Semana Santa, no obstante la pluralidad que ofrece para la expansión, en el sesgo espiritual es fuente de sugerencias para el gozo constructivo dentro de los cánones de la concentración piadosa, en lo clásico, cultural e histórico.
Se le puede dar delicioso entretenimiento a los ojos y a los oídos, generosos en su afinidad, ubicándose en las páginas sobre la Pasión de Cristo, y poniéndole atención con la bendición coyuntural del silencio a la música religiosa cuyo origen de milenaria data, vivió un cambio extraordinario durante el siglo XVIII. El viaje de “a capella” al corte monódico con el acompañamiento invariablemente solidario de los instrumentos orquestales.
La devoción repercutía a viva voz con los motetes, el miserere, la técnica policoral, el enfático cromatismo. Pero de lo que mejor puede beneficiarse el espíritu en una semana de conmemoración en la naturaleza de la religiosidad sonora, es en la misa y en el oratorio, destinado a cantarse en Cuaresma.
Fue a partir de ellos que se abrieron las pasiones de Juan Sebastián Bach, siempre recomendadas para oírse en estos días, una síntesis solemne del proceso de la redención.
El oratorio —y no puede hablarse de él sin mencionar al Mesías de Haendel— está considerado como una de las formas musicales más dramáticas, lleno todo sin excepción de ninguno de sus episodios, de monumentalidad y culto.
Se recomienda escuchar con entrega integral, dentro de las eruditas y magistrales que hay, estas dos obras de dos autores diferentes: La Pasión según San Mateo, de Bach, coro grandioso, canto antifonal, donde los himnos festivos cantan la gloria de Dios ,y El Mesías, el más célebre de cuantos oratorios se escribieron en la historia de la música, su patrimonio universal.
Su aleluya sigue poniendo de pie a la humanidad.
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