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Alondra y José sienten que esta es la oportunidad de sus vidas, han logrado salir de la calle y un día tendrán que tomar el camino solos. LA PRENSA/U.MOLINA

El viaje de sus sueños

Es mediodía y el sol calienta los ladrillos rojizos de la cancha. A pocos metros de distancia se puede ver el vapor que sale desde el suelo y se eleva casi invisible por los cuerpos de los chavalos que corren pateando el balón. Un gol y todo se alborota.

Por Róger Almanza G.

Es mediodía y el sol calienta los ladrillos rojizos de la cancha. A pocos metros de distancia se puede ver el vapor que sale desde el suelo y se eleva casi invisible por los cuerpos de los chavalos que corren pateando el balón. Un gol y todo se alborota.

La algarabía que genera el futbol se escucha desde afuera del patio de Casa Alianza, donde desde hace tres meses 18 chavalos y chavalas entrenan intensivamente para el mundial de los niños de la calle.

También se hará en Brasil y compiten 20 países de todo el mundo. Pakistán, India, Kenia, Tanzania, Sudáfrica, Inglaterra, Argentina, Brasil y Nicaragua, son algunos de los países que envían su delegación de futbol, todos son chavalos que han sido rescatados de las calles de sus países.

El equipo de Nicaragua parte el 27 de marzo y regresa el 7 de abril. La emoción es evidente en sus ojos cuando les comunican que sus pasaportes están listos. Varios de ellos ni siquiera estaban seguros de sus nombres o si sus apellidos estaban correctos.

A cumplir un sueño

Ni el sol, ni el calor ni mucho menos el cansancio detienen a estos chavalos que corren tras el balón. Están entrenando tan duro como pueden cada día y en las noches solo piensan en el entrenamiento del día siguiente.

Son nueve chavalos y nueve chavalas las que viajan con la bandera de Nicaragua a este mundial paralelo en Brasil. Todos con historias de la violencia que se pasa en las calles. Hambre, golpes y abusos están pintados en las caras de estos chavalos que ahora ven en Brasil el viaje de sus sueños.

Anielka Berríos es coordinadora de área en Casa Alianza y conoce a estos chavalos como la palma de su mano. Convive con ellos a diario y desde que se eligió el equipo ha visto cambios en ellos, tal como si el viaje a Brasil resultara el punto de partida para una nueva vida.

Han estudiado inglés, portugués y francés, además de reglas de etiqueta y terapias de comportamiento, para que puedan estar también preparados fuera de la cancha.

En cada entrenamiento tienen público: los otros chavalos que no fueron seleccionados y que aún tienen las ganas de demostrar que son mejores que los que van al viaje. Quieren un fogueo nuevamente con el equipo de la selección, pero ningún coordinador lo aprueba.

La calle fue su casa

Alondra sigue el balón de futbol como si fuera lo último que hará en su vida. Es una de las chavalas que se prepara para el mundial de Brasil y siente que es la oportunidad de marcar en su vida, un antes y un después.

Recién se enteró de sus apellidos correctos, Montenegro Rivera. Tiene 17 años y los últimos dos los ha pasado en Casa Alianza. Aquí llegó trasladada desde una fundación en Matagalpa que la descubrió en abandono.

“Crecí con mi abuela y cuando murió me quedé sola. Puedo decir que es a la única persona que extraño”, cuenta Alondra.

Tenía 13 años cuando su abuela murió y de su madre no tiene recuerdo pues murió cuando Alondra solo tenía ocho meses de nacida.

Lavaba ropa ajena para ayudar a su abuela y en más de una ocasión se fue al centro de Matagalpa a pedir limosna. “Una amiga me dijo que la acompañara a pedir dinero que me ensuciara la cara y me pusiera la ropa sucia, que así nos iban a dar. Era cierto nos daban dinero y así pasamos más tiempo pidiendo”, relata Alondra.

Fue en la calle y con amigas de todas las edades que empezó a probar el alcohol a tal nivel que caía ebria en cualquier lugar. “Para la vela de mi abuela llegué borracha, eso jamás lo voy a olvidar”, recuerda Alondra.

Sola en casa pasaba los días. Alcohol no le faltaba y mucho menos compañía.

Alondra odiaba porque sí a todos los que intentaban ayudarla. Hasta que un día aceptó el apoyo de una organización en Matagalpa que la trasladó a Casa Alianza en Managua. “Creo que fue una buena decisión, aquí he encontrado un rumbo y me ha costado, lo debo aceptar, pero sé qué es lo que hoy quiero para mí y no es la calle. Quiero un salón de belleza y estudiar Psicología, quiero ayudar a muchos chavalos que necesitan esos consejos que yo he recibido”, dice con mucho ánimo Alondra.

Ahora en cuarto año de secundaria, Alondra ve más cerca esos sueños que quiere cumplir y viajar a Brasil “es como un regalo que me anima a cumplir lo que hoy quiero lograr”, dice.

“Quiero volar”

Al mismo tiempo que Alondra llegó José Matute, un chavalo de 16 años, también de Matagalpa.

Lo creían muerto después de varios días de que su madre no sabía sobre su paradero. La Policía intervino y lo encontraron, fue un respiro para su mamá quien no vio más opción que enviarlo a Casa Alianza.

José además de consumir alcohol inhalaba pegamento. Su madre se enteró cuando encontró los envases de pega para zapato y aerosol bajo el catre donde dormía.

“En la calle no sabía que había algo más, que podía lograr algo más. En la calle aprendés a defenderte de cualquier cosa y no confiás en nadie”, reflexiona José.

Ahora José se logra ver en varios años y se ve volando. “Quiero estudiar aviación y trabajar para el Ejército, eso es lo que quiero, quiero volar y además comprar un parcela en mi pueblo y trabajar la tierra”, cuenta ansioso José.

De las calles de Matagalpa aún tienen muy vivos recuerdos. Del tiempo que salía a lustrar zapatos en el parque y con el dinero que ganaba una buena parte lo usaba para comprar pegamento y drogarse. Otra parte se la daba a su abuelo.

La noche que lo encontró la Policía quiso correr pero su amigo, donde se quedaba hacía varios días le dijo que no huyera porque metería en problemas a su mamá. “Mi amigo me dijo que si corría la Policía pensaría que me tenían a la fuerza o que yo estaba haciendo algo malo así que decidí quedarme quieto y que me llevaran a la delegación”, recuerda José.

Por lo pronto no quiere regresar a Matagalpa, quiere dejar su pasado ahí, hasta que el día que se sienta más seguro pueda volver. “Siento que estoy comenzando de cero y que quiero comenzar así, como una nueva historia. Iré a Brasil a jugar y a mi regreso tendré historias bonitas que contar, ya no historias de calle”, cuenta José.

Alondra es parte de la selección femenina de futbol para este mundial paralelo para el que entrena todos los días.  LA PRENSA/U.MOLINA

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