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¿Los dos espejos?

La Presentación del Niño y la Purificación de la Virgen María nos presentan el don y la realidad del camino cristiano.

Sacerdote Óscar Chavarría

La Presentación del Niño y la Purificación de la Virgen María nos presentan el don y la realidad del camino cristiano.

Simeón hace un retrato de esas dos grandes figuras de nuestra fe, “movido por el Espíritu” (Lc. 2, 25-27) quien al tomar en sus brazos a Jesús se dirige a Dios, lleno de alegría, diciendo: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación” (Lc. 2, 29-30).

Nos presenta a ese Niño: Jesús, el hijo de María, el Salvador (Lc. 2, 30). Ese Jesús, es la “luz que va iluminar a todos los hombres” (Lc. 2, 32). Ese Hijo de María es “la gloria del pueblo de Israel” (Lc. 2, 32).

Imagínate como María y José debían de estallar de alegría. Primero porque las palabras de aquel anciano volvían a asegurarles que Dios no les abandonaba. Segundo porque lo que el anciano decía de su Hijo les enorgullecía más que si les hubiera cubierto de elogios. La verdad es que tanto María como José “estaban admirados de lo que se decía de él”, como nos dice San Lucas (Lc. 2, 33).

Luego Simeón se dirige a María, admirada por las palabras sobre su hijo Jesús (Lc. 2, 33), en que le dice lo siguiente: “Este Niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción” (Lc. 2, 34). Y con esto Simeón no tenía más remedio que fijar su mirada en el rostro de María y con dolor decirle: “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc. 2, 35).

La verdad es que Simeón hizo un retrato de lo que ese Niño sería: Verdadero Dios y verdadero hombre con sus consecuencias, salvador pero siervo, alabado por los sencillos pero perseguido hasta la cruz por los poderes religiosos y políticos.

Jesús fue el salvador, pero sufriente. Jesús fue el hijo amado de Dios, pero clavado en una cruz. Jesús fue alabado y aplaudido por el pueblo, pero también crucificado. Jesús fue el resucitado, pero ese resucitado no fue otro que el mismo que murió clavado en una cruz.

María fue la Madre de Jesús y, como Madre, siempre estuvo junto a su hijo: en las duras y en las maduras, en las alegrías y en las tristezas, en las alabanzas y en los momentos más grandes de humillación como fue el estar junto a su hijo condenado como el peor de los malvados.

Las vidas de Jesús y de María fueron como la vida de cualquier ser humano. Nuestra vida es un caminar entre luces y tinieblas, entre momentos felices y amargos, entre llantos y alegrías, entre rosas y espinas. La felicidad es una mezcla de alegría y tristeza, de luces y sombras, todo, presidido por el amor.

Los cristianos, en este caminar, tenemos siempre una luz que nos guía y unos ejemplos a mirar: Cristo, nuestra luz, y María Su Madre, la Virgen de la Luz, la Candelaria, como también la llamamos. Jesús y María, dos espejos donde mirar para que siempre y en cada momento estemos iluminados por la luz de Cristo y el ejemplo luminoso de María.

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