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Aquella mañana del 22 de enero de 2020 cuando el avión aterrizó en Managua con 60 deportados de Estados Unidos, Antonio Flores, que se había ido huyendo en 2018 de la persecución del régimen de Daniel Ortega, temblaba imparablemente del miedo.
“Voy directo a El Chipote”, pensaba Flores, un matagalpino de 29 años, que tenía documentado la persecución, las amenazas de simpatizantes del gobierno y su participación activa en las protestas contra Ortega y, aun así, un juez de migración le negó el asilo y lo envío de regreso a Nicaragua, a pesar que el régimen ha sido condenado por Washington y que el presidente Donald Trump, ha catalogado a Ortega de un dictador que viola derechos humanos.
—¿Por qué temblas? — preguntó el oficial de policía que lo recibió en el aeropuerto.
—Es que el aire del avión venía terrible y tengo frío— mintió Flores.
Minutos antes, cinco oficiales de policía y agentes de migración los esperaban en el aeropuerto internacional de Managua con cámaras de los medios oficialistas encendidas, a que salieran del avión.
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“Ordenaditos en fila, ordenaditos por favor, nada de desorden como los tranqueros”, gritaba un policía recuerda Flores.
“En ese vuelo fuimos deportados 60 nicaragüenses, la mayoría varones, solo cinco mujeres, pero todo éramos azul y blanco”, contó Flores a LA PRENSA desde un lugar del país donde se refugia porque no puede regresar a su natal Matagalpa, donde es reconocido por la Policía y los simpatizantes del gobierno.
Todos los deportados en ese vuelo fueron interrogados por separados.
—¿Quién te financió? — preguntó un oficial de migración a Flores.
—Nadie—.
—¿Quién te daba dinero para sobrevivir? —.
—Nadie, yo trabajé en México los seis meses que estuve ahí antes de irme a Estados Unidos —.
—¿Por qué te fuiste del país? —.
—Porque perdí mi empleo — mintió Flores.
—¿Sabías que tenés denuncias? — dijo el oficial.
—¿Denuncias de qué señor puedo tener yo? —.
—Por vandalismo —respondió el oficial— pero yo no soy Auxilio Judicial, eso lo van a investigar ellos.
Flores siguió temblando sin parar cuando una oficinal policía se le acercó con una cámara de video en mano grabándolo y comenzó a interrogarlo.
—¿Se respetan los derechos humanos en Estados Unidos? —.
—No señora — respondió casi llorando.
—¿Crees que el imperialismo es enemigo de la humanidad? —.
—Sí —.
Y fue liberado Flores ese 22 de enero de 2020 y desde entonces ha vivido en siete casas distintas por todo el país escondiéndose.
El sueño frustrado
El gobierno de Donald Trump ha tildado de dictadura al régimen de Daniel Ortega. La semana pasada durante un mitin en Florida por su candidatura a la reelección dijo, ante sus bases eminentemente conservadoras, que impondrá más sanciones al gobierno nicaragüense.
Washington ha sancionado en los últimos dos años a 22 funcionarios nicaragüenses por violación de derechos humanos y ha golpeado empresas y negocios del círculo familiar de Ortega, pero paralelo a eso, decenas de perseguidos políticos en Nicaragua, que han pedido asilo en Estados Unidos han sido deportados.
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“Es una política doble moral de Trump”, dice categórico Flores. “Me le pude escapar la primera vez a (Rosario) Murillo, pero a Trump no pude, yo pensaba que iba para el país de las libertades”, expresa.
La primera bofetada Flores la recibió cuando un oficial durante una entrevista por teléfono le negó el “llamado miedo creíble”, donde los solicitantes de asilo tienen que convencer a un funcionario que tienen miedo y corren peligro si vuelven a su país.
“No me dejó ni hablar”, dice Flores. “Y me mandó ante un juez de migración”, relata.
El joven opositor fue asignado a la juez de migración Mary C. Baumgarten, que tiene fama de mano dura.
“También me lo negó. No me dejó hablar. Fue por videollamada, ella tenía en su escritorio todos mis documentos que yo había mandado por correo donde demostraba mi persecución, las amenazas, pero no las leyó, le dije por favor lea los documentos”, narró Flores a LA PRENSA.
Cuando la juez le dijo que le negaba el asilo, Flores llorando le suplicó que, si no lo dejaba quedarse en Estados Unidos, que no lo deportaran a Nicaragua porque aquí corría peligro, que lo enviara a cualquier otro país.
“Eso no se puede”, dijo la juez y se acabó la entrevista. Flores entró en depresión.
Todo comenzó el siete de septiembre de 2019 cuando Flores cruzó un puente del Río Bravo en Texas y creyó que estaba a salvo. Se entregó a las autoridades de Estados Unidos y creía que su vida comenzaba de nuevo.
“Fue difícil, pasamos cuatro días en unos cuartos con mucho frío”, narra Flores. “Nos cobijábamos con plásticos”, detalla.
Luego fueron trasladados a una cárcel del sur de Texas, luego fue trasladado a Tennessee en avión y luego a Misisipi en Bus. Hasta que lo deportaron.
Su vida tranquila interrumpida
Flores comenzó a protestar contra el régimen de Ortega en 2013 cuando en su muro de Facebook escribía comentarios criticando lo que él llamaba autoritarismo del gobierno y en un programa de radio, en una radio cristiana que no hablaban de política pero que él “se tiraba las trancas” leyendo todos los días los titulares de LA PRENSA.
En abril de 2018 él trabajaba en un banco supervisando en su moto almacenes donde los bancos tenías productos agrícolas en garantía. Le iba bien. Pero no dudó en sumarse a las protestas en la ciudad de Matagalpa cuando estalló la rebelión cívica de abril, que fue brutalmente reprimida por el gobierno dejando un saldo de 328 personas muertas, la mayoría a manos de la Policía y fuerzas de choque del gobierno, según organismos de derechos humanos.
“Participé en todas las protestas, organizamos marchas, colocamos el primer tranque”, revela Flores, quien también organizó una marcha en una comunidad que se llama Molino Sur y encabezaba las protestas de los motorizados.
Pero todo cambió cuando al llegar a su casa una camioneta de simpatizantes el gobierno armados lo estaba esperando. Esa misma tarde se fue para donde su papá, un productor de la zona rural, pero hasta allá merodeaban las camionetas. Fue cuando decidió salir del país para resguardarse.
Un 15 de septiembre de 2018 salió de Nicaragua. Y luego de un periplo por varios países de Centroamérica llegó a México.
Ahora Flores no sabe qué va a pasar con su vida.
“Yo aquí en Nicaragua no puedo estudiar, ni trabajar”, dice Flores. “Yo no tengo futuro en este país mientras Daniel Ortega y Rosario Murillo sigan en el poder”.