.

Sor Juana Inés de la Cruz tenía una aptitud extraordinaria para la música. Según el mismo Nervo, tañía violas, violines y harpas y “volaba un instante libre por la radiante serenidad del espacio, a los llorosos acordes de los instrumentos”.

Basta con leer su Loa 384 donde el personaje central es la música y los personajes son las notas que le acompañan.

También en su Loa 380, utiliza una metáfora donde la astronomía, la geometría y la numerología se entrelazan en rimas esdrújulas, y donde salen a relucir los términos musicales.

Darío como poeta simbolista era un wagneriano. Según explica Erika Lorenz el simbolismo “busca una música del lenguaje”, Warner por otro lado buscaba “un lenguaje de la música”.

En el poema: “El velo de la reina Mab”, Darío define su idea musical así: “La luz vibrante es himno, y la melodía de la selva halla un eco en mi corazón”. “Yo escucho todas las armonías, desde la lira de Terpandro hasta las fantasías orquestales de Wagner”.

En el mismo poema, crea la unión entre el hombre y el universo: “Yo tengo la percepción del filósofo que oyó la música de los astros”. “¡Yo que podría […], trazar el gran cuadro que tengo aquí dentro!…”

No cabe duda que tanto Nervo como Núñez, Sor Juana, Darío, y muchos más embebieron sus poesías de colores musicales.

La poesía es pintura de los oídos, como la pintura es poesía de los ojos, dijo Lope de Vega.

Agregaría: la música es pintura de los ojos como la pintura música de los oídos. El oído es el órgano perceptivo de esa correspondencia universal.

La música no solo oye sino que también ve.

La poesía es el producto del entorno musical y visual del poeta, que crea la idea, para penetrar silenciosamente en nuestras almas, por medio de las palabras.

La autora es máster en literatura española.

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