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“¡La sangre e Cristo!”

Hay frases que saltan así como un resorte, unidas a la vida como el aire. El pasado fin de semana, el cardenal Brenes pidió a sus sacerdotes verter menos cantidad de vino en los cálices, debido a los obstáculos impuestos por la aduana para dejar entrar el líquido de la consagración. Y un resorte me hizo exclamar esa frase, tan solo reservada para noticias asombrosas o increíbles.

Y no por la gravedad en sí de la noticia, sino por la sinrazón y el surrealismo que impregnan algunas acciones de represión o revancha que ejerce el Gobierno contra los que considera en su oposición: una gran variedad de gente, desde estudiantes, mujeres y hombres trabajadores, niños, empresarios, curas, monjas, periodistas, maestros, hijos de sandinistas, hijos de contras, hijos de gente que sufrió a ambos, jóvenes que nada tienen que ver, personas mayores, médicos, artistas, todos parte de un pueblo que, cuando tuvo un resquicio de libertad, salió a las calles y se jugó la vida.

En la aduana hay enorme tapón que no permite que este diario, por ejemplo, disponga del papel necesario para seguir informando. Pero qué saldrá ganando la aduana o el Gobierno con retener parte esencial de los rituales de un sacramento de la Iglesia que continúa el rito de la última cena de Cristo, cuando compartió su cuerpo y sangre a través de pan y del vino.

A ese disparate, se sumó recientemente otro que ni siquiera trataron de disimular. Dos de los hijos Ortega-Murillo, cuyas iniciativas (Nicaragua Diseña e Incanto) reciben apoyo directo y fondos gubernamentales, hacían un acuerdo de cooperación entre ambas entidades. Y se fotografiaban firmándolo ellos mismos, como si fueran personas de distinta procedencia o vinculación. Y precisamente eso, la anulación del disimulo, es lo más grave. Porque cuando se disimula, existe al menos una mínima sensación de bochorno, un rastro de conciencia del abuso. Hasta los poderes más autoritarios han necesitado revestir de legalidad sus acciones.

Cuando desde el futuro, se mire hacia este tiempo, será imposible comprenderlo en toda su complejidad, precisamente porque es incomprensible. No hace mucho, uno de los grandes de la literatura preconizaba que alguien escribiría una buena novela de esta Nicaragua. Y aunque para ello hará falta que el tiempo imponga su distancia, no creo que finalmente se pueda, pues lo que ocurre a diario en Nicaragua supera cualquier ejercicio de imaginación.

Una novela tendría más veracidad y lógica. La realidad de Nicaragua ha secuestrado a la ficción. Tal vez sea esa la nueva misión de la Literatura: devolver a la realidad su lógica y recuperar para sí la ficción.

Será muy difícil contar esta Nicaragua del pasado desde la literatura del futuro. Pero al menos nos quedarán esas frases de siempre para resumir un tiempo oscuro, que no sabremos explicar de otra manera que exclamándolas.

El autor es periodista.
@jsanchomas

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