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Sistemas agroalimentarios para el futuro de Centroamérica

El sector agroalimentario es clave para el futuro de Centroamérica. Aporta un 9 % total del PIB regional, cifra que aumenta a más de un 20 % si consideramos el resto de la cadena de alimentación (servicios, manufacturas y otros) en países como Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Además, emplea al 20 % de la fuerza laboral, y en 2019 exportó casi 18 mil millones de dólares en productos agropecuarios, equivalente al 35 % de sus exportaciones totales de mercancías. A pesar de ser una región exportadora neta de alimentos, Centroamérica enfrenta un preocupante aumento del hambre; alrededor de 7 millones de personas hoy no cuentan con una alimentación adecuada. En una región donde la tasa de crecimiento demográfico para el 2030 es del 20 % ¿Cómo podremos asegurarnos de que todos los centroamericanos puedan comer mejor y más saludable manteniendo una producción ambientalmente sostenible y climáticamente resiliente? El futuro de la región se juega en buena medida en la respuesta a esta pregunta.

Existen al menos dos razones que nos llevan a proponer que se necesita una profunda transformación de los sistemas agroalimentarios centroamericanos: los intensos efectos del cambio climático sobre la producción y la alimentación, y la imperiosa necesidad de enfrentar de una vez por todas los altísimos niveles de pobreza rural y de inseguridad alimentaria y nutricional.

Centroamérica es una de las regiones más vulnerables a los efectos del cambio climático. Los períodos sucesivos de sequía seguidos de lluvias torrenciales castigan fuertemente las cosechas y la productividad, destruyendo recurrentemente los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria de millones de personas. En 2019, estos fenómenos provocaron que 2.2 millones de personas perdieran el total de sus cosechas en el Corredor Seco, mientras que en 2020 los huracanes Eta y Iota dejaron a miles de personas sumergidas en la pobreza y sin hogares.

Segundo, Centroamérica presenta índices de pobreza alarmantes. En Guatemala, Honduras y Nicaragua esta cifra supera el 45 % de la población. La pobreza y pobreza extrema son más elevadas en las zonas rurales, donde habita el 37 % de la población. Además, estas zonas son especialmente vulnerables al presentar mayores tasas de empleo informal y menor acceso a protección social. Dos tercios de los habitantes rurales en Centroamérica dependen de la agricultura familiar, caracterizada por explotaciones de baja productividad y con acceso limitado a bienes públicos. Si una cosecha falla, posiblemente no tendrán reservas suficientes para comer o vender ni para sobrevivir hasta la próxima cosecha. Esto explica en buena medida las elevadas cifras de inseguridad alimentaria las cuales aumentarán en más de un 30 % para el 2030 según proyecciones de la FAO. De nuevo, ¿es posible asegurar un buen futuro para la región con semejantes niveles de deterioro social?

La vulnerabilidad climática, la pobreza y el hambre, son causas directas de la migración. Un gran número de migrantes centroamericanos, en su mayoría jóvenes, indica a los eventos climáticos extremos como una de las principales causas para migrar. Por otro lado, en Honduras el 79 % de los migrantes señala que su principal motivo es la búsqueda de oportunidades laborales, y en Guatemala el 58 % menciona que es la falta o escasez de alimentos. El futuro de una región de la que escapan tantos cientos de miles de jóvenes, está comprometido.

Los sistemas agroalimentarios pueden ser un poderoso motor de un desarrollo más sostenible e inclusivo en Centroamérica. Sin embargo, para ello se va a necesitar un formidable proceso de innovación, que implica mayores inversiones públicas y privadas en investigación y desarrollo. Los países desarrollados invierten continuamente por encima del 4 % del PIB agrícola en investigación y desarrollo agrícola, mientras que El Salvador, Honduras y Guatemala invierten menos de un 0.2 %. Sin cambiar estas cifras, el futuro no es promisorio.

Ningún país de Centroamérica podrá afrontar una transformación profunda de los sistemas agroalimentarios por sí solos. Dicha transformación solo se logrará a través de una mayor integración y colaboración entre los países, en torno a objetivos precisos. Por ejemplo, se puede pensar en un esfuerzo regional para romper el círculo vicioso que tiene prostrado al Corredor Seco, y otro orientado a consolidar una posición regional de liderazgo en mercados globales en los que se tienen ventajas importantes, como el café. Los países centroamericanos deben cooperar para que sus sistemas agroalimentarios puedan competir, no solo por precio y calidad, sino por sustentabilidad ambiental e inclusión social, condiciones cada día más determinantes del acceso a los mercados más dinámicos.

En septiembre de 2021, los jefes de Estado y de Gobierno se reunirán en Nueva York en la Cumbre del Sistema Alimentario de las Naciones Unidas. Esta es una oportunidad única para que Centroamérica presente un proyecto claro para transformar sus sistemas agroalimentarios de manera que sean aptos para un futuro mejor para todos sus pueblos.

Los autores son Julio Berdegué, representante regional FAO para América Latina y el Caribe; y Valentina Morales, consultora Dirección Regional de la FAO

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