El nuevo director técnico de la Selección Nacional de Futbol aún cree en Santa Claus, habló sin darse cuenta de la condenación que pueden significar sus palabras en un país sin tradición de futbol.
Nacido en Playa Tamarindo, provincia de Guanacaste, su entorno fue el mar, diez casitas y una estación de Policía, como diría en su presentación. Henry Duarte creció confiando en los sueños y a sus 56 años la ambición junto con la Fenifut de querer acapararlo todo lo podrían llevar a la inutilidad.
Prometió ser campeón en el 2005 en segunda división con la UCR, no cumplió, se propuso tener la licencia en futbol UEFA Pro en Alemania y lo consiguió.
Con 56 años, el hombre que ahora tiene el destino de una nación con un contexto de canchas de polvo y balones marchitos, llegó como Varguita, en el filme La Ley de Herodes a San Pedro , colmado de ideas que en teoría funcionarían, pero se enfrenta a otra realidad, donde las ilusiones son fundamentadas en la fe y con optimismo desmedido.
Su trabajo en el país es controlarlo todo y no ser culpable de nada. Estaré a cargo de crear el futbol base del país. Yo pienso en el futuro, pero eso no significa que dirigiré las Selecciones pequeñas, sino que me encargaré del plan de trabajo, porque mi mayor enfoque es la construcción del futbol base, para que no tenga que recurrir a otras instancias, cuando este es un país donde se tiene talento, indicó el entrenador.
Duarte emana ser una persona dispuesta al trabajo. Yo no tendré descanso. Estaré trabajando en microciclos de tres días a la semana con la Sele Mayor y me encargaré de capacitar a entrenadores y estar en las categorías menores, aseguró el técnico.
El presente luce ausente; sin embargo Duarte apenas inicia y el vaticinio de su destino está en sus manos, cerebro y corazón.
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