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No todos nacen para liderar

No todos nacen para liderar. No es lo mismo liberar que liderar; es una simple letra la diferencia, pero son muchos, parece, los que necesitan de asesorías políticas especiales para comprender su diferencia. En múltiples ocasiones por la adrenalina de haber derrocado una tiranía, se piensa que se tiene derecho a ejercer el nuevo gobierno que, por la falta de comprensión del momento histórico, lo confunden unilateralmente con poder político, con poder administrativo, con poder ideológico.

Es una hidalguía hacer justicia social y en base a ella luchar hasta las últimas consecuencias, por vencer a ese enemigo opresor; logrado el objetivo, hidalgamente debes promover y alcanzar solemnemente el traspaso responsable de todos tus logros, resguardado celosamente por tu gesta y siempre atento y vigilante, a los líderes del nuevo gobierno; sean estos logros alcanzados por rebeldías pacíficas como las actuales en nuestro país o militares como aconteció en 1979.

Puedes, en la medida de tus capacidades, formar parte de la nueva gestión, pero es el pueblo quien decidirá tu elección y no la dinámica de tus ideas que por la adrenalina aún corriendo por tus venas, normalmente se crean muchas utopías en las mentes.

Las ideologías educan, fortalecen y mellan las conciencias y son la base de movimientos pacíficos o rebeliones por logros superiores que desaten tus manos, o convulsionadas revoluciones, por cambios drásticos y tajantes que demuelen las antiguas bases.

¿Qué necesitamos; desatarnos nuestras manos manteniéndonos limpios para libremente elegir nuestro camino o violentamente quitarnos cadenas opresoras ensangrentando nuestro pueblo?

Indudablemente, todos estamos por la paz, por mantener nuestras manos limpias de sangre, por desatarnos en propiedad y madurez, y clamar por la justicia que añoramos; justicia vilipendiada por muchos años en nuestra historia patria.

Daniel Ortega y Rosario Murillo ya hicieron su curso en lo correspondiente a su historia, cuando formaron parte de aquella rebelión o insurrección del pueblo nicaragüense que aterrizó con el derrocamiento de una dictadura en 1979; rebelión con la sangre de todo un pueblo que un sector de nuestra sociedad la denomina la Revolución Sandinista, aunque atendiendo a una ideología foránea que la enclavan en la gesta histórica de A. Sandino.

Se puede entender por la fortaleza de la ideología, la adrenalina generada por ese magnífico esfuerzo y el deseo ferviente de hacer un mundo mejor, que se pretenda liderar un pueblo después de la liberación de sus ataduras. Pero ya en 1990 se les dijo, ya no pueden seguir e hidalgamente es cuando correspondía dejar libre de ideologías verdaderamente al pueblo; pero no se escuchó o no se entendió.

Es indudable que el factor tiempo hace su trabajo y tal como en otro comentario leído en este Diario, las nuevas generaciones ya no comprenden fehacientemente y probablemente ni sienten, los motivos ideológicos que movieron aquellas circunstancias históricas. Hoy en día, de aquellos nueve comandantes que dirigían al país solo queda uno, desgranándose la mazorca y acusando el natural desgaste de una política; es de inteligentes, nicaragüenses y patriotas, el permitir y alimentar las nuevas generaciones en forma responsable, honesta y educada, no metiéndolas en una olla a presión, y a las cuales les corresponde por derecho natural, ser los gobernantes de sus propios destinos.

Las ideologías son antecesoras de nuevos pensamientos, pero no son los nuevos dioses que disponer en un altar. Cuando la ideología es el dios que seguir, el hombre queda postergado y sumiso y, si es la base también de un poder, constantemente lo tendremos que modificar y los que estaremos logrando entonces es alterar lo blanco de nuestras mentes, ensuciándolo con injertos de “nuevas” fraseologías más que conceptos o, sosteniéndonos en trasnochados argumentos políticos u otros.

Cuando antepones ideologías a tu ejercicio natural, se crean movimientos como la del Hombre Nuevo; la Iglesia Popular que honestamente, no sé dónde fueron a parar, pero si alteraron la coyuntura cotidiana provocando muchas injusticias.

Revolución es un cambio radical; cae una monarquía y nace una democracia parlamentaria o presidenciable; cae una colonización por una lucha independentista y nace un país, pero no cae un dictador y nace un autoritarismo. La Revolución Francesa marcó el final del feudalismo y del absolutismo en ese país y dio inicio a la Edad Contemporánea. Le tomó diez años iniciales de terror y posteriormente, nuevas manifestaciones políticas de importancia hasta lograr su actual república.

Señores del gobierno, siempre es oportuno reconocer y dar el paso al costado cuando corresponde.

El autor es ingeniero civil.

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