En aquel periplo un trabajador narró que Rivas tiene un cocinero europeo y que un veterinario le seda a sus perros, entre ellos un akita, para luego cepillarle los dientes hasta dejar limpio el hocico del can.
Por Octavio Enríquez y Moisés Martínez
Lujuria, avaricia, gula, pereza, ira, envidia y soberbia son los siete pecados capitales reconocidos por la Iglesia católica, ¿cuántos de estos podría cometer un funcionario público de Nicaragua acusado de corrupción?
La pregunta quizás ni le importa al presidente de facto del poder electoral, el magistrado Roberto Rivas Reyes.
Envuelto nuevamente en un escándalo de enriquecimiento, que se niega a explicar, sumado al tráfico de influencias descrito hace dos semanas, es en realidad un personaje intocable por su vinculación estrecha con la figura del cardenal Miguel Obando y ahora con el presidente Daniel Ortega.
El nexo con Obando nació en los años setenta cuando el religioso —obispo entonces de Matagalpa— fue nombrado como arzobispo de Managua. La asistente del jerarca era desde entonces Josefa Reyes Valenzuela, la madre de Rivas, quien continúa trabajando junto con él, pese a que está retirado desde abril del 2005.
Por veinte años Rivas Reyes le manejó a Obando la Comisión de Promoción Arquidiocesana (Coprosa). Su paso por la ONG dejó una estela de irregularidades.
Rivas es hoy un millonario, con propiedades por doquier, tanto en Nicaragua como fuera de ella.
Según testimonios contados a lo largo de años, los meseros que le trabajan a Rivas lo complacen hasta en lo mínimo, empezando por usar guantes blancos como la nieve en este clima de trópico.
En diciembre del 2008, el año del fraude electoral, un equipo de LA PRENSA viajó hasta San José, Costa Rica. En ese sitio, este personaje tiene una mansión. Vale tres millones de dólares y se ubica en un residencial que comparan con Beverly Hills, plagado de celebridades.
El funcionario de facto del poder electoral es el prototipo del revolucionario de la segunda etapa del gobierno de Ortega, su aliado político. Meses después de que el sandinista subió al poder, compró su primer avión y nuevamente la ostentosidad lo hizo volar. Luego siguió el otro jet y finalmente un tercero.
Se quedó con dos, pero en el camino invirtió 2.3 millones de dólares. Los documentos revelan que su hija, Stephanie Rivas Delgado, participó en las adquisiciones como presidenta de dos sociedades mercantiles, Sir Family &Executive Charters Inc. y ACE AEI Inc., pero lejos de los detalles que salen a flote por la documentación, la pregunta siempre deja la misma estela: seguir la historia de un funcionario que gana cinco mil dólares mensuales al frente del poder electoral y vive tan bien como lo hace un sultán.
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