JOAQUÍN ABSALÓN PASTORA
Supo navegar en las aguas de la autobiografía con estilo chispeante, acompañado por los de Palacagüina y sus cualidades de letrista y de músico.
Estuvo Carlos Mejía Godoy la noche del viernes 3 de mayo en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, con una merecida introducción de Jorge Eduardo Arellano.
Floreció musicalmente con una razonada motivación uno de sus personajes: “Panchito Escombros”, cuya camisa agujereada vieron los ojos de la metáfora en tiempos fustigados por el destrozo. No fue causa de amargura, sino de canto. Nació de la influencia que tuvo en él la música de Camilo Zapata y con mención específica Flor de mi colina .
El autor personalmente me lo contó: Desde la adolescencia, cuando no lo conocía —solo por la radio—, se le pegó el “seis por ocho” del son de su “clarinero mayor” reconocido con honrosa placidez. Le llamaba el “ritmo camiliado”. “Camiliámela”, le decía en el ensayo a sus colaterales de la instrumentación y, ya cuando tenía ese sabor, nacía la belleza selectiva de un aria, magistralmente cincelada.
De esa flor sembrada en la colina imaginaria, tomó sus formas la imagen de “Panchito”, la significación anecdótica sentida como una rosa, el amor o cualquier otro ángulo de la vida.
Carlos, enlace de música y poesía, mucha de su inspiración proviene de la sencillez, de lo ajeno a los convencionalismos, de la pureza bucólica “maiceada” por las mazurquitas.
De ahí el desarrollo del guion del cual solo puse una prenda inicial entre tanto mostrado de su creación.
Aspectos vitales expuestos con disciplina cronológica en vinculación con la picardía y el lenguaje del hablante en la parla callejera, representado por la ley universal del ritmo en una noche donde hubo la mutua celebración del protagonista con los asistentes, vivificada por la armonía.
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