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La colección de Oscar de la Renta pasó al mestizaje del pasado y el presente: los tonos nacarados como fondo para las flores, las transparencias en el encaje un poco más arriesgadas e incluso con un toque más latino. LA PRENSA/ FOTOS: AP

Tendencias: Capas y estampados

Las exequias de Oscar de la Renta siguieron resonando en el desfile de Peter Copping al frente de la marca del fallecido diseñador dominicano, mientras que Narciso Rodríguez volvió a hacer una salida triunfal en la gran jornada de las firmas latinas de la Semana de la Moda de Nueva York.

Las exequias de Oscar de la Renta siguieron resonando en el desfile de Peter Copping al frente de la marca del fallecido diseñador dominicano, mientras que Narciso Rodríguez volvió a hacer una salida triunfal en la gran jornada de las firmas latinas de la Semana de la Moda de Nueva York.

El desfile empezó señorial, regio y, simplemente, hermoso, como si De la Renta siguiera vivo. Colores asentados, estampados florales hiperclásicos, abullonados y transparencias ultradiscretas.

El dominicano era capaz de extraer la pasión al rojo para darle solidez y templanza, cualidad que hereda su sucesor, quien estableció como intermitente hilo conductor un lazo negro dieciochesco, robado de los lacayos de la corte de Versalles y que se exacerba en el modelo quizá más discutible: un vestido largo y barroco de color gris verdoso lánguido.

Poco a poco, empezaron a aparecer algunos símbolos de la desestructuración inevitable que llega en esta nueva era y Copping se atreve a bajar a la mujer del tacón y calzarle unas alpargatas, a sumar tules y chantilly al palabra de honor (otra decisión de dudosa efectividad) o a los costados de sus vestidos de flores.

NARCISO RODRÍGUEZ

El diseñador de origen cubano Narciso Rodríguez, apuntó directo a la gran corona con una nueva colección.

Siempre con elementos contados, con una paleta de colores limitadísima, Rodríguez consigue encontrar el matiz de la sorpresa minimalista, la que no abre la boca sino que dilata la pupila.

En su apuesta primavera-verano apostó por colores como el ónix, el alabastro, el perla o el ámbar. Su característico estilo arquitectónico demanda tonos que parezcan llevar años allí enriqueciéndose y pausándose, aunque siempre deja un destacado protagonismo para el blanco y el negro.

Sus modelos, casi sílfides, comienzan abrazadas por cazadoras, luego pasan a camisas, vestidos y abrigos cuyos pliegues están calculados al milímetro y cuyas texturas son porosas y marmóreas. Pero no un mármol cincelado, sino recién sacado de Carrara, lleno de poros e imperfecciones, como el efecto “non finito” de una Pietá Rondanini de Miguel Ángel.

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