El reconocido poeta francés del siglo XIX, Charles Baudelaire, escribió en una de sus obras que la mejor jugada del diablo es hacernos creer que no existe.
Sabia advertencia esta de Baudelaire, que mantiene su actualidad y es aplicable a aquellos que por la razón que sea, se dejan embaucar por quienes ofrecen crear una sociedad bonita y perfecta en la que reinará la felicidad, pero cuyo propósito real es construir poco a poco una sociedad totalitaria, en la que no haya ciudadanos sino siervos del Estado, del partido oficial, del caudillo gobernante y su núcleo familiar.
La historia del siglo XX y la que va del XXI, ha sido tan pródiga en enseñanzas sobre las promesas y realidades de los profetas totalitarios, que ya nadie debería llamarse a engaño. El totalitarismo, ya fuese fascista o comunista en sus diversas variantes, para obtener el poder total nunca ha ofrecido nada feo ni ha mostrado sus fines verdaderos.
Los comunistas rusos ofrecieron a las masas trabajadoras construirles un paraíso en la tierra, pero lo que les dieron fue el infierno totalitario estalinista. Hitler y los nazis no dijeron a sus víctimas que las llevaban a los campos de concentración para exterminarlas, sino para reeducarlas y hacerlas felices. En la entrada de los campos de exterminio ponían rótulos que decían: “El trabajo os hará libres”, y en algunos agregaban las palabras dichas por Heinrich Himmler, lugarteniente de Hitler: “Hay un camino a la libertad. ¡Sus pilares son obediencia, laboriosidad, fidelidad, orden, limpieza, sobriedad, veracidad, sacrificio y amor a la patria!”.
Todavía existían el nazismo y el estalinismo cuando el filósofo austríaco y eminente economista que obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1974, Frederick Hayek (1899-1992), advirtió en su obra cumbre, Camino de servidumbre , publicada en 1944: “Saber que luchamos por la libertad para forjar nuestra vida de acuerdo con nuestras propias ideas es mucho, pero no bastante. No es suficiente para darnos las firmes creencias necesarias para luchar contra un enemigo que usa la propaganda como una de sus armas principales, no solo en sus formas más ruidosas sino también en las más sutiles”.
Mucho más recientemente, la educadora y escritora española Alicia Delibes escribió en una presentación del libro La libertad a prueba , de Ralph Darendorf, pensador democrático germano británico fallecido hace apenas tres años y medio, que “no hemos aprendido que (los totalitarismos) se imponen sin que parezca que nadie los haya querido imponer. No hemos aprendido que las intenciones despóticas no se perciben porque la libertad no se nos arrebata de un día para otro sino que, más bien, la entregamos dócilmente ante las falsas promesas de un mundo mejor. No hemos aprendido que las promesas de felicidad suelen ocultar caminos de sufrimiento. No hemos aprendido, en fin, que todas nuestras decisiones tienen consecuencias y que solo el firme compromiso con la búsqueda de la verdad y la defensa de la libertad podrá prevenirnos de imposiciones totalitarias”.
Es que el diablo sigue haciendo creer que no existe, como advirtió Baudelaire, quien también sentenció, parafraseando al poeta clásico alemán Johann Wolfgang von Goethe, que para ser libres hay que merecer la libertad.
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