Blanco y Negro
Ayer que conducía a las oficinas de LA PRENSA, exactamente frente al restaurante Rincón Chino iba caminando, en plena calle, en dirección este, una vaca. El pausado andar del semoviente en media pista me llamó la atención.
¿Por qué esta ciudad es así? ¿Por qué en cualquier parte de la ciudad, si uno vuelve la mirada a lo que deberían ser áreas verdes, lo que hay son polvazales o, en esta época, lodazales. ¿Por qué por todos lados hay cantidades impresionantes de bolsas y botellas plásticas? Este “paisaje” es tan frecuente en la capital que en muchos casos ya ni lo vemos y no es hasta que algo nos hace fijar la vista en los bulevares que nos damos cuenta de que están prácticamente forrados de plástico.
Cuando llueve desaparecen por un tiempo, pero no es que alguien los recoja sino que la corriente los va a depositar al lago Xolotlán que más contaminado no puede estar. Tuvo que venir la cooperación alemana y la cooperación española para aliviar un poco la contaminación del Xolotlán. Una recogiendo las aguas servidas que le echamos desde los años veinte y otra sellando el basurero La Chureca, que decidimos poner al lado del lago en los años setenta.
Del desastre que provocamos a la laguna cratérica de Tiscapa aún no hay nadie que nos salve y la poca ayuda que se había logrado en las administraciones sandinistas anteriores 2000-2008 ha sido borrada en esta Administración. No hay que olvidar que fue en los años ochenta, cuando el actual canciller de la República era el regente de la ciudad que decidió desviar cauces para que toda la suciedad fuera a caer a la que probablemente es la única laguna cratérica en el centro de una capital en el mundo.
Estas situaciones dejan más que claro que a nivel de habitantes (no me atrevo a ponernos el nombre de ciudadanos) también tenemos un “yoquepierdismo” tremendo. Aquí no hay quién controle a una vaca que deambula por el centro de la capital y como me dijo un colega periodista “¿de qué te asustás si eso es normal?” ¿Normal? También hemos visto como “normal” que de los buses la gente lance basura, que la bolsa plástica se haya convertido en la flor nacional como dijo un extranjero o que nuestros cuerpos de agua se pudran por lo que nosotros mismos echamos en ellos.
Consideramos “normal” la pobreza, el abuso, la corrupción, la “vivianada” y la suciedad. Cuando mucho, si la basura se vuelve molestia salen los vecinos a protestar porque la Alcaldía no la recoge, pero en ninguno de los casos se les ocurre organizarse para recoger ellos mismos la basura y trasladarla al botadero. Y esos vecinos que protestan, la gran mayoría, ni siquiera paga el servicio de recolección de basura, así que ¿cómo quieren que el sistema mejore?
Para pasar de habitantes a ciudadanos hay que tener capacidad de indignarse con lo que pasa, pero también capacidad de reaccionar y de tratar de que a través de nuestro esfuerzo las cosas cambien. De lo contrario vamos a considerar “normal” que las leyes no se cumplan, que los votos no se cuenten, que la gente se muera de hambre o que maten a un pobre pasajero en un bus por robarle un celular.
Y ya basta de decir “es que los políticos”, Si no es cuestión de los políticos, las democracias que funcionan no son un regalo de ningún político. Las sociedades que en vez de expulsar a su gente —como esta— les ofrecen oportunidades para crecer como personas y desarrollarse sin tener que salir a buscar la vida en otra parte, las han hecho los ciudadanos que en ellas viven. Desgraciadamente así como funcionan pueden dejar de funcionar. Cuando los ciudadanos dejan de actuar como tales, aún las sociedades empiezan a retroceder.
¿Y cuál es la diferencia entre un ciudadano y un habitante? Muy sencilla: una vaca que cruza tranquilamente una calle de Managua habita en Managua, pero no es ciudadana. Un ciudadano por el contrario es el que sabe que tiene derechos, responsabilidades y que debe cumplirlas para que las cosas cambien. Nos falta para convertirnos en ciudadanos.
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