Julio Portocarrero Arancibia
Hay quienes pueden tacharme de maximalismo mariano inclusive dentro de las mismas filas de la Iglesia. Pero no puedo quedarme callado y sin hacer nada cuando veo cómo la sociedad de nuestro siglo se autodestruye, camina sin esperanza y bajo nubes de controversia, en un tiempo en que el amor propio excesivo se ha convertido en un dios.
Hoy nadie vive para cumplir la voluntad de Dios. Hoy cada corazón decide establecer verdades que se oponen a la verdad eterna contenida en el evangelio y en la revelación de Cristo como Salvador del género humano.
Pareciera que el plan de Cristo es consumido por los anticristos de nuestros tiempos y como que el ser humano de nuestros días desea eliminar el nombre de Dios de las páginas de la historia. Ante todo esto y ante la matanza que diariamente se comete en casi todas las naciones del mundo contra los más indefensos —los no nacidos—, la Madre no ha podido callarse. Su Corazón Inmaculado se ha convertido en la vela que arde constantemente en oración por la conversión del corazón del mundo.
Sus plegarias han conmovido las tiernas entrañas de la Misericordia de Cristo para el mundo y es así como se ha manifestado y lo hace actualmente en varios puntos del mundo. Desde Ohio en Estados Unidos o desde Medjugorje en Bosnia, el apelo ha sido el mismo. Y ya no digamos lo que la Madre nos dijo en Cuapa en 1980. Nicaragua, una de las más pequeñas entre las naciones de Latinoamérica fue bendecida con la visita celeste de la Inmaculada, aquella a la cual durante siglos hemos celebrado sus glorias.
¿Y qué dice la Madre? ¿Qué revela? ¿Cómo entender esto? La Madre no revela nada. La única revelación que Dios Padre pudo hacernos ya la hizo con el misterio de la encarnación de Cristo en el seno inmaculado de María y con su sacrificio redentor en el Calvario, en aquel primer Viernes Santo en el que tras ser abierto su corazón, brotó para el mundo la fuente inagotable de la Misericordia.
La Madre ha venido a pedirnos un sí; semejante a aquel que sin preguntar por qué sino cómo, Ella le dio al mismo Dios en el día de la anunciación. Es el í que nos pidió en Fátima durante la Primera Guerra Mundial cuando anunció la propagación del comunismo en las siguientes décadas. Allá la Madre dijo que al final de los tiempos su Inmaculado Corazón triunfará.
Muchos de los anuncios profetizados en Fátima se han cumplido, hemos sido testigos de ello. El beato Juan Pablo II fue un testigo contemporáneo que vivió en carne viva las calamidades advertidas por la Señora. El obispo que los niños de Fátima habían visto caminar sobre la sangre de los mártires, fue víctima de un atentado en 1981 en la plaza de San Pedro, en Roma. Y ya no digamos las persecuciones que se cometen a los cristianos actualmente en varias naciones. Sus palabras se siguen cumpliendo.
Pero hay esperanza mientras una sola alma rece el rosario en la tierra. Hay esperanza para aquellos que atendemos sus apelos y le pedimos que cada día nos estreche entre sus maternos brazos para estar cada vez más cerca del Corazón de Jesús. No todo está perdido. Hace falta el triunfo; sí, el triunfo de su Inmaculado Corazón el cual no ha de llegar sin nuestra colaboración, sin nuestro sí al amor santo que constituye la personificación de los diez mandamientos.
El autor es estudiante de Comunicación Social.
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