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Mario Alfaro Alvarado

Las dos oposiciones

Las últimas encuestas confirman y refuerzan lo que expresan las encuestas anteriores: un 77 por ciento de la opinión pública desconfía de la oposición, considerada como un todo. Las instituciones del Estado, una por una, inspiran un alto porcentaje de desconfianza entre los encuestados.

Las informaciones cotidianas recogen las opciones de la gente común; los comentarios y las caricaturas denotan a la oposición con los calificativos de corrupta, oportunista, puñalera, servil, cobarde…

No queda ningún aspecto de la vida pública de la clase política que escape a la mordacidad de la opinión pública. ¿Es ésta toda la oposición que enfrenta a la nueva dictadura en gestación? Realmente no. Ésa es la oposición oficialista, la del pacto Alemán-Ortega. Es la oposición pactista que engaña a la población aparentando oposición.

Es la oposición que habla de unidad liberal y traiciona al verdadero liberalismo, que promueve un enfrentamiento electoral a sabiendas de que las futuras elecciones, como las últimas tres, serán igualmente robadas, con un Poder Electoral prefabricado, con una cedulación selectiva para los que están comprometidos a votar por el continuismo y la reelección.

Es la oposición que quiere elecciones al viejo estilo somocista, para que todo siga igual: la repartición del presupuesto en megasalarios de cien mil córdobas y una clase política deshonesta acostumbrada a vivir del trabajo del pueblo y permanecer en los cargos públicos por toda la vida.

La otra oposición, la verdadera, la que alienta esperanzas en la población, la oposición de los sin partido, de los que no aceptan el caudillismo, la oposición de los que desean terminar de una vez por todas con el dominio de los pactos políticos, de la explotación del pueblo trabajador.

Esta otra oposición está en proceso de organización para dar la batalla por la libertad y la democracia. Ya tiene el candidato largamente deseado, cuya aceptación crece constantemente en el conglomerado nacional. No importa que los “partiditos” hagan oposición en busca de diputaciones, magistraturas y direcciones administrativas. En la verdadera oposición no tienen cabida esas organizaciones prebendarias. Porque la lucha actual no es de componendas, ni de pactos políticos. Es la lucha de sobrevivencia de Nicaragua como República. Es la lucha final por la reivindicación de los valores morales conculcados, pisoteados, degradados por la clase política que se ha apoderado de Nicaragua y pretende quedarse para siempre en el poder.

Es una declaración pública, Eduardo Montealegre se refirió al problema histórico-político de Nicaragua, en estos términos: “El problema no se resuelve con métodos tradicionales de lucha política. Se requieren nuevas ideas, nuevos planteamientos y nuevas soluciones”.

Es decir, Nicaragua necesita un nuevo modelo político, social, jurídico y estructural. El modelo histórico-político de Nicaragua data de finales del siglo XIX. Es el modelo que nació con la soñada revolución liberal y se consolidó en la codicia política de la dinastía somocista. El llamado liberalismo, glorificado por los beneficiarios del Estado prebendario que nació de él, está en franca decadencia y no tiene nada que ofrecerle al pueblo nicaragüense. Los problemas crecen y el pactismo político destruye los esfuerzos populares por vivir sin explotación y progresar con el trabajo honesto.

La oposición verdadera cuenta al fin con dos figuras cimeras para encabezar la lucha de la redención nacional: con un candidato escogido por la espontaneidad popular y un dirigente político forjado en lucha defensiva contra las asechanzas, la maniobras traicioneras y trampas de todo tipo que ha sabido esquivar y ha subido al podio de la opinión nacional.

Eduardo Montealegre no dudó ni un instante en apoyar a Fabio Gadea, sin pactos ni condiciones. Ambos son honestos y comparten el mismo ideal de salvar a Nicaragua de la corrupción, el reeleccionismo y la cleptomanía política.

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