I. ¡Sálvese quién pueda!
Oyó los disparos muy cerca, casi encima de su cabeza. Pedazos de hojas del follaje caían como en lluvia a su alrededor, cercenadas por las balas que pasaban zumbando a su alrededor. Había aprendido a arrastrarse por el piso hasta encontrar un punto de protección desde el cual orientarse para tomar decisiones: atacar, esconderse, replegarse o retomar la marcha.
Él decidió rápido: iba a replegarse a otro punto más seguro desde el cual retomar el plan de asaltar una loma desde la cual se disparaban morteros contra las posiciones de su tropa.
El suboficial José Cárdenas, número de placa 26558, de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), llevaba varios días combatiendo contra las fuerzas del jefe guerrillero Edén Pastora, líder del Frente Sur, tropas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Cárdenas tenía entonces 19 años y se había graduado en 1977, como cabo de la Compañía 23 Pilotos. Era una fuerza élite especializada en paracaidismo, infiltración detrás de las líneas enemigas y “golpes de mano” en la retaguardia guerrillera, pero con suficiente entrenamiento para asalto de posiciones fijas.
Había llegado en mayo a esa zona candente de Rivas, de la forma en que se había entrenado antes: por aire. Un desembarco aéreo sobre unos pastizales pantanosos, dentro de una operación de cerco a las guerrillas de Pastora, en una guerra que llevaba ya varias semanas sin tregua.
Un día avanzaban en ofensiva, asaltando posiciones y retomando puntos en el territorio y otro iban de retroceso, asumiendo posturas defensivas y soportando las embestidas del enemigo que, en un corto trayecto de días, había empezado a mostrar un mayor poderío de fuego que le hizo pensar que la guerra no iba a terminar fácilmente.
El miedo de su primer combate, en octubre de 1977 en San Carlos, Río San Juan, desapareció al calor de los días. Había sido entrenado para combatir y tras los primeros disparos el temor se le fue al carajo y una sensación de adrenalina lo mantenía atento y combativo.
Aquel día, 21 de junio, participaba en la operación de “yunque y martillo” sobre las posiciones guerrilleras de la colina 155. La orden emitida por el Comité de Operaciones de Combate de la EEBI, cuyo cuartel estaba en Cibalsa, cerca del empalme San Juan del Sur-Costa Rica, en la comunidad La Virgen, era asegurar desalojar a los guerrilleros y destruir los morteros.
A eso iba cuando sintió un golpe seco y duro sobre su pierna derecha, que se le adormeció del impacto. Se miró la herida y la sangre brotaba rápido. Se replegó arrastrado hacia la retaguardia, donde los paramédicos lo auxiliaron y por la gravedad de la herida, lo trasladaron en helicóptero al Hospital Militar en Managua.
En el hospital, Cárdenas supo muchas cosas: que no volvería a caminar bien. La bala de FAL le rompió los huesos y tendones de la pierna derecha y hubo que quitarle carne y ponerle clavos de acero para asegurarse una recuperación lenta y dolorosa que, si empeoraba, podría llevarle a los médicos a cercenarle la pierna completa.
Supo también que iban perdiendo la guerra. Muchos de sus compañeros de hospital le contaban historias de sus unidades que habían sido aniquiladas en combate por el FSLN. ¿Cayó quién? ¿Que desarticularon el comando tal? ¿Que tal ciudad fue tomada?
En los escenarios de combate, sus jefes no les informaban de la realidad de la guerra. Él, personalmente, pensaba que al retener a las guerrillas en la frontera con Costa Rica, la Guardia Nacional iba ganando la guerra. Eso se lo decían a diario sus mandos superiores y ellos, con esa información, mantenían en alto la moral combativa, pese a las bajas sufridas y al aumento de poder del fuego enemigo.
En el terreno dice que nunca dejaron de recibir sus provisiones. Las municiones de su galil habían dejado de llegar por tierra, pero seguían llegando por aire, al igual que la comida y las medicinas. No les faltaba nada.
Luego, semanas después, Cárdenas supo que la guerra había terminado, que sus compañeros de armas estaban huyendo y que él, atado a una cama y con clavos en los huesos, tenía los días contados.
“Algunos compañeros de la EEBI, que salieron heridos o que habían sido movilizados a Managua, me fueron a visitar al hospital antes del 19 de julio para ver en qué condición estaba para huir del país.
Ellos me contaron que el Estado Mayor había abandonado a las tropas, que el general Somoza y mi jefe Anastasio Somoza Portocarrero se habían ido del país y que los muchachos estaban planificando una operación de repliegue y rescatar a los heridos. Pero cuando me vieron cómo estaba, se despidieron y me desearon suerte”, recuerda Cárdenas.
Para el 18 de julio el hospital se había llenado de guardias heridos, tantos, que no cabían en las camas y había que acostarlos en los pasillos en espera de ayuda.
La mayoría de los doctores del cuerpo médico de la Guardia había botado sus uniformes por atuendos médico y emblemas de la Cruz Roja Internacional, que se había radicado en el hospital para evitar que los guerrilleros mataran a los soldados heridos.
Algunos heridos menores, quizás con un balazo o un charnel, organizaron un escape la madrugada del 19 de julio, pero no se cambiaron los uniformes y se encontraron con un grupo de guerrilleros que los ametrallaron a las pocas cuadras al sur del hospital.
La Cruz Roja esperó a que aclarara para traer de regreso al hospital los cuerpos de los cinco soldados que intentaron escapar. Un socorrista de acento extranjero regañó a un grupo de soldados heridos que pedían armas para salir a morir combatiendo o para suicidarse: “No sean estúpidos, aquí al menos están vivos. Allá afuera los están cazando como perros, nadie los quiere ver, por favor entiendan eso, soldados”.
Ese mismo día los guerrilleros rodearon el lugar y tres de ellos, armados, entraron a inspeccionar el sitio, acompañados de un delegado de la Cruz Roja Internacional que insistía en pedir vendas, alcohol, antibióticos y anestesia.
Cárdenas estuvo hospitalizado ahí hasta el 30 de julio. Luego fue trasladado al hospital Ocón (actual hospital de la Policía), donde estuvo hasta agosto. Cuando un médico dijo que ya podía pasar a régimen carcelario, lo llevaron esposado al penal de Tipitapa con otros guardias y encerraron a más de treinta en una celda.
Cárdenas supo que mientras él estaba hospitalizado, las tropas huyeron desordenadamente. Supo que algunos jefes de tropas murieron en acción al tomar decisiones propias por quedar sin comunicación con el Estado Mayor, otros se rindieron ante la Cruz Roja Internacional y otros habían sido fusilados por columnas guerrilleras pese a que se habían rendido.
Muy pocos habían logrado desertar y fugarse. Muchos estaban en embajadas asilados y muchos otros habían desaparecido tras ser capturados al quedarse sin municiones. A algunos de su grupo, como al soldado José Sevilla, detenido en julio, lo llegaron a sacar de su celda una noche con el cuento de que iba libre. No volvió a verlo.
En noviembre de ese mismo año, Cárdenas fue llevado a audiencia junto con cincuenta excompañeros de armas más. Un tribunal especial los condenó en masa por los delitos de asesinato atroz, asociación para delinquir, violación al derecho internacional y otras acusaciones. No tuvieron abogado, no les preguntaron nada y nadie les presentó pruebas.
Las sentencias estaban listas y solo se la comunicaban verbalmente, uno a uno: suboficial José Cárdenas, se le sentencia a 103 años de prisión, pero por ser el FSLN implacable en el combate y generoso en la victoria, se le reduce a treinta años de cárcel. Inapelable.
Cárdenas salió de prisión en marzo de 1989, tras una amnistía decretada por el gobierno sandinista en medio de las negociaciones de paz de Sapoá, para dar fin a la guerra con la Contra. Supo que de su promoción de 123 hombres, 13 habían muerto en combate. A 25 de ellos nunca los volvieron a ver.
II. La derrota de la Guardia Nacional
Sobre la derrota de la Guardia Nacional no hay cifras que den testimonio de su caída militar: ¿cuántos cayeron en acción? ¿Cuántos resultaron heridos? ¿Cuántos fueron capturados en combate? ¿Cuántos se rindieron? ¿Cuántos desertaron? ¿Cuántos sobrevivieron?
Para el exmiembro de la Comisión del Exterior del FSLN, Dionisio Marenco Palacios, uno de los negociadores de la guerrilla para la rendición de la Guardia Nacional, la desintegración del Ejército tuvo su origen en una serie de errores estratégicos de carácter político del jefe director de la GN, Anastasio Somoza Debayle, así como en su torpeza para manejar la situación bélica que empezaba a azotar a Nicaragua.
Bombardeos indiscriminados, conflictos diplomáticos con países de América Latina abuso de la represión militar, la corrupción del sistema y la arrogancia de creerse invencible, minaron toda posible salida pacífica de la crisis y Somoza recurrió a su última carta de poder: el militar.
“Abrió muchos frentes de lucha política y diplomática y quiso solucionarlos con la Guardia Nacional. Todo se le revirtió y al final la que cargó con todo el peso de las responsabilidades y consecuencias fue la Guardia Nacional, porque Somoza tranquilamente huyó del país”, reflexiona Marenco.
“La GN se desmoronó al huir su máxima jefatura el 17 de julio, pero ya la mayor parte de los centros urbanos importantes del país estaban en control militar del FSLN. Somoza perdió el apoyo político de la gran mayoría de los países de la OEA (que luego apoyaron al FSLN). Los EE. UU. intentaron infructuosamente buscar una solución que preservará el sistema, pero no lo lograron en parte por culpa del mismo Somoza. Yo personalmente creo que el asesinato del periodista Bill Stewart fue un evento crucial en el giro de la política norteamericana de apoyo al somocismo”, dice Marenco.
Stewart, un corresponsal estadounidense destacado en Managua, fue asesinado por una patrulla de la GN el 20 de junio de 1979. La escena fue filmada y dio la vuelta al mundo, desacreditando aún más a Somoza.
Marenco recuerda que para el 16 de julio la situación de la guerra era irreversible para la Guardia, ya que la mayoría de las ciudades estaban tomadas por el FSLN y únicamente la EEBI, destacada en Rivas, se mantenía activa ante los ataques del Frente Sur.
Marenco había estado negociando con la GN una rendición organizada para evitar más muertes, pero no había logrado un acuerdo final.
Un jefe de comunicaciones del cuerpo castrense, contactado al azar por Marenco desde Costa Rica, coronel Néstor Chacón, dijo que quería rendirse y avisarle a la Guardia Nacional, con la que han perdido contacto en los frentes de guerra, que capitulen y se entreguen a las comisiones de la Cruz Roja Internacional.
Chacón comunica al FSLN con el búnker de Somoza donde estaban los restos de Estado Mayor de la GN y tras largas horas de comunicación deciden leer el comunicado de la rendición, en voz del coronel Fulgencio Largaespada.
Luego los mandos huyen del país y el grueso de las tropas, muchas de ellas aún en combate, empiezan a buscar los centros de rendición de la Cruz Roja, embajadas e iglesias dónde entregar las armas.
Para el general en retiro Humberto Ortega Saavedra, la Guardia Nacional estaba derrotada desde antes de que Somoza abandonara el país el 17 de julio.
En su libro Epopeya de la Insurrección, narra que la ofensiva final de las guerrillas, sumada a la insurrección popular en todo el país, el bloqueo militar de Estados Unidos a Somoza, la presión internacional y el apoyo económico y militar al FSLN tenían al régimen con los días contados.
Salvo la EEBI, que con una fuerza de 750 hombres, aproximadamente, estaba empantanada combatiendo a unos dos mil guerrilleros nacionales e internacionales en el Frente Sur, el resto de los frentes de la GN estaban aislados en posiciones defensivas.
La EEBI, cita Ortega en un informe de marzo de 1979 del Cuartel General, refuerza sus unidades permanentes de 450 hombres con 807 nuevos efectivos recién entrenados y dirigidos por el mando número 1 Anastasio Somoza Portocarrero, más una plana de 7 capitanes, 30 tenientes, 51 subtenientes, 60 sargentos y 59 cabos, más 86 efectivos de otras unidades de la GN que fueron seleccionados por el perfil físico, entrenamiento y especialidades que caracterizaron a esta fuerza élite.
A criterio de Ortega, proporcionalmente la GN era superior a las guerrillas del FSLN al inicio de la insurrección, pero se sumaron dos cosas que crearon el desbalance: el apoyo internacional al FSLN y el desprecio popular contra Somoza.
Los frentes del FSLN atacaban por todos lados a la GN: el Frente Norte, Carlos Fonseca Amador; Frente Sur, Benjamín Zeledón; el Frente Occidental, Rigoberto López Pérez; Frente Central, Camilo Ortega; Frente Oriental, Ulises Tapia y el Frente Interno en Managua, con Palo Alto dirigiendo el Frente interno, mientras el Frente externo, que contaba con 150 comités de solidaridad en todo el mundo, buscaba armas y recursos económicos.
Para marzo, según Ortega, las filas organizadas del FSLN eran de aproximadamente cinco mil guerrilleros. Ya contaban con fusiles Fal belgas, artillería ligera de morteros y cañones sin retroceso, bazucas chinas, ametralladoras de infantería y ametralladoras antiaéreas, medios aéreos y terrestres, comunicaciones y suministros médicos y de guerra.
Según Ortega, en el Frente Sur estaba el conjunto más grande y mejor apertrechado del FSLN, con cerca de mil guerrilleros nacionales y otros mil extranjeros: panameños, colombianos, alemanes, ingleses, uruguayos, chilenos, argentinos, españoles, mexicanos, centroamericanos, cubanos, estadounidenses.
La GN, según Ortega, sumaba 14,000 efectivos, medios blindados, artillería, fuerza aérea, tropas especiales (EEBI), servicios de Inteligencia, redes de informantes y soldados extranjeros de Honduras, El Salvador, Guatemala bajo el Consejo Centroamericano de Defensa (Condeca).
En Managua las fuerzas militares se especulaban en tres mil efectivos en diferentes posiciones contra incontables guerrilleros populares que se sumaron a la ofensiva del FSLN.
Para cuando finalizó el conflicto, el 20 de julio, se estima que había más de treinta mil hombres en armas en el FSLN.
III. Final sangriento
A Nicolás López Maltez lo acusaron de colaborador del régimen de Somoza y lo apresaron cuatro meses. Mientras estuvo detenido, después del 19 de julio, supo de incontables historias de represión y venganza de los nuevos gobernantes contra exguardias, familiares, militantes del partido liberal, exfuncionarios públicos y sospechosos de colaborar con la GN.
“Al chofer de un exfuncionario de Somoza, quien ya tenía más de un año de haberse ido del país, lo detuvieron en San Judas y lo fusilaron”, recuerda López Maltez, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
“En los primeros días la gente que había tenido algo que ver con un guardia huía espantada de terror, ya que bastaba el dedo de un vecino cualquiera para que te mataran o te echaran preso. A mí unos vecinos que me tenían envidia por mi casa, que yo mismo la levanté, fueron a buscar a los guerrilleros a decirles que yo era somocista y que me mataran”, recuerda el periodista.
Supo, por testimonio de gente que compartió celda con él y luego con personas con quien conversó en el exilio en Estados Unidos, que grupos de guerrilleros robaron, violaron y asesinaron a gente inocente en los territorios “liberados”.
“Un grupo de vagos, a los que les habían dado unas armas para lanzarlos a morir contra la guardia, se separó de las columnas y de sus jefes y se metieron a varias casas a robar, a violar a las mujeres y a matar a unos viejos desarmados. Luego los presentaban como guardias o somocistas y nadie decía nada”, dice López Maltez.
Lo mismo narra el excoronel Justiniano Pérez, segundo al mando de la EEBI en julio de 1979. “Muchos de los guardias que se rindieron fueron fusilados ahí mismo. A otros incluso los fueron a quitar de las manos de la Cruz Roja supuestamente para interrogarlos y los regresaron muertos. No respetaron la vida de los prisioneros de guerra”, dice.
Las denuncias de ejecuciones sumarias y fusilamientos masivos fueron reconocidas en algún momento por los miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional al final de la guerra.
Incluso llegaron a conocimiento de Estados Unidos, cuyo Gobierno pidió al FSLN una investigación sobre las denuncias de ejecuciones masivas de prisioneros de guerra.
LA PRENSA publicó en 2001 documentos desclasificados por el Departamento de Estados Unidos, con fechas de 1979 y 1980, donde el entonces embajador Lawrence Pezzullo envió reportes de ejecuciones sumarias del nuevo ejército a guardias capturados o rendidos en acción.
En agosto de 1979, en el telegrama número 3649, clasificado como “Confidential” el embajador de Estados Unidos en Nicaragua, Lawrence Pezzullo, se refería a la desaparición de prisioneros de la guardia somocista, condiciones inadecuadas en las prisiones y dificultades de acceso a los centros de detención.
El comunicado indicaba que luego de transcurrir varias semanas y restablecer contacto con equipos del interior del país, en las áreas controladas por el Frente Sandinista, “los reportes que han comenzado a llegar son alarmantes”.
Entre estos, Pezzullo indicaba que habían reportes de reos trasladados a centros penitenciarios que luego aparecían muertos, prisioneros que después de haberse rendido fueron sometidos a juicios sumarios y fusilados en plaza pública, así como persecución y hostigamiento a familias de exmiembros de la GN, expropiación de bienes y torturas.
Miembros de la Comisión Especial de Derechos Humanos de la OEA, que vinieron a Nicaragua entre octubre y noviembre de 1979, recibieron 3,921 denuncias documentadas de abusos, de las cuales 2,577 se referían a casos concernientes a miembros de la desaparecida Guardia Nacional y 1,344 a personas acusadas de haber sido colaboradores civiles del general Somoza.
Varios casos de fusilamientos y asesinatos fueron bien conocidos al final de la guerra: en Masaya, Alberto Gutiérrez, alias “Macho Negro”, fue fusilado en plaza pública tras ser capturado sin armas. En Rivas, el exfuncionario somocista Cornelio Hueck, fue fusilado tras ser capturado y en la cárcel el exmilitar Franklin Montenegro fue asesinado bajo la modalidad de “plan fuga”: le abrieron las puertas para que huyera y le dispararon por la espalda.
Sus muertes fueron celebradas como “ajusticiamientos” y nunca se investigó o responsabilizó a nadie por estos hechos.
IV. Plan Fuga
Después de la noticia de la salida de Somoza de Nicaragua, el 17 de julio, la GN empezó a desbandarse en desorden.
En Rivas, las tropas de Pablo Salazar, “Comandante Bravo”, se replegaron a San Juan del Sur, desde donde organizaron una retirada con toda la flota de barcos posibles hacia el puerto La Unión, El Salvador, en una operación anfibia con apoyo del ejército salvadoreño.
Cerca de ochocientos hombres y mujeres huyen por mar. Algunos se desvían a Costa Rica por falta de combustible, otros naufragan y mueren ahogados y algunos, como Franklin Montenegro, se queda sin combustible frente a Puerto Sandino y es capturado y luego asesinado.
En Managua, después de que el mando militar huye con la mayoría de medios aéreos de la Guardia Nacional, el general Federico Mejía organiza dos convoys de militares y familiares que se reúnen en las afueras del aeropuerto Las Mercedes y huyen el 18 de julio hacia la Frontera Norte, buscando atravesar Honduras por el puesto fronterizo de Las Manos.
Más de quinientas personas logran cruzar la frontera. Un segundo convoy de guardias, integrado por unos veinte vehículos civiles y militares, sale el 19 de julio buscando el mismo rumbo, pero estos no logran llegar: son perseguidos y asediados por los guerrilleros, algunos desertan de la ruta y se internan por algunas zonas rurales para infiltrarse en la población, a otros los capturan al quedar sin combustibles y al grueso del convoy los emboscan antes de llegar a Estelí, matando a la mayoría.
“De ese último viaje, de los trescientos que iban aproximadamente, unos veinte quedaron vivos porque se quedaron sin gasolina casi frente a un puesto de la Cruz Roja y ahí se refugiaron. El resto murió en todo el camino”, relata José Cárdenas, el exparacaidista de la EEBI que sobrevivió a la guerra.
V. “Fueron días de caos”
Para Sergio Ramírez Mercado, la extrema violencia de la guerra al final de 1979, se debió en parte al odio y resentimiento que Somoza le impregnó al conflicto con sus desmanes de poder y violencia.
“Si vemos el comportamiento de Somoza y su dictadura en los últimos años ante los ataques a los cuarteles en octubre del 77, la extrema crueldad de los bombardeos a zonas urbanas, las operaciones de limpieza y masacres a civiles y sospechosos de apoyar al FSLN en Managua, León, Estelí, Masaya, fue una conducta que no cambió y que se exacerbó en la ofensiva de septiembre del 78, con la toma del Palacio Nacional”, dice Ramírez, miembro del FSLN de aquel entonces y luego vicepresidente de Nicaragua.
El ex vicepresidente dice que en aquel momento “no había la capacidad ni la disposición política ni afectiva de empezar a medir quiénes eran inocentes o quiénes eran culpables. Todo el sistema somocista, en ese contexto de guerra, cometió crímenes de lesa humanidad contra la población civil. La verdad es que se aplicó un solo rasero contra la GN, el solo hecho de haber pertenecido a la Guardia se volvió motivo suficiente para procesar a alguien”.
Sin embargo, Ramírez dice que esos primeros procesos de violencia, en que los guerrilleros fusilaban a guardias y funcionarios somocistas, se detuvieron con la creación de tribunales especiales para juzgar a los acusados de pertenecer al régimen.
“Los tribunales populares ahora me parece que no ejercieron justicia en el sentido de la aplicación penal formal, que implica fiscales, pruebas, abogados, y por eso es que hubo GN, que a lo mejor no tenían las manos llenas de sangre y recibieron treinta años de cárcel, pero hubo otros con responsabilidades confirmadas en crímenes e igual recibieron treinta años, ahí iban justos por pecadores”, analiza Ramírez.
Ramírez recuerda que tras el ingreso del mando principal del FSLN a Managua, en todas las ciudades se habían creado bolsas de poder local con gente armada y sin control, que controlaba zonas y decidía quién vivía y quién moría.
“Ir controlando esas bolsas de poder después del triunfo tomó mucho tiempo, me parece que en esos modelos de revolución, Nicaragua no se diferenció de otras revoluciones, que cuando se descalabra el poder y viene a sustituirlo otro, los que sustituyen no han salido de las academias ni instituciones de formación profesional, los que habían tomado las armas muchas veces eran muy jóvenes y pobres que de pronto se ven investidos de poder”, razona Ramírez.
“Cuando la revolución se consolida, se crean los juzgados especiales y se acaban las arbitrariedades sangrientas que nunca fueron ordenadas por el FSLN”, cita ahora Ramírez.
¿Hubo gestión de Estados Unidos por investigar las denuncias de abusos contra exguardias? Ramírez dice que nunca nadie pidió investigar las bajas de la Guardia durante la guerra, como nadie nunca contó los miles de muertos civiles o de los guerrilleros: “La idea de la revolución fue dejar atrás eso y crear una nueva sociedad donde esas cosas no volvieran a ocurrir, Estados Unidos sí abogó por los derechos de los prisioneros y la JGRN sí dispuso darle un trato normal a los reos, hubo comisiones de derechos humanos, Cruz Roja internacional, visitas de delegaciones de congresistas, revisiones de casos, indultos, amnistías”.
Pero reconoce que antes del 19 de julio hubo gente que se tomó venganza personal: “Hubo caos, disputas personales, celos, resentimientos, fue algo que se dio en otras plazas, tuvo que ver mucho con la desarticulación del poder y la ausencia de una autoridad que no terminaba de aterrizar”.
Ejecución de Cornelio Hüeck
Cornelio Hüeck Sálomon fue presidente de la Cámara de Diputados. Llegó a tener un poder total y servía a los intereses de Somoza. También era secretario de la Directiva Nacional del Partido Liberal.
En 1977 le da un infarto de Somoza y Hüeck, como presidente del Congreso, era el sucesor del presidente cuando este por incapacidad o muerte no pudiera ejercer.
Se presumía que Somoza no iba a sobrevivir al infarto. Entonces la Embajada norteamericana empezó a conversar con Cornelio, porque se consideraba la persona más confiable para suceder a Somoza. Sin embargo, Somoza se recuperó del infarto y se enteró de las conversaciones entre Cornelio y la Embajada de Estados Unidos. Al regresar, defenestró a Hüeck
de todos sus cargos.
Después de que fue retirado de la política por Somoza Debayle, huyó hacia la finca San Martín, cerca de Tola, Rivas. Y ahí estuvo hasta que una escuadra del FSLN se tomó el lugar entre el 20 y 23 de junio de 1979, según Las últimas horas de don Cornelio, un relato escrito por el periodista Ernesto Aburto.
Hüeck intentó escapar por el mar, pero los guerrilleros dispararon a la lancha que iba a traerlo y tuvo que regresar. Fue capturado y sometido a un juicio popular. Luego lo fusilaron y lo enterraron en una fosa común. Años más tarde sus restos fueron exhumados. Tuvieron que llamar a su odontólogo para que reconociera sus calzas dentales.
El fusilamiento de “Macho Negro”
Así era conocido por dos motivos: por llevar el caballo del recién asesinado Anastasio Somoza García en 1956 y por su contextura física: alto, recio y siempre tosco.
En el barrio Monimbó de Masaya, Alberto Gutiérrez fue fusilado el 19 de julio de 1979. Unos 200 hombres querían matarlo, pero se escogió a 20 guerrilleros para que lo hicieran, así lo narra el periodista Fabián Medina en su reportaje “A hierro mató, a hierro murió”, publicado en la revista Magazine.
Gutiérrez se había convertido en uno de los militares más temidos y repudiados por la oposición en Managua, pues según el periodista Pablo Emilio Barreto Pérez, era un temible asesino y torturador que sembró el terror en varios vecindarios de la capital.
“Era un sujeto desalmado, y siempre estaba dispuesto a matar en defensa de la Guardia Nacional, del Partido Liberal Nacionalista y de la tiranía somocista”, afirma Barreto.
El fusilamiento de este personaje quedó grabado en las cámaras del periodista Barreto. Según la revista magazine, Barreto entonces era periodista de La Prensa, se sumó a la insurrección y abandonó Managua para participar en el repliegue táctico. Por eso se encontraba en Masaya. La revista afirma también que hasta el día de hoy, se desconoce dónde quedó el cuerpo de Gutiérrez.
Con colaboración de María Alejandra González Centeno, Mónica García, Vladimir Vásquez.