Las filas que se han visto en Migración no representan la cantidad real de personas que están abandonando el país. Para darse una idea real uno se tendría que ir, por ejemplo, a la frontera con Costa Rica, que es donde de forma tradicional los migrantes cruzan de manera ilegal. Esto lo ha comprobado el investigador José Luis Rocha, cuando ha hecho trabajo de campo en varios puntos ciegos de la frontera tica, donde ha visto cruzar a cientos de nicaragüenses.
Rocha fue fundador del Servicio Jesuita de Migrantes de la Universidad Centroamericana. Trabaja para la UCA de El Salvador y para el Instituto de Investigación y Proyección Social sobre Dinámicas Globales y Territoriales (IDGT) de la Universidad Rafael Landívar en Guatemala.
En Nicaragua ha publicado libros y estudios sobre Migración y Pandillas, y es por eso que a raíz de la ola de violencia que se ha desatado en Nicaragua desde abril, Rocha asegura que el éxodo “es una tragedia que da una idea de la desesperación de las personas”.
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En esta entrevista habla de los efectos de la reciente migración de los nicaragüenses, la criminalidad en las calles, los escenarios políticos de Nicaragua y el papel de los estudiantes en el diálogo nacional.
Desde hace más de un mes en las sucursales de Migración hay filas de varias cuadras de personas que sacan documentos para salir del país, ¿cómo se interpreta este fenómeno?
Sin duda esto no es representativo de las personas que se están yendo del país. Tradicionalmente al destino que confiesan ir los entrevistados es a Costa Rica, y muchos se van por otras vías, sin papeles, o hay muchos que ya tienen papeles y no necesitan ir a Migración. Yo he hecho trabajo de campo, y sé de varias personas se van vía San Carlos y Los Chiles, y por distintos puntos ciegos de la frontera con Costa Rica, cercanos al río San Juan. Por ejemplo, gente de Nueva Guinea, de Chontales, e incluso de Matagalpa pasan por ahí.
¿Quiere decir que por esa zona puede ser más evidente el éxodo?
Sí. Lo que vemos con las filas en Migración es un síntoma de una decisión popular de que este país se ha vuelto un caldo de cultivo de crímenes impunes, y lo otro que se ha recogido durante las entrevistas a estas personas que hacen fila, principalmente las madres, es que temen por la vida de sus hijos. Es como en la guerra de los 80 cuando se temía que a los hijos los reclutaran una u otra fuerza. Pero ahora lo que se teme es que en estos asesinatos aleatorios, y a veces dirigidos, cualquiera pueda ser el objetivo.
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¿Qué efecto podría tener este éxodo?
No se ha hecho un perfil que predomina en las personas que se van. Pero cualquier nicaragüense que se va, no importa que sea un profesional o no, es una pérdida para el país. No importa si estaban cosechando soya, banano o café, o sembrando caña, pero son personas que tenían un conocimiento o técnicas agropecuarias, y ahora las van a aplicar a otro país, que es el que se va a beneficiar de esta capacitación. Es toda una inversión que se ha hecho, empresas privadas, de forma personal, o a través del Estado, es un golpe brutal que no podemos reponer, ya que no sabemos si es temporal o definitiva.
Teniendo en cuenta lo difícil que se ha vuelto migrar, principalmente a Estados Unidos por las políticas que se han endurecido en los últimos años, ¿qué posibilidades existen de que a la gente le vaya mejor que en Nicaragua?
Salvar la vida ya es un gran bien. El bien primigenio, sin el cual no hay ningún otro bien, es la vida. Creo que los que se van están tomando la decisión apostando por la vida, independientemente de lo que les toque hacer. Esto habla de la precariedad de la situación. Es posible que la situación pueda ser diferenciada, ya que puede ser que algunos tengan familiares en Estados Unidos o Canadá, lo cual ayuda a que su asentamiento sea más rápido o más fácil, y también su inserción en el mercado laboral. Estos casos son rarísimos. Casi siempre las personas que salen del país, incluyendo a profesionales, van a caer a otro estrato en la pirámide profesional o de prestigio que existe en la sociedad de destino. Lo raro es que vayan a ejercer la misma profesión y que tengan el mismo abanico de oportunidades. Esto ya es una tragedia que da una idea de la desesperación de las personas.
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¿Qué posibilidades hay que estos países aprueben políticas migratorias para acoger a refugiados nicaragüenses?
Ha existido pero ha sido raro. Lo que sí existen son cuotas para refugiados. Algo hipotético es que Estados Unidos expanda las cuotas de refugiados para Nicaragua, pero lo dudo mucho porque todas las políticas de Donald Trump han sido inflexibles, incluso para países que están desesperadamente necesitados, donde Estados Unidos ha estado interviniendo, con intereses geopolíticos o guerras, en el caso de Afganistán, Siria, Yemen e Irak, más bien se han cerrado las cuotas. Entonces no veo que Estados Unidos, como deber moral, les abra las puertas a los nicaragüenses.
Usted escribió en un ensayo que una de las principales razones para que el gobierno de Ortega tuviera buenas relaciones con Estados Unidos era el tema de Migración, por servir de muro de contención en Centroamérica. ¿Cómo quedaría esa relación ahora?
Estados Unidos no quiere que Nicaragua se le convierta en otro emisor de migrantes, como Guatemala, Honduras y El Salvador. Con esas decenas de miles migrantes para ellos es suficiente. Creo que para el gobierno norteamericano su interés es que las cosas se estabilicen en Nicaragua. No quieren que este régimen, que les ayudaba a contener migrantes, sobre todo africanos, cubanos y haitianos, no solo no va a contener sino que será un país emisor de migrantes. Eso podría operar para que Estados Unidos busque cómo las cosas se solucionen en Nicaragua.
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Usted ha hecho investigaciones sobre pandillas y maras en Centroamérica, en las cuales ha señalado que la violencia en Nicaragua estaba “en pañales” con respecto a los demás países de la región. ¿Cómo estamos actualmente?
Eso ha cambiado. Y esto muestra la naturaleza explosiva de la violencia. Algunos pensaban que teníamos una cultura de no violencia y se han disparado los niveles… Pero también creo que así se pueden apaciguar. No necesariamente nos tenemos que mantener. Porque la población opuesta al gobierno no ha reaccionado con la misma violencia. Claro, que la violencia y la tónica la puede imponer un solo grupo, incluso aunque sea relativamente pequeño. Pero no hemos caído en una guerra de todos contra todos de manera equivalente. La oposición no ha reaccionado igual. No digo que no haya habido hechos violentos de parte de ellos. Pero no ha estado ni de cerca de la violencia que ha aplicado el gobierno.
Sin embargo hay quienes argumentan que la inacción de la Policía en la lucha contra la delincuencia común y el crimen organizado ha dado lugar a que grupos de pandillas y narcotraficantes operen libremente. ¿Qué tanta permanencia puede tener este escenario?
En este sentido sí tengo ciertas dudas. Porque sí creo que uno de los escenarios posibles es que se mantenga la violencia si se sigue insistiendo desde arriba con el cuento de gobernar desde abajo. Porque sabemos cómo están conformados estos grupos: desde algún fanático sandinista, hasta un empleado estatal, un conductor del Minsa por ejemplo, que no tiene ningún otro remedio que ir porque fue obligado. La composición de estos grupos es muy variada. Puede haber elementos que impriman mayor violencia y otros elementos que no tengan ninguna convicción.
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¿Continuará la violencia aunque la pareja presidencial deje el poder?
Sí, porque la violencia tiene una especie de motor interno que hace que se alimente. Además, las condiciones de deterioro que ha causado la violencia en el país, económico y de oportunidades laborales, producen un sinnúmero de reacciones. Una es la de emigrar. Pero la otra es la violencia y la delincuencia. Esto suele ser un caldo de cultivo favorable para grupos delincuenciales. Esto es probabilidad, porque en esto de la realidad social no hay regla de acero.
Pase lo que pase en el país,después de lo que se ha visto en las calles a partir de abril, ¿cuál sería el escenario, en términos de violencia, que quedaría en Nicaragua?
Independientemente de si la pareja presidencial sale del país y deja la Presidencia, creo que hay cuadros intermedios que podrían complicar la situación. El escenario más probable es que la pacificación va a tomar un tiempo prolongado, y sobre todo, porque se va a realizar en circunstancias adversas, con esta Policía que ya probó ser parte del problema, o con una Policía que gradualmente se vaya transformando.
Pero hasta hace poco el discurso oficial era de una Policía “modelo” y que Nicaragua era “el país más seguro de Centroamérica”. ¿Cómo llegamos a esto?
Quienes sostenían eso estaban desatentos a algunos de los signos que ya estaban visibles desde hace tiempo. Yo hice una investigación sobre pandillas en 1999, y ya había una galería llena de mandos intermedios de la Policía en la cárcel Modelo, y vivían a cuerpo de rey. Pero estaban ahí porque cometieron delitos, entre ellos narcotráfico.
También pensar en “policía modelo” es olvidarse de casos nunca esclarecidos, como el asesinato de Polanco, del comisionado Cristhian Munguía, y el caso del narcotraficante Henry Fariñas, donde se vio involucrado el comisionado Carlos Palacios. Lo que sí lograba esta Policía era mantener las cosas en calma. Y creo que era porque mantenía una dosificación de la violencia en unas cantidades que fueran tolerables. Es decir, no aplicaba la represión como las policías de Honduras o El Salvador.
¿Usted cree que Daniel Ortega pueda volver a recuperar el control del país?
Es posible. Porque es casi una regla de acero que en toda revuelta popular hay un pico a partir del cual tiene un declive. Porque hay un cansancio, que no solo es aquel del que hace y hace, y no se mira avance, el empantanamiento pues, sino también el cansancio de que las fuerzas están siendo debilitadas. Hay muchos heridos y eso tiene un impacto. Es cierto que somos muchísimos los que vamos a las manifestaciones, pero no son tantos los de los tranques. Y muchos de los heridos son los de los tranques. Y tampoco es que se disponga de una fuerza infinita para estar en los tranques. Esas personas no son sustituibles. Él (Ortega) ha apostado a eso, pero se ha sorprendido. Sin duda. Además el tiempo de duración de la rebelión es tremenda.
¿Le ha funcionado la estrategia a Daniel Ortega?
No creo que se sienta satisfecho con los resultados, porque no ha logrado el control de las calles. Es cierto que ha logrado imprimir cierto miedo. Y es posible que la suspensión de la última marcha, él lo vea como un triunfo y diga: “Los tengo amedrentados”. Que al final es lo que quiere producir. Por otro lado, hay una cantidad de gente que se ha ido del país y que estaba en la oposición. Debe haber muchos atemorizados, desaparecidos, asesinados y muchos heridos. Esas son bajas, en términos militares. Pero él ha tenido bajas también en términos militares, a pesar de que se enfrenta con una fuerza que no es militar ni pretende serlo. Por ejemplo, tener cercado al comisionado Avellán varios días en Masaya, fuera del control policial, ha sido un triunfo militar. Y la deserción de toda la delegación de Diriamba, también es un triunfo militar. Esto ya basta para que no se sienta satisfecho.
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¿Cuáles son los escenarios políticos futuros que mira?
Contemplo dos escenarios: en los dos veo la salida de Daniel Ortega, pero no sé cuál sea la duración. En el primero pueda ser una salida tipo Nota Knox (como la que envió Philander Knox, el secretario de Estado del presidente William Howard Taft, al presidente José Santos Zelaya). Este escenario significaría más protagonismo y presión internacional, sobre todo de Estados Unidos. Y el otro escenario es donde hay más presión endógena con algo de apoyo internacional.
¿Cuál sería el más efectivo?
Una solución más fuerte es que Estados Unidos aplicara sanciones fuertes a las inversiones del Ejército. Eso sería tocarle uno de los puntos claves que sostienen al régimen. Eso sí acobardaría a Ortega y a otros miembros. Sería tocar los intereses del Ejército, que tiene la intención de sobrevivir.
En uno de sus ensayos usted le llamaba “tigre” a los estudiantes durante esta lucha cívica,¿cómo ha quedado el papel de los estudiantes?
Es un movimiento muy variado. De un tipo muy particular que nunca habíamos visto en Nicaragua, donde hay comunión de intereses que es lo que funciona como cohesionador. No tienen unicidad orgánica. Es decir, entre los estudiantes que están en el diálogo y los que están en los tranques hay comunión de intereses, pero no existe organicidad. Porque ningún tranque está supeditado a ellos. Ha funcionado, pero tiene sus debilidades que en algún momento se han hecho evidentes. Ha habido deslegitimación. Creo que hasta ahora es una dirigencia que mantiene con las bases una relación que no es orgánica y que es distinta de los anteriores movimientos. Porque ni los que están sentados en la mesa de diálogo son los dirigentes de los tranques, ni las personas de los tranques son las bases de esos dirigentes.
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Plano personal
José Luis Rocha tiene 51 años de edad. A pesar de que pasa varios meses en El Salvador y Guatemala, donde trabaja, la mayoría del tiempo se mantiene en su casa en Nicaragua. Está casado y tiene un hijo.
Es hijo del poeta y escritor Luis Rocha Urtecho. Le gusta la fotografía y confiesa que no tiene ninguna fotografía reciente de él porque en todas las reuniones familiares es el encargado de tomar las fotos.
Estudió Filosofía en la UCA de El Salvador y tiene un doctorado en Sociología en Alemania. Tiene 20 años de ser miembro del consejo editorial de Revista Envío. Ha escrito en varios medios de comunicación de Centroamérica y en algunas revistas científicas.
Su libro más reciente fue publicado en El Salvador y se llama La Desobediencia de las Masas.