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Daniel Ortega, la locura y el poder

¿Cómo no pensar que Ortega ordenó la muerte de más de 300 personas con la misma frialdad con que mató a Gonzalo Lacayo, en 1967, cuando tenía 22 años?

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Enfermo

Hace un par de días, en un foro sobre mi libro El Preso 198 (un perfil de Daniel Ortega) se me acercó al final una señora y me dijo: “Yo conozco a Daniel desde hace mucho. Ese hombre siempre ha sido una enfermo”. El diagnóstico, así con rabia, con dolor, era casi unánime entre los asistentes, a pesar que los panelistas, por responsabilidad profesional, evitamos llegar a una conclusión que parecía innegable a la luz de los hechos.

Diagnósticos

El panel estaba integrado por el periodista Alfonso Malespín, la eminente sicóloga Auxiliadora Marenco, y yo, como autor del libro. En el caso de Malespín y el mío, como periodista nos corresponde establecer y analizar los hechos, pero no podemos dar un diagnóstico de una rama en la que sabemos poco menos que nada. Y en el caso de Marenco, que es la experta en el tema, contradictoriamente, su profesión, dijo, le impide por ética, establecer un diagnóstico basado en hechos públicos, y si fuese en privado, tampoco podría divulgar sus resultados. Esa es la razón por la que vemos a pocos siquiatras o sicólogos diciendo que tal o cual persona está o no está loca.

Rarezas

Que no lo haya dicho Marenco, tampoco significa que ella crea que sea Ortega sea un hombre mentalmente sano. En el libro ya se ven algunas pistas de las rarezas de Daniel Ortega. Las reconoce él mismo cuando, después de participar en el asesinato de una persona, dice no haber sentido nada porque cree que la víctima se lo merecía y lo vio “como algo natural, algo que tenía que suceder”. También dice en varias ocasiones sentirse incómodo en ambientes de libertad y que prefiere los encierros y espacios pequeños. Pero sobre todo se deduce del testimonio de Zoilamérica Ortega Murillo, su hijastra y víctima de abuso sexual, cuando ella asegura que Ortega le pedía que aceptara su papel de especie de “esclava sexual” como un sacrificio para recompensar al guerrero que él se cree que es.

Asesinatos

Es probable que la señora que se me acercó esté pensando en estas y otras razones que están expuestas con detalle en el libro, pero la mayoría del público también pensaba en la masacre que acaba de cometer para mantenerse en el poder. ¿Cómo no pensar que ordenó la muerte de más de 300 personas con la misma frialdad con que mató al sargento Gonzalo Lacayo, en 1967, cuando tenía 22 años? ¿Estas personas también merecían la muerte y por eso lo vio otra vez “como algo natural”? Peor aún, ¿va a seguir matando gente porque él cree que se lo merecen? ¿Qué determina el “merecer” en su cabeza?

Realidad alterna

Por otro lado, también está todo ese mundo de mentiras y manipulaciones que junto ha Rosario Murillo han construido para darle algún sentido a su comportamiento criminal. Así trastocan la realidad. Los asesinados se convierten para ellos en “terroristas” y “golpistas” aunque entre ellos haya adolescentes e incluso bebés. Se lo merecen, dirá Ortega. Pasan de victimarios a víctimas con una descarada falta de escrúpulos. Mienten. Asesinan. Manipulan. Tienen arrebatos de rabia. Viven en realidades alternas. ¿Cómo no pensar que son una pareja de enfermos?

Pareja de poder

Tampoco se trata de condenar a alguien porque tenga problemas mentales. Todos podemos tener problemas de este tipo. Puede ser que tanto Daniel Ortega y Rosario Murillo sean una pareja con más problemas mentales que cualquiera de nosotros. Probablemente necesiten atención. El asunto no es que tengan problemas mentales, porque nadie puede estar ajeno a ello. El problema es que gobiernen y se hayan adueñado de un país al que manejan desde sus propios problemas mentales. No es Daniel Ortega el señor loco del barrio, del que hay que tener cuidado cuando se pasa cerca porque no vaya a ser y nos dé un garrotazo. No. Daniel Ortega es mucho más peligroso. Maneja un ejército paramilitar, la Policía y al Estado. Cada día nos sorprende con las locuras que decide. Si está o no está enfermo, no tiene que ver con él solamente. Tiene que ver con todos nosotros.

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