Zoilamérica Ortega Murillo dice estar viviendo su segundo exilio, en el mismo país y en circunstancias similares. En 1978 llegó a Costa Rica de la mano de su madre, doña Rosario Murillo, huyendo de la dictadura somocista. Hace dos años volvió a Costa Rica con un hijo de 9 años de su mano y huyendo del grupo de poder que encabeza su propia madre.
En el exilio, dice, ha aprendido a vivir sin los privilegios que le dio en su momento pertenecer a una familia de poder y sin las ventajas que le daba trabajar como profesional y directora de una organización no gubernamental en su país. Ahora vive como otro migrante más y bajo el acoso del Gobierno de Nicaragua, que no cesó con su salida abrupta del país el 29 de junio de 2013, cuando autoridades de Migración expulsaron por la fuerza a su esposo, el boliviano Carlos Ariñez Castel.
En mayo de 1998 Zoilamérica Ortega Murillo acusó públicamente y en los tribunales a su padrastro Daniel Ortega Saavedra de violación y abuso sexual, delitos que habrían comenzado, según su testimonio, cuando ella era una niña, en el exilio, en Costa Rica. En el 2001 una juez sandinista sobreseyó a Ortega por “prescripción del delito”. Zoilamérica llevó el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), donde la acusación contra el Estado de Nicaragua por “denegación de justicia” durmió durante varios años, hasta que en 2008, sorpresivamente retiró la demanda, debido a una especie de “acuerdo de convivencia” que acordó con su madre —silencio de parte de ella y fin del acoso de parte del Gobierno, según explicó luego— y que pronto fue roto.
Dos años después de su salida de Nicaragua, Zoilamérica anuncia su intención de regresar a su país, sin fecha definida, y asegura que ha recibido ofertas de sandinistas inconformes para participar en la lucha política en Nicaragua, incluyendo candidaturas.
¿Cómo le está yendo en Costa Rica?
Desde que vine comenzamos a reagruparnos con activistas de derechos humanos, líderes de movimientos sociales, gente que en El Salvador, Guatemala y Honduras está sufriendo persecución y violencia. Creamos un grupo que llamamos Casa Abierta y desde ahí estamos trabajando en procurar que las personas que piden refugio en Costa Rica tengan las mejores oportunidades. Hay una gran cantidad de migrantes nicaragüenses con los que también compartimos, que salen (de Nicaragua) por no tener acceso a derechos, por ser excluidos.
¿Estamos hablando de exiliados políticos?
Exactamente. Nosotros no podemos mencionarlos, pero hay mucha gente. Por ejemplo, un gran grupo de exmilitares está aquí trabajando en empresas de seguridad y han salido por muchas cosas no habladas. Todas las solicitudes a Migración tienen que ver con la falta de espacios y oportunidades en sus países, es un éxodo, una migración forzada. No todas las personas solicitan asilo, no todas piden refugio, pero evidentemente salen de sus países por formas de violencia. En Nicaragua, lo que conversamos con muchos, es que por no pertenecer a un partido político o a una organización vinculada al Gobierno, dejan de tener oportunidades laborales y sociales y deben venir acá a buscar la vida.
¿Usted se considera exiliada política?
De alguna manera sí. Eso no lo determina un estatus migratorio, sino que a partir de una serie de amenazas que sufrí, desde un intento de darme muerte civil, perdí el derecho a sentirme segura en mi país. Y mi familia, mis hijos y yo. Este proceso, que terminó con la expulsión de Carlos (esposo), tenía meses de estarse viviendo. Nuestra salida fue intempestiva, no tuve tiempo de preparar nada. Llegamos aquí con una valija pequeña y me tocó hacer ese tránsito de explorar un país, con un niño, además de 9 años.
¿Ha regresado a Nicaragua?
No. Por distintas razones. Primero, mis hijos se mantuvieron allá hasta lograr reubicarnos. No podíamos estar juntos. Y mientras ellos continuaron allá continuaron amenazándolos, continuaron afectándolos, era una señal de que el retorno podía agravar esa situación. Al salir del país, el conductor del vehículo que me trasladó fue golpeado, mi pasaporte fue desactivado y por otro lado han continuado enviando emisarios aquí a Costa Rica a crear situaciones de exclusión, a intentar intimidar a las personas que trabajan conmigo y han creado situaciones que me hacen ver que mi situación de seguridad allá está en riesgo. Sin embargo, esto no implica que yo vaya a permanecer en Costa Rica y no vaya a regresar a Nicaragua. Para mí, lo más importante aquí ha sido comprobar la capacidad que también tiene mucha gente de Nicaragua, de caer y volverse a levantar. Me he vuelto a levantar y voy a hacer un retorno a mi país porque tengo derecho. Tengo una visión de país diferente y también soy parte de esta ola de persecución que viven los alcaldes que son destituidos, los funcionarios que son abruptamente sacados de sus cargos, los líderes comunitarios que son reprimidos. Sé que mucha gente tiene que perder el miedo, tenemos que empezar a caminar por otra vía, en primer lugar reconociendo que hay mucha violencia política, que lleva a mucha gente a permanecer callada, con una prudencia que nos hace cómplices de lo que está pasando.
Desde el Gobierno podrían decir que usted no tiene prohibida la entrada y salida del país. El que fue expulsado fue su esposo.
El tema en Nicaragua no es el asunto legal. Mi pasaporte ha presentado problemas las dos veces que he salido de Costa Rica. El tema es que directamente me amenazan y están en un expediente debidamente documentadas, porque como he dicho las amenazas no cesaron al momento de salir del país, sino que han continuado a través de mis hijos y a través de otros mecanismos, incluso enviando emisarios, funcionarios de Gobierno.
¿De qué tipo de amenazas estamos hablando? ¿Qué es lo que le dicen?
Es la intimidación directa a personas que quieran o puedan respaldar el trabajo que hago y por el otro lado la imposibilidad de crear condiciones para restablecerme allá. Asilarme y callarme. No voy a volver a acatar un mandato de silencio.
¿Ha tenido alguna comunicación con doña Rosario Murillo, su mamá?
No, ninguna. Las últimas llamadas fueron las que nosotros hicimos y que precisamente tienen que ver con esas amenazas de una especie de muerte civil (hace dos años). Y que intentaron cumplir en las acciones que se dieron. No me dejaron posibilidad de trabajar. Pero sé que ese poder no puede controlarlo todo. Mantengo comunicación con mucha gente en Nicaragua que está dispuesta a que reempecemos las acciones que tuvimos que finalizar.
¿Sus diferencias con la familia de gobierno, que es su familia, son también políticas?
Yo tengo una visión de país diferente. Yo no puedo estar a favor de que las políticas públicas sean usadas para concentrar poder y para comprar conciencias, no puedo estar de acuerdo en que se hagan concesiones internacionales por más de cien años, con toda la destrucción que implica el proyecto del Canal; no puedo estar de acuerdo con una visión que excluye, por lo tanto tengo que pronunciarme ante eso. Mi situación ha sido una evidencia de un abuso de poder por razones de violencia de género, por razones ahora también de violencia política, tengo que sumarme a esas voces que en Nicaragua denuncian que estamos en una situación grave que amenaza con repetir etapas de la historia ya superadas.
Yo vine a Costa Rica por primera vez a los 10 años porque mi familia, mi madre, salió al exilio, perseguida por Somoza y ahora regreso a Costa Rica, en esta etapa, también con un niño de 10 años a enfrentar una situación de migración forzada.
Este sería su segundo exilio en Costa Rica.
Sí. Para mí representa el haber pagado el costo más alto por decir la verdad. Y por lo tanto me está permitiendo levantarme con mucha más fuerza, con mucha más firmeza.
¿Ha encontrado condiciones para trabajar en Costa Rica?
Para todos los extranjeros siempre es complicado. Pero en mi caso se encargan de afirmar un estigma de una persona que puede resultar riesgosa por tener diferencias con el Gobierno de Nicaragua. Pero siempre hay gente dispuesta a no ceder ante esas amenazas.
En términos históricos, sentimentales, Costa Rica significa mucho para usted. Si no me equivoco fue el lugar donde conoció a Daniel Ortega.
Ha sido una experiencia inesperada, regresar a Costa Rica de forma abrupta y bajo circunstancias muy similares. Es también para mí cerrar un ciclo, aquí puedo decir un alto y un basta ya para reemprender mi camino de forma más autónoma. Este exilio tiene que ver con darnos cuenta que podemos salir de ese cerco de poder y recuperar nuestro poder. Que no dependemos de ellos y que cada persona puede continuar haciendo cosas por su país desde donde esté.
Esta vez no tengo por qué estar clandestina, no tengo por qué aceptar el mandato de ser perseguida política. Esta vez tengo la verdad que me acompaña y mi propia posición política por razones importantes para replantearme el resto de mi vida.
¿De qué vive Zoilamérica?
Me ha tocado empezar como muchos, con una renta y con pequeños trabajos esporádicos que puedo hacer, pero nada parecidos a mi condición económica en Nicaragua, donde tenía ingresos como directora de ONG, donde además tenía mi casa propia, mi vehículo, mi patrimonio, el cual producto de toda esta situación casi lo perdí. Hemos tenido que aprender a comenzar de nuevo, de cero.
Y antes de ello tuvo los privilegios de pertenecer a una familia de poder.
Sí. Mucha gente me ha cuestionado que por venir de una familia de poder iba a permanecer atrapada en esos esquemas y estilos de vida y aquí en Costa Rica he aprendido que puedo ser profesora universitaria, llevar una vida que no se basa en apellidos, no en posiciones institucionales, sino a partir del esfuerzo personal. Siempre he sido sujeta de descalificaciones en el sentido de que he recibido dinero de parte de la familia de gobierno. Hay mucha gente que piensa que aquí estoy recibiendo dinero y que este es una especie de exilio de oro. Y como he dicho, cualquiera que pueda demostrarme alguna de estas cosas yo estaré dispuesta a ponerme al frente con mi verdad.
Dice que piensa volver. ¿Tiene fecha ese posible retorno?
Por razones de seguridad no puedo adelantar eso. Regresar es la meta. Mis hijos y yo, mi familia, tenemos derecho a tener una vida en Nicaragua.
¿Su acusación contra Daniel Ortega por abuso y violación es un tema que ya lo dejó atrás?
Después del retiro de la demanda yo he vivido una expresión de violencia continuada. He continuado recibiendo violencia política como resultado de una situación de impunidad. Quince años tuve el caso en los tribunales, nacionales e internacionales, y es la impunidad la responsable de que la violencia en mi caso no haya podido terminar con el fin de la violencia físico-sexual. La violencia se ha continuado por otros medios. Y la violencia ahora ha alcanzado a mis hijos y eso para mí es inadmisible. La situación de impunidad que yo viví fue la primera evidencia de lo que hoy pasa en Nicaragua. El abuso sexual es un abuso de poder, es el inicio de una serie de prácticas que primero comienza en la familia y eso es válido en toda la sociedad. Si en la familia hay violencia y abuso de poder, la sociedad va a tener expresiones de esa violencia y abuso de poder.
¿Cuál era la justicia que buscaba Zoilamérica y que cree que no se le dio? ¿Qué esperaba cuando planteó una demanda contra alguien tan poderoso como Daniel Ortega?
Fueron 15 años los que mi caso permaneció en los tribunales y el retiro de la demanda es algo de lo que ya he hablado. Siempre he estado bajo una asimetría de poder. Para mí lo más importante fue la verdad
¿Qué esperaba al final del juicio? Es que no me queda claro ese punto…
Que se reconociera que yo estaba diciendo la verdad. Que una mujer cuando rompe el silencio tiene tras de sí una historia que puede ser demostrada y que puede ser verdadera.
¿Se imaginó a Daniel Ortega en la cárcel?
Lo que la Ley estableciera en los Códigos a los que yo acudí podían ser los escenarios. En mi caso, las leyes establecen formas de tratar este tipo de crímenes, pero al final la justicia se encargó de favorecer un ambiente de complicidad, que pasó hasta por el pacto (de Arnoldo Alemán con Daniel Ortega) que causó el daño más grande a la institucionalidad de Nicaragua. No me interesa quedarme en el pasado. No me interesa que me defina mi situación social y política este caso.
¿Usted sigue siendo sandinista identificada con el Frente Sandinista?
Sigo siendo sandinista, pero apuesto a un sandinismo incluyente, por lo tanto no me definen ahorita colores partidarios ni colores políticos y menos aún si se ha empañado lo que fue ese Frente Sandinista del 79. Sigo teniendo vínculos con personas dentro del Frente Sandinista que se sienten atrapadas y que todavía no pueden dar esos pasos de objeción de conciencia Pero a estas alturas cada quien tiene que hacerse responsable de su propia voz.
¿Podríamos ver a Zoilamérica participando en política activa, en política partidaria?
Definitivamente que si he llegado a ser perseguida por ejercer mis roles, yo voy a estar en todos los espacios que me permitan cambiar la situación que hay en Nicaragua.
¿Eso incluiría una candidatura?
He comenzado a recibir llamadas y propuestas, pero quiero ser respetuosa de los espacios que estas agrupaciones y organizaciones tienen para tomar esas decisiones. Creo que ya tenemos mucho de estos protagonismos personales autodenominados.
PLANO PERSONAL
Zoilamérica Ortega Murillo tiene 47 años y vive en Costa Rica con su esposo, Carlos Ariñez Castel, y su hijo menor Giordano. Tiene tres hijos, Alex, de 22; Carolina, de 20; y Giordano de 10.
Es hija de Rosario Murillo y Jorge Narváez Parajón (ya fallecido). Su padrastro legal es Daniel Ortega, actualmente presidente inconstitucional de Nicaragua.
Salió de Nicaragua el 29 de junio de 2013 y no ha regresado hasta ahora.
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