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Rabitoski, Rabito, Rabo, Cerecita y Rabitín, la familia de don Armando Guevara el primer payaso de esta familia. LA PRENSA/O.NAVARRETE

Una familia de payasos

Era de noche. La función de maromas, bailes, magia y payasadas estaba lista. A las siete, dos cortinas se abrían y el espectáculo comenzaba. Ahí estaba Armando Guevara, el primero de los payasos de su familia.

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Róger Almanza G.

Era de noche. La función de maromas, bailes, magia y payasadas estaba lista. A las siete, dos cortinas se abrían y el espectáculo comenzaba. Ahí estaba Armando Guevara, el primero de los payasos de su familia.

Las tablas acomodadas y aseguradas con clavos hacían un redondel que era cubierto por mantas de tela remendadas. Era el circo, uno sin carpa. Esa noche de 1983 fue montado en un predio baldío del barrio Cristo del Rosario en Managua. Muchos chavalos lograban burlar al despistado vigilante de garrote en mano, nariz roja y enormes zapatos. Lograban entrar con las rodillas cholladas por cualquier descosido que encontraban en las mantas.

Pero esa noche no terminaría con los aplausos y gritos del público. Mientras las acrobacias y maromas eran desarrolladas en el centro del lugar, tras las cortinas que separaban el escenario de la vida privada de los artistas permanecía envuelto en sábanas el cadáver de un niño de un año de nacido.

Era hijo de artistas del circo y murió de neumonía. Don Armando recuerda que la decisión de sus padres fue que la función debía continuar. “La vida en el circo puede ser tan dura como nadie lo imagina”, dice don Armando.

Al final de la presentación el director del circo invitó a los asistentes a que los acompañaran en la vela del hijo de uno de los artistas. “Es de las funciones que más he querido que terminen rápido”, recuerda don Armando.

La gente se conmovió y se quedaron en la vela, tal como si hubieran conocido al niño o fueran amistades de sus padres, esa noche el circo no cerró y los payasos limpiaron sus rostros de alegría y lloraron junto a sus colegas.

“En el circo nos convertimos en familia y somos una familia unida. Si alguien se enferma o tiene problemas es una preocupación de todos”, asegura don Armando.

Con un payaso adentro

Apenas tenía 19 años cuando el circo que llegó a su barrio en San Francisco Libre lo conquistó. Sin planes de seguir estudiando debido a las dificultades económicas de sus padres, después de haber terminado la primaria, se maravilló del mundo que le contaron los artistas del circo, a tal punto que decidió comenzar a ensayar para montar su propio acto.

Animado por algunos amigos, soñaba con las maromas o acrobacias, las practicaba en los ríos de su pueblo, pero cuando le llegó la oportunidad del circo inició como bailarín de chachachá, mambo y rumba.

El circo en el que comenzó se llamaba Royal Nicaragua. “Durante el día en el circo no se hace nada, así que pasaba todo el día ensayando. Hice de malabarista, de equilibrista, hasta que empecé a descubrir que payaso era mi profesión, lo sentía”, cuenta don Armando.

Durante el invierno se quedaban en Managua, pero apenas empezaba el verano las giras eran organizadas, en los pueblos donde los lodazales se suponía ya se habían secado.

El tiempo lo llevó poco a poco a descubrir la magia de la risa, esa que con chistes dichos por hombres que se pintaban la cara y se vestían algo ridículos hacía que la gente llegara más y más al circo, simplemente a reír. Fue cuando nació el payaso Rabo, personaje que aún interpreta don Armando, ahora con una familia también de payasos.

Casa de payasos

Hay una calle en el barrio Villa Argentina de Managua en la que todos los días se ven pasear payasos. Una casa, la última de la cuadra, es el palacio de don Armando, que en cuatro décadas de profesión se ha convertido en el payaso Rabo.

Vive con su esposa doña Ignacia Rocha, a quien conoció en sus tiempos de gira por San Rafael del Sur. “El circo llegó y ella fue a la función, fue un amor de esos de primera vista”, cuenta don Armando.

“Me la llevé cuando el circo se iba , pero ella aceptó venir conmigo”, recuerda don Armando mientras su esposa no para de reír al escuchar la anécdota.

Doña Ignacia entró al trabajo del circo como bailarina pero teniendo a un payaso como pareja, “era casi imposible no tomar un poco de ese camino”, confiesa.

Así con ayuda del payaso Rabo, nació la payasita Yara, con su cara pintada y sus faldas de colores haciendo chistes junto al payaso con el que compartía la vida fuera de escenario.

Iniciando los años 90, nació el primer hijo, y decidieron establecerse en Managua. Desde entonces doña Ignacia dejó el arte de ser payasa y solo se dedica a ser la ama de casa, atiende el vestuario y maquillaje de su esposo, sus dos hijos y sus dos nietos, que también han entrado a la profesión del payaso.

Su hijo mayor tiene 23 años y aunque lo bautizaron como Armando todos le dicen Rabito, su personaje de payaso. Entró a la profesión “casi naturalmente”, dice don Armando. Y es que su hijo desde los 5 años pedía ser disfrazado como payaso y así de prueba en prueba, de ensayo en ensayo encontró el talento que mantienen hasta hoy.

Meyling es la hija menor, tiene 19 años y cuando su cara está pintada y su ropa la cambia por un overol de varios colores su nombre es Cerecita. Además de payasita es maestra de una escuela preescolar y estudiante de bachillerato. “El próximo año comienzo la carrera para profesionalizarme como académica, porque me encanta estar con los niños y creo que eso es lo que me hace disfrutar tanto mi profesión como payasita, porque es un personaje que prefieren los niños”, dice Meyling.

La más reciente generación de la familia de payasos de los Guevara la representa Ángel Guevara, nieto del payaso Rabo. Tiene 15 años y desde hace tres se ha convertido en el payaso Rabitoski, y su personaje toma vida cuando no tienen colegio ni tareas que hacer.

Juntos han formado desde hace diez años una compañía de payasos, aunque en su inicio solo era el payaso Rabo y su hijo el payaso Rabito, en ese momento de 13 años.

“Antes de decidir juntarnos y hacer nuestros propios actos buscábamos contratos en los circos o donde salieran, era más difícil, pero ahora tenemos casi que nuestra propia marca”, dice Armando júnior.

Gerlius Guevara es el más pequeño de la familia, tiene 3 años y aunque todavía no tiene ningún número dentro de las presentaciones de los payasos, empieza a moldear su personaje Rabitín.

“Le gusta mucho estar con nosotros y le hemos tenido que hacer sus propios trajes, ensaya algunos trucos pero aún no es tiempo para que participe en los actos, mientras tanto lo dejamos creer que sí lo hace”, dice Armando júnior.

Don Armando acepta que debe empezar a dejar la batuta a sus hijos y nietos, pero “hasta que pierda las fuerzas, porque aún a mis 59 años tengo más para dar… creo que el artista deja de ser hasta que no puede levantarse de la cama”, apunta con voz fuerte.

Para los payasos más jóvenes de esta familia aprender de don Armando ha sido fundamental, sin embargo, las herramientas con las que no contó el payaso Rabo como el internet ha dado más facilidad a sus hijos y nieto.

“Nosotros vemos los vídeos que payasos famosos del mundo ponen en los sitios de internet, los estudiamos y los practicamos, esta es una buena forma de aprender técnicas a nivel mundial, porque ser payaso ya no es solo pintarse la cara, es aprender a interactuar con el público, gente que muchas veces te abuchea cuando algo no les gusta o no les da realmente gracia”, comenta Armando júnior.

Lo han hecho bien. En la pasada Feria de la Risa que se realizó del 13 al 16 de mayo en El Salvador, los payasos Rabito y Rabitoski compitieron con payasos de Centroamérica y México y lograron el tercer lugar en rutina grupal y tercer lugar en globoflexia.

Esto anima a don Armando, ver a su hijo y su nieto saliendo a presentar su arte más allá de una carpa de circo e incluso más allá de las fronteras de su país.

“Somos una familia de payasos, un trabajo tan digno como cualquier otro que te permita vivir con honradez y lo seguiremos siendo porque ya empieza a estar en nuestra sangre”, asegura el payaso Rabo.

Doña Ignacia Rocha con su esposo y sus hijos vestidos de payasos. El trabajo de la familia que ha pasado a tres generaciones.  LA PRENSA/O.NAVARRETE

La Prensa Domingo familia payasos archivo

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